Las invisibles: rebeli¨®n desde el confinamiento
Estas semanas entre cuatro paredes est¨¢n suponiendo un ejercicio permanente de revisi¨®n a trav¨¦s de la reflexi¨®n, el cine, el arte o los libros
¡°Las mujeres no pueden ser. Ni hero¨ªnas, ni humanas, ni visibles. Solo su ausencia, solo su sometimiento, solo su silencio, solo su sumisi¨®n, solo su culpa, solo su pecado, solo su miedo, solo su debilidad, solo su amor, solo su abandono, solo su muerte, solo su renuncia, solo su vulnerabilidad, solo su entrega, solo su fe, solo su tristeza, solo su mancha, s¨®oo su oscuridad, solo su cuerpo, solo su fracaso, solo su avaricia, solo su inseguridad, solo su descr¨¦dito, solo su desahucio, solo su mediocridad, solo su figura. Solo musas¡±.
En estos d¨ªas de encierro obligado, en los que, afortunado yo, solo disfruto del cielo que me deja contemplar mi terraza, estoy poniendo a prueba, tal vez m¨¢s que nunca antes, al machote que todav¨ªa llevo dentro. Es decir, al tipo volcado en lo p¨²blico, en su dimensi¨®n productiva, en una permanente acci¨®n con la que le demuestra al mundo ¡ªy a s¨ª mismo¡ª lo mucho que vale. El que nunca encontr¨® en lo privado un espacio de realizaci¨®n personal, el que habitualmente huy¨® de estos trabajos de sost¨¦n emocional que otras hac¨ªan por ¨¦l, el que sent¨ªa que la casa se le ca¨ªa encima cuando pasaba en ella m¨¢s de dos d¨ªas seguidos.
Estas semanas ya entre cuatro paredes, y sin perro al que pasear, est¨¢n suponiendo un ejercicio permanente de revisi¨®n de ese hombre hegem¨®nico que todav¨ªa me habita y que se resiste a desaparecer, por m¨¢s que tenga bien aprendida la teor¨ªa. En este proceso que, m¨¢s all¨¢ de los miedos, de las incertezas y de la desesperanza que vivo como el resto, est¨¢ provocando que cada d¨ªa me vaya quitando una capa de costra, me est¨¢n ayudando las ventanas que siempre son los libros, las pel¨ªculas que ponen en acci¨®n la empat¨ªa que a veces me falta, la m¨²sica que me hace bailar y bailar, haciendo que confirme que solo los tipos blanditos bailan y que yo no soy sino un mariconazo.
En un perverso ejercicio, que intento, no siempre con ¨¦xito, que no me conduzca a la melancol¨ªa, revivo las ¨²ltimas obras de teatro que vi ¡ªProstituci¨®n, Naufragios de Alvar N¨²?ez¡ª, las ¨²ltimas pel¨ªculas que me hicieron pensar en una sala oscura ¡ªInvisibles¡ª o las ¨²ltimas exposiciones que recorr¨ª tratando de encontrar en el arte alguna respuesta a mis con frecuencia jodidos interrogantes.
En esta especie de viaje en el tiempo he vuelto casi al principio de este curso entre par¨¦ntesis y he recordado la exposici¨®n dedicada a Lavinia Fontana y Sofonisba Anguissola en el Prado, la segunda, si no recuerdo mal, tras la dedicada a Clara Peeters, que la pinacoteca en toda su historia ha centrado en pintoras. Ellas, siempre la excepci¨®n. Y lo hecho de la mano de Peio H. Ria?o que en su reci¨¦n publicado libro Las invisibles trata de contestar a la pregunta de por qu¨¦ el Museo del Prado ignora a las mujeres.
He de confesar que me he bebido este libro, escrito desde ese eje que une cabeza, coraz¨®n y vientre, y que, con ¨¦l, adem¨¢s de descubrir muchas de esas historias que sigue ignorando el discurso escrito por y para los hombres, y de entender esa parte oculta de obras de arte que yo siempre hab¨ªa mirado con unas lentes patriarcales, he confirmado lo que hace ya a?os vengo aprendido de la mano de mis compa?eras de la Asociaci¨®n Cl¨¢sicas y Modernas. Me refiero a la necesidad de poner el dedo de la igualdad en la llaga de la cultura y desmantelar toda una estructura a trav¨¦s de la cual el patriarcado se mantiene y se reinventa. Una estructura de poder, no lo olvidemos, que ha mantenido vivas sus fauces durante siglos gracias al silenciamiento de las mujeres, a su negaci¨®n de sujetas activas en los procesos creativos y en la creaci¨®n de discursos.
Como bien explica Gerda Lerner en su imprescindible La creaci¨®n de la conciencia feminista, ¡°no es solo que las mujeres hayan sido excluidas del proceso de creaci¨®n de las construcciones conceptuales, a trav¨¦s de la privaci¨®n de la educaci¨®n, sino que al mismo tiempo los constructos intelectuales que explicaban el mundo han sido androc¨¦ntricos, parciales y han estado distorsionados¡±. Una realidad que lamentablemente apenas hemos corregido, tal y como compruebo cada a?o cuando le pregunto a mi alumnado cu¨¢les son sus referencias en ¨¢mbitos como el pensamiento, la ciencia o el arte. Es entonces cuando siento un pellizco que me hace rezar mis oraciones laicas a Siri Hudsvet y a todas esas mujeres que miran cr¨ªticamente a los hombres que miran a las mujeres.
El libro de Ria?o, adem¨¢s de invitarnos a realizar un delicioso paseo por una inexistente exposici¨®n en la que recorremos salas y rincones que nunca nos ense?aron, y que tanto se agradece en estos d¨ªas de confinamiento, subraya el papel esencial que tiene la cultura, a trav¨¦s de la creaci¨®n de imaginarios colectivos, en la consolidaci¨®n de un modelo de sociedad en el que todav¨ªa hoy nosotros seguimos siendo la parte privilegiada, mientras que las mujeres contin¨²an sufriendo una discriminaci¨®n sist¨¦mica.
Esta asimetr¨ªa se traduce en el mundo del arte no solo en la negaci¨®n de la genialidad de ellas, sino tambi¨¦n en la usurpaci¨®n de todo un discurso por parte de los hombres. De esta manera, la cultura, incluida la pintura, legitima pr¨¢cticas abusivas y otorga legitimidad a instituciones, costumbres y roles que durante siglos han convertido a las mujeres en seres destinados a satisfacer las necesidades y los deseos de los hombres. Es as¨ª como el arte se convierte tambi¨¦n en un espacio que crea y recrea, y justifica, todas y cada una de las violencias sufridas por las mujeres: desde la que se alimenta en los marcos relacionales y simb¨®licos, a la que directamente incide sobre sus cuerpos y capacidades. De esta manera, un cuadro tambi¨¦n puede ser un artefacto que por ejemplo legitime la cultura de la violaci¨®n o el sistema prostitucional.
Es urgente, pues, que tambi¨¦n los museos, como reclama el autor de Las invisibles, se conviertan en espacios de superaci¨®n de determinados discursos e imaginarios, que ofrezcan no solo la mirada creativa de las mujeres en igualdad de condiciones con los hombres, sino que tambi¨¦n revisen los argumentos y los esquemas mediante los que han construido un espacio, que dir¨ªa Iris Marion Young, de ¡°imperialismo cultural".
Es decir, en el que la praxis, la mirada y los intereses de un grupo ¡ªen este caso, el constituido por la mitad masculina¡ª se han impuesto como la ¡°norma¡± y, en paralelo, han condenado a los de la otra mitad a las afueras. Sujetos y objetos, genios y musas, productores y reproductoras, amantes y amadas, dioses omnipotentes y esclavas virtuosas. Solo as¨ª los museos conquistar¨¢n una renovada autoridad, basada no en el peso de la tradici¨®n, y con ella de la opresi¨®n de g¨¦nero, sino en un di¨¢logo en el que, al fin, tambi¨¦n en el mundo del arte, mujeres y hombres podamos ser considerados como seres equivalentes.
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