B¨ªblica
Ojal¨¢, cuando todo acabe, nuestro rasero para diferenciar lo malo y lo bueno sea m¨¢s humano. Hablo, por supuesto, en t¨¦rminos econ¨®micos
Llamo a mi papi y lo encuentro alica¨ªdo: ¡°Las plagas divinas es lo que tienen, hija m¨ªa¡±. Quiz¨¢ la pandemia sea un castigo por lo mal que llevamos haciendo las cosas desde hace unos cuantos siglos ¡ªacaso todos los siglos¡ª. Luego reparamos en el progreso, la invenci¨®n de la rueda, el voto femenino, la penicilina y abandonamos el pensamiento m¨¢gico. Ateos y racionalistas buscamos f¨®rmulas para actuar y no volvernos tarumbas. A las ocho salgo al balc¨®n a aplaudir furiosamente y se me humedecen los ojos con mi vecindario, que vuelve a ser una instituci¨®n imprescindible. El otro d¨ªa me metieron en un grupo de personas desconocidas, con n¨²meros de m¨®vil correlativos, llamado Vecinos de WhatsApp: ¡°Hola, soy de Murcia, mis padres tienen una confiter¨ªa. Algunos productos son congelados¡±. Yo, muda. Responde Marlene, que tambi¨¦n trabaja en congelados. Estos episodios flower power me llevan a ver el asqueroso lado bueno de las cosas, estado de ¨¢nimo excepcional, que se pasa cuando pongo la tele y emiten anuncios de zapatillas para pasear en familia y de empresas m¨¦dicas privadas que, previo pago, se consideran ¡°activistas de la salud¡±. Verg¨¹enza. A lo mejor Diosa les manda un rayo para que se enteren de qui¨¦nes est¨¢n siendo las y los verdaderos activistas de la salud: mi sobrina Marta. La acrimonia vuelve: Cayetana ?lvarez acude al Congreso porque nada coarta su libertad amaz¨®nica y neoliberal. Mi amigo el escritor Fernando Royuela pone un guas: ¡°Homeless, go home¡±.Su l¨²cido vitriolo me eriza el vello. Un primo de mi madre muere de coronavirus.
Equilibro mis contraluces esquizofr¨¦nicos y llamo a mi amigo secreto en La Moncloa: ¡°Dile al presidente de mi parte que hay que reducir el precio de las tarifas el¨¦ctricas y de la telefon¨ªa para las personas confinadas. Nos estamos gastando un ri?¨®n, no tenemos apenas ingresos y, para Iberdrola y Bill Gates, ese gestito de generosidad solidaria ser¨ªa una minucia. ?Un poco de capitalismo filantr¨®pico, hostia!¡±. Mi amigo responde que transmitir¨¢ el mensaje al presidente y, a las 24 horas, el Gobierno asigna cientos de miles de euros para paliar pobreza energ¨¦tica y pago de hipotecas. Entre otras cosas. Me preocupa que un solo c¨¦ntimo pueda destinarse a hamburgueser¨ªas multinacionales que cierran restaurantes, a empresas de telecomunicaciones que se enriquecen con nuestra necesidad afectiva o a la medicina privada que cobra 300 euros por una prueba de coronavirus. Ojo por ojo a los que salieron por patas en cuanto dejaron de obtener beneficio y lo mismo para los que trataron de lucrarse con el dolor ajeno: un empresario jienense acumula 150.000 mascarillas.
Escribo para animar a las personas damnificadas por esta plaga de laboratorio. Mi amiga Eva dice que, tras el confinamiento, usaremos las redes ¡ªhoy tan ¨²tiles¡ª solo como sustitutivo de los v¨ªnculos fuertes que precisan el amor, la pol¨ªtica, la educaci¨®n y la humanidad en general. Estamos echando de menos tantas cosas: los balcones hablan, los aplausos nos arden en la piel y seguiremos saliendo para homenajear a h¨¦roes y hero¨ªnas de la salud. A Norman Bethune, que hizo posibles las transfusiones en ambulancia. Ojal¨¢, cuando todo acabe, nuestro rasero para diferenciar lo malo y lo bueno sea m¨¢s humano. Hablo, por supuesto, en t¨¦rminos econ¨®micos.
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