La banalizaci¨®n de la muerte
Durante la mal llamada gripe espa?ola, los sentimientos humanos ante tanta muerte entraban en un par¨¦ntesis que les permit¨ªa soportar tanto horror
Despu¨¦s de que Louis Pasteur, padre de la microbiolog¨ªa, demostrase la teor¨ªa germinal de las enfermedades infecciosas y desarrollase importantes vacunas, cre¨ªmos haber acabado con las ¡°pestes¡± que atemorizaron al mundo a lo largo de los siglos: desde las plagas de Atenas en el siglo V antes de Cristo a la larga peste Antonina que arras¨® 15 a?os del gran siglo II romano; desde las pestes bub¨®nicas de la Edad Media (la de 1347 se cobr¨® 35 millones de vidas humanas) a la viruela de los aztecas que diezm¨® su poblaci¨®n hasta un 80%; y desde las pestes que asolaron a Europa, de norte a sur y de este a oeste, en los siglos XVII y XVIII, en los que aparecen tambi¨¦n las sucesivas pandemias de c¨®lera. Todas ellas han hecho estragos de millones de vidas en pocos d¨ªas, sin que los infectados supieran tan siquiera por qu¨¦ recib¨ªan ese castigo divino.
Sin embargo, aunque conocido por la microbiolog¨ªa que las pestes y el c¨®lera eran producidos por bacterias, y que la viruela y las gripes las producen determinados virus, la humanidad no se libr¨® de la pandemia m¨¢s devastadora de su historia bien entrado el siglo XX: la mal llamada gripe espa?ola en plena Gran Guerra que caus¨® en 1919 entre 20 y 50 millones de muertos, despu¨¦s de que el virus mutara varias veces hacia formas m¨¢s agresivas. Cuando estas epidemias llegaban a su m¨¢ximo exterminador, irremediablemente, se produc¨ªa una banalizaci¨®n de la muerte. La acumulaci¨®n de fallecidos en un solo d¨ªa llegaba a sobrepasar la capacidad de las ciudades para realizar enterramientos individualizados. Los familiares y deudos perd¨ªan el control del cad¨¢ver de su allegado, que era inhumado de la manera que las autoridades cre¨ªan m¨¢s conveniente para evitar los contagios. La forma de llevar a cabo el control de la acumulaci¨®n de cad¨¢veres era a trav¨¦s de enterramientos en fosas comunes acompa?ados de paletadas de cal viva, o de incineraciones colectivas. Los aztecas que se contagiaron de viruela por una expedici¨®n de espa?oles en 1520 mor¨ªan tan r¨¢pido tras infectarse que, en ocasiones, optaban por hundir las casas de los fallecidos sobre su propio cad¨¢ver para no tener ni que tocarlos.
Los sentimientos humanos ante tanta muerte entraban en un par¨¦ntesis que les permit¨ªa soportar tanto horror. Las ciudades en las que se establec¨ªa una peste se aislaban del resto del mundo, y todo suced¨ªa a puerta cerrada. Ve¨ªan crecer d¨ªa a d¨ªa el n¨²mero de muertes hasta un punto insoportable y desbordante. ?Y c¨®mo pod¨ªan soportar tanto dolor? Por el adormecimiento de los sentimientos individuales para hacerse comunes. Anonadados por la epidemia, solo esperaban el momento en el que las muertes cobradas diariamente se estabilizasen, despu¨¦s de haberse insensibilizado durante el recorrido para llegar a ese punto. Los sanitarios, administradores, polic¨ªas, enterradores, etc., abrumados por el trabajo realizado hasta la extenuaci¨®n, ca¨ªan rendidos al final del d¨ªa sin pensar en nada. Cuando se infectaban, que a todos les acababa sucediendo, la autoridad los sustitu¨ªa por otros, que no dudaban en aceptar el encargo hasta que les suced¨ªa igual que a sus predecesores.
Nada ser¨ªa igual, sobre todo para aquellos que hab¨ªan perdido a sus seres m¨¢s queridos. Colectivamente, ?hab¨ªan aprendido algo?
?C¨®mo pod¨ªan aceptar de buen grado la separaci¨®n de sus seres queridos muertos sin darles una digna sepultura? ?Por qu¨¦ aceptaban el exilio en sus propias casas? Porque estaban atrapados entre dos obligaciones humanitarias: la de procurar por todos los medios no contagiarse ellos de la enfermedad, y la de evitar solidariamente transmitir a los dem¨¢s su posible contaminaci¨®n. La muerte se tornaba obligatoriamente trivial, despu¨¦s de haber perdido la importancia social y la novedad. Las gentes se entregaban a la ayuda a los dem¨¢s, cada uno en su cometido, incluida la de soportar de buen grado el aislamiento, el intenso dolor, y la separaci¨®n de sus seres queridos tras su muerte.
Albert Camus pone en boca de uno de los personajes de La Peste: ¡°Puede usted creerme, yo se lo aseguro. El ¨²nico medio de hacer que las gentes est¨¦n unas con otras es mandarles la peste. Y si no, mire usted a su alrededor¡±. Entonces, ?en base a qu¨¦ mecanismos morales y gen¨¦ticos sucede esa solidaridad? Para contestar a esta pregunta creo que hay que recurrir a la historia y a la evoluci¨®n de nuestra especie. Llevamos en nuestros genes la necesidad de protegernos como grupo cuando la ¡°tribu¡± est¨¢ en peligro, se manifiesta desde los 100.000 a?os que vivimos como cazadores-recolectores. Y sobre todo por el m¨¢s intenso mandato escrito a sangre y fuego en los genes m¨¢s profundos de cualquier especie: perpetuarse. Todos los seres vivos han adoptado la forma m¨¢s eficiente para conseguir que sus genes pasen a la siguiente generaci¨®n. Ese es, por definici¨®n, el primer mandato de la vida. No existe mejor forma de colaborar con este objetivo que la solidaridad entre individuos de una especie. Todos estos resortes de supervivencia se alertan y acent¨²an en crisis tan agudas como la actual, en las que intuimos el peligro de la desaparici¨®n de la especie.
Despu¨¦s de algunos meses de sufrimientos infinitos, las cifras de muertes empezaban a descender, al principio lentamente, y despu¨¦s m¨¢s en picado, y solo quedaban los ¨²ltimos estertores de la epidemia, goteando el dolor de los ¨²ltimos fallecimientos, hasta que las autoridades declaraban el final del aislamiento y del horror. A partir de ese momento, cada cual deb¨ªa pensar c¨®mo reorganizar¨ªa su vida, y tambi¨¦n la ciudad con sus dirigentes al frente. Ya nada ser¨ªa igual, sobre todo para aquellos que hab¨ªan perdido a sus seres m¨¢s queridos. Colectivamente, ?hab¨ªan aprendido algo? ?Ten¨ªan suficiente con volver a sus trabajos, sus costumbres, y sus amores?, ?podr¨ªan reconstruir sus haciendas? ?Seguir¨ªan siendo tan solidarios como lo fueron durante el tiempo que estuvo presente la peste? ?Hab¨ªan aprendido los mandatarios que, a mayor desigualdad, mayor es la tragedia? ?Sabr¨ªan que a partir de ese d¨ªa empezaba a contar el plazo para la pr¨®xima pandemia? Si hab¨ªan comprendido esa evidencia, ?acumular¨ªan mayores medios sanitarios y de todo tipo para combatir la siguiente peste con menores sufrimientos para sus gentes? ?Hab¨ªan aprendido, al menos, d¨®nde colocar lo importante y donde tanto tan superfluo? S¨ª, me refiero a todos esos valores que se expresan con claridad como fundamentales en los terribles momentos de la peste y que todos entendemos como universales. ?Le suena de algo esta historia, amigo lector?
Prudencio L¨®pez Fuster es doctor en ingenier¨ªa agron¨®mica por la Universidad Polit¨¦cnica de Madrid.?
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