Filosof¨ªa del virus
En tesituras como la actual, lo ¨²nico que puede contar como actuaci¨®n es la sobreactuaci¨®n: obrar de un modo que no sea aparatoso y que no ocupe todo el escenario ser¨ªa como no hacer nada
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Antes de este a?o, la palabra virus designaba m¨¢s que nada, sobre todo entre nativos digitales, los ataques a distancia sufridos por ordenadores. Nada hay de raro en que una met¨¢fora olvide su condici¨®n y en que su correspondiente t¨¦rmino literal pase a ser figurado. Al fin y al cabo, el nombre cajero se refiere, m¨¢s que al encargado de una caja registradora o de caudales (el oficio suele ser femenino), a cierto dispositivo mural del que puede extraerse dinero con una tarjeta, sin que ya haga falta a?adir el adjetivo autom¨¢tico. No sabemos si la Covid-19 har¨¢ que los virus digitales regresen a la condici¨®n metaf¨®rica con que nacieron. ?Deber¨¢ tomarse el coronavirus como el causante de una infecci¨®n muy rara que, en lugar de afectar al ordenador (que es lo normal), da?a, no se sabe por qu¨¦, las v¨ªas respiratorias?
Otros art¨ªculos del autor
En un libro c¨¦lebre, Susan Sontag examin¨® las muy enfermizas met¨¢foras suscitadas por la tuberculosis y el c¨¢ncer y, seg¨²n algunos int¨¦rpretes, Camus escribi¨® La peste como una alegor¨ªa del nazismo, lo cual, en caso de ser cierto, habr¨ªa proseguido una larga tradici¨®n de usos figurados de epidemias y plagas. Por su parte, las crisis econ¨®micas tienden a percibirse aleg¨®ricamente como pandemias, pero tambi¨¦n ¨¦stas se miden por sus efectos en los mercados: el coronavirus constituye ¡ªpara algunos esto es lo que m¨¢s importa¡ª un ataque a la econom¨ªa global propagado por contagio t¨¢ctil. Las recesiones econ¨®micas producen muertos porque obligan a reducir el gasto sanitario, pero los virus globales, de manera inversa, generan crisis econ¨®micas a causa del bloqueo infligido a la confianza y, sobre todo, a la movilidad.
Los virus no digitales (habr¨¢ quien los llame anal¨®gicos) son proverbialmente viajeros, lo cual es una se?al m¨¢s de la condici¨®n central que la movilidad tiene en nuestro tiempo y tambi¨¦n de su doble faz: el nomadismo global no s¨®lo afecta a los capitales, a los bienes de consumo y a los turistas, sino tambi¨¦n a los pobres, a los refugiados y a las epidemias. De lo ocurrido en estas semanas, puede que lo m¨¢s lesivo para nuestros h¨¢bitos sea la restricci¨®n o prohibici¨®n de movimientos. Resulta claro que la pasi¨®n que aqu¨ª est¨¢ en juego es el miedo, y conviene advertir que el temor a quedar inmovilizado puede convertirse en p¨¢nico.
Para el fil¨®sofo italiano Giorgio Agamben, no hay duda de que las precauciones que se nos imponen son una manifestaci¨®n de ¡°la tendencia creciente a usar el estado de excepci¨®n como paradigma normal de gobierno¡± y provocan ¡°una verdadera militarizaci¨®n¡±. No s¨¦ si los Gobiernos exageran en sus decisiones, pero a algunos fil¨®sofos puede que a veces s¨ª se les vaya un poco la mano con sus juicios. En cualquier caso, lo que enuncia Agamben sugiere una sospecha: aislar regiones o pa¨ªses es, para el poder pol¨ªtico, toda una reviviscencia de la ¨¦poca en que el soberano estaba en condiciones de dejar, por sorpresa y con estr¨¦pito, una impronta indeleble en la vida de los s¨²bditos. All¨ª donde los poderes de algunos ministros son, en circunstancias normales, pr¨¢cticamente inexistentes, la pandemia brindar¨ªa, seg¨²n esta sospecha, una ocasi¨®n preciosa para volver durante cierto n¨²mero de d¨ªas a la ¨¦poca en que todo el mundo sab¨ªa lo que significaba mandar y obedecer. El virus, sin embargo, se mueve (ya se diga esto en italiano o en la lengua que se quiera), y no con lentitud.
La pasi¨®n que est¨¢ ahora en juego es el miedo; el temor a quedar inmovilizado puede convertirse en p¨¢nico
Las pol¨ªticas profil¨¢cticas acometidas en estos d¨ªas son modos, m¨¢s o menos improvisados, de gesti¨®n y dosificaci¨®n del miedo. En el libro II de la Ret¨®rica, Arist¨®teles defini¨® el temor como el trastorno causado por la imagen de un mal futuro cuando su desencadenamiento se toma por inminente y cuando se cree que afectar¨¢ a uno mismo o a las personas pr¨®ximas. En esto quiz¨¢ hayamos cambiado poco desde entonces: lo esencial del miedo es, sin duda, ver venir el mal y verlo muy cerca. Pero hay un caso, apenas sugerido por Arist¨®teles, que quiz¨¢ sea el m¨¢s temible. Es el que corresponde a un mal que ha empezado a manifestarse en forma muy t¨ªmida y que avanza lentamente, temi¨¦ndose que, de pronto, la velocidad del infortunio se desmande cierto d¨ªa y entonces lo avasalle todo. Ese temor es quiz¨¢ m¨¢s poderoso que el suscitado por un mal que se declara de golpe con toda su intensidad.
El poder pol¨ªtico se estableci¨® para quitar el miedo, pero tambi¨¦n para doblegar los peligros, y el s¨²bdito teme que la ausencia o ligereza del temor presente venga seguida de un mal descomunal. A la poblaci¨®n hay que mostrarle, por tanto, diligencia y capacidad de respuesta, y obligarla a sumarse a ellas. Ya no procede tranquilizarla, porque tal cosa es imposible. Al contrario: hay que electrizarla haci¨¦ndole ver que no se da la espalda al desaf¨ªo. En tesituras as¨ª, lo ¨²nico que puede contar como actuaci¨®n es la sobreactuaci¨®n: obrar de un modo que no sea aparatoso y que no ocupe todo el escenario ser¨ªa como no hacer nada. O este asunto se convierte en el m¨¢s importante (no s¨®lo del presente, sino casi de la vida entera), desplazando a cualquier otro, o, de lo contrario, quedar¨¢ claro que se ha obrado con negligencia.
Si las cosas se hicieran como es debido, el teletrabajo ser¨ªa el gran beneficiario de esta pandemia providencial
Por nada del mundo se perdonar¨ªa que a un desastre as¨ª no le hubiera precedido su correspondiente miedo, que es el que a los Gobiernos corresponde ahora administrar. Tampoco debe olvidarse, desde luego, que todo mal es una fuente de oportunidades: si las cosas se hicieran como es debido, el dichoso teletrabajo ser¨ªa el gran beneficiario de esta pandemia providencial. Cabr¨ªa preguntarse si seremos capaces de olvidarnos de la restricci¨®n de los movimientos f¨ªsicos a base de sustituirlos por hiperactividad digital, porque, de ser as¨ª, el acontecimiento ser¨ªa francamente portentoso. Dar¨ªa a entender que los virus en el sentido tradicional de la palabra son s¨®lo antiguallas y que la ¨²nica salud que importa es la de las m¨¢quinas. No parece, sin embargo, que el desenlace vaya a consistir en esta broma de mal gusto. A veces lo literal vence a lo metaf¨®rico y lo hace con crueldad y burla. Quiz¨¢ lo que se tema es que, cuando el virus se haya curado en sentido m¨¦dico, se adviertan sus verdaderos efectos, y todos los ¨®rganos del cuerpo social se muestren seriamente da?ados. El cuerpo social es, sin duda, una met¨¢fora, pero ni siquiera las met¨¢foras se libran de algunos virus cuando ¨¦stos act¨²an de manera incontroladamente literal.
Aunque resulta f¨¢cil que las ciudades desiertas y las horas desocupadas produzcan la siniestra impresi¨®n de que no habr¨¢ retorno a la normalidad, la estructura temporal del miedo es despiadada y quiz¨¢ deber¨ªa causar verg¨¹enza: cuando la alarma cese y las calles y oficinas se vuelvan a llenar de gente, el estado espectral de estas semanas se desdibujar¨¢ en la memoria de los supervivientes y costar¨¢ trabajo recordarlo. La invasi¨®n del temor implica, sobre todo, la dificultad de imaginar en serio qu¨¦ estar¨ªa ocurriendo en este lugar y en este instante si no se hubiera desatado el mal, pero los animales humanos se atemorizan por el futuro con la misma facilidad con que reh¨²yen la evocaci¨®n del miedo pasado. Hay quien cree que, por verse vulnerable, de pronto se ha vuelto bueno, como si no fuese cierto que somos vulnerables al olvido antes que a cualquier otra desgracia.
Antonio Valdecantos es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa en la Universidad Carlos III y autor, entre otros libros, de La excepci¨®n permanente y Manifiesto antivitalista.
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