Un mismo tejido humano infeccioso
Esta plaga sin rostro parece amenazar con absorber todo nuestro ser. Pero, cuando pase, es posible que una nueva conciencia de la brevedad y la fragilidad de la vida empuje a la gente a cambiar sus prioridades
Esta plaga es m¨¢s grande que nosotros. M¨¢s poderosa que cualquier otro enemigo de carne y hueso que hayamos imaginado o visto en el cine. De vez en cuando se abre paso hasta nuestro coraz¨®n la aterradora idea de que esta vez, quiz¨¢, vamos a perder la guerra. El mundo entero. Como cuando la ¡°gripe espa?ola¡±. Enseguida descartamos la idea, porque no es posible. ?Estamos en el siglo XXI! Somos seres avanzados, informatizados, dotados de armas y medios de destrucci¨®n infinitos, protegidos por antibi¨®ticos, inmunizados. Sin embargo, esta plaga nos dice que las reglas del juego son diferentes, tan diferentes que, de hecho, no hay reglas. Contamos con miedo, cada hora, los enfermos y los muertos en todo el mundo. Y el enemigo no da se?ales de cansancio en su labor de cosecha y utilizaci¨®n de nuestros cuerpos para multiplicarse.
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Esta plaga sin rostro, violenta y desoladora parece amenazar con absorber todo nuestro ser, de pronto tan fr¨¢gil e impotente. Y ni siquiera las innumerables cosas que se han dicho en los ¨²ltimos meses han logrado hacerla un poco m¨¢s comprensible y predecible.
¡°Una plaga no est¨¢ hecha a la medida del hombre; por eso nos decimos a nosotros mismos que no es m¨¢s que una pesadilla, un mal sue?o que pasar¨¢¡±, escribi¨® Albert Camus en su novela La peste. ¡°Pero no siempre pasa, y, de mal sue?o en mal sue?o, son los hombres los que fallecen... Cre¨ªan que todav¨ªa todo era posible para ellos; lo cual daba por supuesto que las plagas eran imposibles... ?C¨®mo iban a pensar en algo como la peste, que suprime el porvenir?¡±.
Ya sabemos que hay cierto porcentaje de la poblaci¨®n que se infectar¨¢ con el virus. Cierto porcentaje morir¨¢. En Estados Unidos se habla de un mill¨®n de fallecidos. La muerte se ha vuelto muy tangible. Quienes pueden, se reprimen. Pero los que tienen una imaginaci¨®n muy activa ¡ªcomo yo, por ejemplo, as¨ª que lean esto con una dosis de escepticismo¡ª se entregan a hip¨®tesis que se multiplican tan deprisa como la tasa de infecci¨®n. Cada vez que me encuentro con gente, me planteo sus posibilidades en la ruleta de la epidemia. Y mi vida sin esa persona. Y su vida sin m¨ª. Cualquier conversaci¨®n podr¨ªa ser la ¨²ltima.
Cuando miramos a nuestros seres queridos, sentimos que su desaparici¨®n eliminar¨ªa del mundo a alguien insustituible
El c¨ªrculo se cierra cada vez m¨¢s. Al principio nos dijeron que ¡°cerraban los cielos¡± (qu¨¦ expresi¨®n). Luego cerraron los amados caf¨¦s, los teatros, los campos de deportes, los museos. Las guarder¨ªas, las escuelas, las universidades. Una tras otra, la humanidad apaga sus linternas.
De pronto, en nuestra vida ha irrumpido una cat¨¢strofe de dimensiones b¨ªblicas. Todo el mundo participa en este drama. Nadie se queda fuera. Nadie tiene un papel menor. En una matanza tan masiva, los muertos no son m¨¢s que n¨²meros, an¨®nimos y sin rostro. Pero, cuando miramos a nuestros seres queridos, sentimos que cada persona es una cultura entera, infinita, cuya desaparici¨®n eliminar¨ªa del mundo a alguien insustituible. La singularidad de cada uno grita desde dentro y, as¨ª como el amor nos hace distinguir a una persona de todas las dem¨¢s, ahora es la conciencia de la muerte la que lo hace.
Y bendito sea el humor, la mejor forma de soportar todo esto. Cuando podemos re¨ªrnos del coronavirus, en realidad estamos diciendo que todav¨ªa no estamos del todo paralizados. Que todav¨ªa podemos movernos y hacerle frente. Que seguimos combati¨¦ndolo y que no somos solo v¨ªctimas indefensas (somos v¨ªctimas indefensas, pero hemos inventado una manera de evitar el horror de saberlo e incluso divertirnos con ello).
Y bendito sea el humor. Cuando podemos re¨ªrnos del coronavirus, estamos diciendo que no estamos paralizados
Para muchos, la plaga puede acabar siendo el acontecimiento m¨¢s trascendental de sus vidas. Cuando todo pase y la gente salga de sus hogares despu¨¦s del largo encierro, quiz¨¢ se articulen nuevas y sorprendentes posibilidades. A lo mejor la tangibilidad de la muerte y el milagro de haber escapado a ella constituir¨¢n una sacudida. Muchos perder¨¢n a sus seres queridos. Muchos se quedar¨¢n sin trabajo, sin ingresos, sin dignidad. Pero tambi¨¦n es posible que algunos no quieran regresar a sus vidas anteriores. Que algunos ¡ªlos que puedan, claro¡ª dejen el trabajo que los asfixi¨® durante a?os. Algunos decidir¨¢n abandonar a su familia. Separarse de sus parejas. Traer un hijo al mundo o todo lo contrario. Otros saldr¨¢n del armario (de cualquier tipo de armario). Unos empezar¨¢n a creer en Dios. Otros, creyentes, apostatar¨¢n. Tal vez la conciencia de la brevedad y la fragilidad de la vida incitar¨¢ a la gente a establecer otras prioridades. A separar con m¨¢s ah¨ªnco el trigo de la paja. A comprender que el tiempo, y no el dinero, es el recurso m¨¢s preciado.
Habr¨¢ quienes por primera vez duden sobre decisiones tomadas, opciones ignoradas y concesiones hechas. Sobre los amores que no se atrevieron a sentir. Sobre las vidas que no se atrevieron a vivir. Hombres y mujeres se preguntar¨¢n por qu¨¦ arruinaron sus vidas con relaciones que las llenaron de miseria. A otros, de pronto sus opiniones pol¨ªticas les parecer¨¢n equivocadas, basadas exclusivamente en miedos o valores que se han desintegrado durante la epidemia. Quiz¨¢ algunos desconfiar¨¢n de por qu¨¦ su naci¨®n ha luchado durante generaciones y ha cre¨ªdo que la guerra es un mandato divino. Tal vez esta experiencia tan dif¨ªcil haga que la gente aborrezca los nacionalismos, por ejemplo, y todo lo que subraya la separaci¨®n, el extranjero, el odio y la trinchera. Algunos se preguntar¨¢n quiz¨¢, por primera vez, por qu¨¦ los israel¨ªes y los palestinos siguen batallando entre s¨ª, arruinando sus vidas desde hace m¨¢s de mil a?os en una guerra que podr¨ªa haberse resuelto hace mucho.
El mismo hecho de ejercer la imaginaci¨®n desde las honduras de la desesperaci¨®n y el miedo posee su propia fuerza. La imaginaci¨®n no solo ve las fatalidades, sino que tambi¨¦n hace que nuestra mente sea libre. En tiempos de par¨¢lisis, la imaginaci¨®n es como un ancla que arrojamos hacia el futuro, para que tire de nosotros hacia ¨¦l. La capacidad de concebir una situaci¨®n mejor significa que a¨²n no hemos dejado que la plaga y la desolaci¨®n se apoderen de todo nuestro ser. Por eso podemos esperar que quiz¨¢, cuando termine la epidemia y llegue la curaci¨®n, la humanidad se inunde de un esp¨ªritu diferente, de sosiego y frescura. Quiz¨¢ veamos en la gente, por ejemplo, se?ales de inocencia sin un atisbo de cinismo. Quiz¨¢ la dulzura se convierta en moneda corriente. Tal vez comprenderemos que la pandemia asesina nos ha dado la oportunidad de liberarnos de capas de grasa y sucia codicia. De ideas espesas y sin criterio. De una abundancia que se ha vuelto exceso y ya ha empezado a ahogarnos.
La imaginaci¨®n no solo ve las fatalidades, sino que tambi¨¦n hace que nuestra mente sea libre
Es posible que la gente mire los perversos resultados de la sociedad de la abundancia y el exceso y sienta n¨¢useas. Quiz¨¢ se d¨¦ cuenta ingenuamente de que es terrible que haya personas tan ricas y personas tan pobres, que un mundo tan rico y rebosante no ofrezca igualdad de oportunidades a todos los que nacen. Estamos descubriendo que todos formamos un mismo tejido humano infeccioso. Lo que es bueno para cada uno es bueno para todos. Lo que es bueno para el planeta es bueno para nosotros, nuestro bienestar, nuestro aire limpio y el futuro de nuestros hijos.
Y tal vez los medios de comunicaci¨®n, que tanto ayudan a escribir el relato de nuestra vida y nuestra ¨¦poca, se pregunten tambi¨¦n con sinceridad cu¨¢nto han contribuido al sentimiento de n¨¢usea general en el que est¨¢bamos sumidos antes de la plaga. Por qu¨¦ ten¨ªamos la sensaci¨®n de que algunas personas nos manipulaban mientras esos medios nos contaban nuestra tr¨¢gica y complicada historia de forma grosera y c¨ªnica. No hablo de la prensa seria, sino de los ¡°medios de masas¡±, que hace mucho pasaron de ser medios para las masas a ser medios que convierten a la gente en una masa.
?Ser¨¢ verdad algo de todo esto? ?Qui¨¦n sabe? Y, aunque sea verdad, me temo que pronto se desvanecer¨¢ y todo volver¨¢ a ser como era antes de la epidemia, antes del diluvio. Es dif¨ªcil saber lo que vamos a vivir hasta entonces. Pero haremos bien en seguir haciendo preguntas, a modo de medicina, hasta que se encuentre una vacuna.
David Grossman es escritor.
Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
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