La corriente de fondo ya no suena igual
El mundo se est¨¢ transformando con los planes de choque para frenar la expansi¨®n del coronavirus
Lo primero que mostr¨® el coronavirus fue que la fragilidad propia de la condici¨®n humana sigue estando ah¨ª. Al principio, lo que suced¨ªa en la lejana ciudad china de Wuhan resultaba ajeno, fueron muy pocos los que imaginaron que aquellas calles desiertas se parecer¨ªan tanto a las calles desiertas que un tiempo despu¨¦s se han visto en las grandes ciudades de Europa y, conforme pasan las horas, en m¨¢s y m¨¢s lugares del mundo. La enfermedad se va moviendo de un lado a otro sembrando un desolador rastro de destrucci¨®n. Para detener y paliar sus efectos m¨¢s graves los Gobiernos terminan imponiendo severos planes de choque. Y no hay que enga?arse, cualquier choque cambia, poco o mucho, lo que encuentra ah¨ª donde produce el impacto. As¨ª que, al reconocimiento de que llev¨¢bamos la fragilidad incorporada desde tiempo atr¨¢s como marca de f¨¢brica, se une ahora la conciencia de la incertidumbre por lo que pueda venir.
Algo cambia de inmediato en cada lugar en el que se produce el confinamiento: de pronto hay un adentro y hay un afuera. La percepci¨®n del tiempo se modifica, se transforman los viejos h¨¢bitos, toca reinventarse, establecer otras rutinas e incorporar la espera como la categor¨ªa que mueve los hilos. Resulta raro dedicarse a esperar, extra?o, porque lo que antes ocurr¨ªa era que simplemente sal¨ªas, e interven¨ªas. Lo que estaba afuera estaba en realidad a un paso, bastaba con franquear la puerta y se abr¨ªa un abanico inmenso de posibilidades. Para los que est¨¢n en casa esto ya no es as¨ª, por lo menos durante un tiempo. Pero para los que est¨¢n obligados a salir las cosas tambi¨¦n son distintas. Van por las calles y no hay nadie (casi nadie), se transformaron las costumbres en los lugares de trabajo y el trato con los dem¨¢s, es inevitable establecer un rosario de precauciones. Y luego est¨¢n los que operan en el centro de la vor¨¢gine, en primera l¨ªnea, luchando incansables para salvar vidas.
Cada medida que se pone en marcha, y m¨¢s las que resultan m¨¢s agresivas, transforma lo que hab¨ªa antes, lo modifica inevitablemente, y desencadena adem¨¢s una serie de cambios secundarios que son imprevisibles. La espera, para los que est¨¢n adentro, les obliga a explorar un universo familiar (y cercano) que desconoc¨ªan. Los que tienen que intervenir afuera tampoco saben bien lo que va a resultar de las iniciativas que aplican. Igual el tiro les sale por la culata. En el debate del mi¨¦rcoles en el Congreso a prop¨®sito de la ampliaci¨®n del estado de alarma se escucharon algunas palabras que no suelen ser habituales entre los pol¨ªticos, obligados siempre a transmitir las certezas de sus programas y de su visi¨®n del mundo. Complejidad, duda, flexibilidad: esos t¨¦rminos chirr¨ªan en los labios de los que suelen presentarse como due?os de cada situaci¨®n. Nadie puede estar hoy seguro de que lo que defiende sea lo acertado. Manda la incertidumbre.
De lo que convendr¨ªa hacerse cargo cuanto antes es de que el mundo de ayer ha dejado de existir. No cambiar¨¢n algunos de sus rasgos m¨¢s distintivos, pero cualquiera que se agache el d¨ªa que salga de su casa para escuchar la corriente de fondo se dar¨¢ cuenta de que no suena del mismo modo. Ojal¨¢ que el nuevo mundo sea mejor, la esperanza nunca est¨¢ de m¨¢s. Pero habr¨¢ que prepararse, resulte como resulte tras esta pandemia, para saber habitarlo.
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