?El fin de la soberbia?
Lo m¨¢s importante que nos muestra esta crisis y lo m¨¢s rescatable para el futuro de la humanidad es que pone en evidencia nuestra arrogancia
Se ha dicho que las crisis ilustran, que permiten apreciar lo que no parec¨ªa evidente, a pesar de que estaba ante nuestros ojos. Hannah Arendt escribi¨® que solo cuando un instrumento que usamos cotidianamente se descompone, nos fijamos en ¨¦l, en c¨®mo est¨¢ hecho, en su forma y estructura, para poder repararlo. De igual manera, esta crisis sanitaria evidencia lo que no funciona, no solo en nuestros sistemas de salud, sino en las sociedades en las que vivimos, en la relaci¨®n con la naturaleza y con los otros. Muestra los efectos sobre las sociedades de un sistema econ¨®mico que acent¨²a las desigualdades y que, por ello, implica m¨¢s riesgos de contagio para los menos favorecidos. Resalta las fallas de nuestros sistemas de salud, que han sido abandonados por las pol¨ªticas de austeridad aplicadas en casi todos los pa¨ªses del mundo y por privilegiar el inter¨¦s de las finanzas internacionales por encima del bienestar de sus ciudadanos. Esto ya ha sido discutido ampliamente y se espera que, ante la crisis sanitaria actual, los gobiernos de nuestros pa¨ªses rectifiquen el rumbo, como bien lo afirm¨® Alain Touraine en una entrevista para este diario.
Pero quiz¨¢ lo m¨¢s importante que nos muestra esta crisis y lo m¨¢s rescatable para el futuro de la humanidad, es que pone en evidencia nuestra arrogancia. En las ¨²ltimas d¨¦cadas, los m¨¢s optimistas han cre¨ªdo que la tecnolog¨ªa va a brindarnos las soluciones para enmendar los da?os que nuestro estilo de vida est¨¢ teniendo sobre la naturaleza. Es un pensamiento cient¨ªfico/m¨¢gico similar al de los economistas que afirmaban categ¨®ricamente, poco antes de la crisis global de 2007-2008, que casi da al traste con el capitalismo y con la econom¨ªa de varios pa¨ªses, que las coberturas financieras que se hab¨ªan creado para asegurar las inversiones de riesgo garantizaban que nunca m¨¢s habr¨ªa una crisis financiera; conocemos bien el resultado de estas predicciones. Por su parte, la falta de preparaci¨®n de casi todos los pa¨ªses del mundo ante la pandemia actual contrasta con las expectativas que ha generado la inteligencia artificial y la promesa de la biogen¨¦tica de ¡°derrotar a la muerte¡±, como pretende el trans-humanismo.
?Qu¨¦ fracaso tan impresionante ante el ataque de un ente microsc¨®pico! ?Y qu¨¦ terribles consecuencias para miles de personas afectadas directamente por el virus, y para los millones que sufrir¨¢n por la crisis econ¨®mica! Qu¨¦ exceso de lo que los antiguos griegos llamaban hubris, una actitud que fue retratada por Esquilo en su obra Agamen¨®n, cuando el rey de Argos regresa a su hogar luego de haber destruido Troya y acepta que se le ofrezca la alfombra p¨²rpura de los grandes guerreros, sin considerar que hab¨ªa sido ayudado por los dioses. Como sabemos, termin¨® asesinado por su esposa, Clitemnestra y su amante.
La fil¨®sofa Emmanuelle Coccia, en un art¨ªculo publicado en Le Monde, sugiere un sentimiento de liberaci¨®n de nuestra soberbia de cara a la impotencia que mostramos actualmente frente a un virus. Nos revela que no somos lo que cre¨ªamos ser: principio y fin del planeta, ni los ¨²nicos capaces de destruir a la humanidad. Si la inteligencia, el poder y la arrogancia han originado invenciones y avances espectaculares, tambi¨¦n han derivado en desastres; de la modestia podremos, quiz¨¢, aprender qu¨¦ tenemos que hacer para salvar a los ecosistemas. As¨ª como lo ha repetido hasta el cansancio la escritora Eliane Brun, el cambio clim¨¢tico tendr¨¢ consecuencias mucho m¨¢s catastr¨®ficas que las que est¨¢ causando el terrible drama humano, social y econ¨®mico que estamos viviendo, ya que amenazar¨¢ a la humanidad entera. Nuestros gobernantes, apoyados por algunos (cada vez menos) cient¨ªficos, apuestan por las nuevas tecnolog¨ªas para inventar un remedio, o incluso encontrar un planeta alternativo, para cuando se concrete la amenaza de la que habla Greta Thunberg, cuando clama que ¡°nuestro mundo est¨¢ en llamas¡±.
Algunos especialistas han dicho que la pandemia actual es una consecuencia de la presi¨®n de nuestra civilizaci¨®n sobre el medio ambiente y que puede considerarse como la primera epidemia de la crisis ecol¨®gica. Se argumenta que el colapso de las especies ha hecho desvanecerse las zonas de amortiguamiento entre los animales salvajes y nosotros. Lo mismo se produce cuando las zonas urbanas se acercan a las zonas selv¨¢ticas por la creciente destrucci¨®n de los h¨¢bitats naturales. Aunque pudi¨¦ramos dudar de que, en t¨¦rminos objetivos, esta crisis sanitaria es resultado de la destrucci¨®n de la biosfera, no hay duda que lo es en t¨¦rminos intersubjetivos. A diferencia de otras epidemias que han azotado a la humanidad en el pasado, desde hace varios a?os, numerosos cient¨ªficos y activistas arguyen insistentemente y cada vez m¨¢s visiblemente, que nos acercamos a una crisis de grandes proporciones. En ese sentido, la epidemia es la primera crisis de una nueva era y llega en un momento en el que una parte significativa de la poblaci¨®n mundial est¨¢ convencida de que estamos jug¨¢ndonos el destino de la humanidad.
Lo que es cierto es que, al igual que no estuvimos preparados para la actual crisis sanitaria, estamos a¨²n menos preparados para la crisis ecol¨®gica. Y, tambi¨¦n que, si bien las consecuencias de la crisis sanitaria son a¨²n desconocidas, la siguiente ser¨¢ mucho peor. Ante nuestra incapacidad a hacerle frente a la epidemia, es irrisorio pensar que la humanidad podr¨¢ inventar algo para evitar el deterioro de la biosfera.
Para afrontar la crisis sanitaria, muchos de nosotros consideramos que se requerir¨ªa una concertaci¨®n internacional. Y que para frenar el deterioro del medio ambiente se necesita un pacto global, o incluso fundar un gobierno mundial. Aunque es poco probable que esto suceda en el corto o mediano plazo, en la actualidad hemos visto actitudes de solidaridad entre pa¨ªses: Alemania ha aceptado un numero importante de enfermos de Francia e Italia, la Uni¨®n Europea ha facilitado recursos a la mayor¨ªa de los pa¨ªses del ¨¢rea para que resistan a la crisis econ¨®mica, China ha enviado m¨¢scaras y respiradores a varios pa¨ªses afectados, as¨ª como m¨¦dicos; como tambi¨¦n lo ha hecho Cuba. Los cient¨ªficos de todos los pa¨ªses est¨¢n colaborando para encontrar una vacuna y un remedio para la enfermedad. Pero tambi¨¦n hemos visto c¨®mo el Gobierno de los Estados Unidos intent¨® comprar una empresa alemana que avanzaba en la producci¨®n de la vacuna y desvi¨® un cargamento de m¨¢scaras destinado a Francia, en la misma pista de aterrizaje de un aeropuerto chino. Tambi¨¦n hemos presenciado la lucha en el seno mismo del Gobierno brasile?o entre el presidente y sus ministros y el cierre de casi todas las fronteras nacionales. Por otra parte, adem¨¢s de la falta de preparaci¨®n de la mayor¨ªa de los pa¨ªses ante una epidemia que preve¨ªan los especialistas, varios gobiernos se mostraron m¨¢s interesados por la econom¨ªa, que por la salud de sus habitantes. De igual manera, est¨¢ claro que el capitalismo es insensible a la ecolog¨ªa porque su prop¨®sito ¨²nico es el crecimiento econ¨®mico.
Es por ello que es poco probable que el deterioro del medio ambiente sea afrontado de manera directa y seria por los gobiernos. La soluci¨®n, entonces, tendr¨¢ que venir de cada uno de nosotros. Y, en este sentido, la crisis actual puede permitirnos albergar alguna esperanza. Durante el confinamiento hemos podido darnos cuenta de lo que es verdaderamente importante y nos hemos visto obligados a comprar lo local y a consumir menos. Tambi¨¦n se ha hecho patente la brecha social, la precariedad, la ausencia de un espacio decente donde vivir, la falta de recursos a los que se enfrentan los m¨¦dicos y enfermeros y los que salen cada d¨ªa, arriesgando sus vidas, para producir lo m¨¢s esencial. Podr¨ªa esperarse que, de esta toma de conciencia, se produjera una mayor solidaridad.
Tambi¨¦n hemos visto que cada uno de nosotros puede contagiar o ser infectado por el otro. Esto puede dar lugar a una actitud defensiva y de rechazo, pero tambi¨¦n puede generar conciencia de que dependemos el uno del otro, y que el comportamiento individual impacta sobre los dem¨¢s. Que ello se traduzca en un sentimiento de empat¨ªa depende de cada uno de nosotros. Esto puede despertar en cada ser humano la idea de que se requiere abrir los ojos ante los retos que enfrentar¨ªamos si no hacemos caso a la alerta que significa la actual epidemia para el futuro de la humanidad. Y que comencemos a actuar y a consumir de otra manera. Lo que dar¨ªa, a su vez, un nuevo impulso a los movimientos sociales que luchan por el medio ambiente y que reclaman un comportamiento m¨¢s consciente. Y que, cuando salgamos de la crisis actual pensemos, como apareci¨® escrito en una pared en Santiago de Chile durante las movilizaciones de finales del a?o pasado: ¡°La normalidad es el problema¡±.
?Il¨¢n Bizberg es investigador del Centro de Estudios Internacionales del Colegio de M¨¦xico.
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