No permitamos que nos quiten las calles
La carta del director del n¨²mero de junio recuerda algo que nunca hay que olvidar: si no se defienden los derechos ganados se corre el riesgo de perderlos
De todos los personajes que he descubierto en estos meses, uno de mis favoritos es Rollerina: banquero de Wall Street de d¨ªa, drag patinadora con disfraz de hada por la noche. Rollerina es uno entre los mil figurantes maravillosos que circulan por Studio 54, el documental que, por fin, cuenta la f¨¢bula de aquella discoteca neoyorquina donde, entre 1977 y 1980, pas¨® absolutamente todo, y todo, al son de una pol¨ªtica de puerta digna del Tercer Reich: las aglomeraciones en la entrada sal¨ªan en los peri¨®dicos. En Studio 54 hab¨ªa sexo en el s¨®tano, acr¨®batas colgados del techo y sobre la pista luces, m¨²sica disco y Bianca Jagger en un caballo blanco. Es una historia de ¨¦xito mete¨®rico y dos socios, Ian Schrager y Steve Rubell, que eran ¨ªntimos pero no pod¨ªan ser m¨¢s opuestos. Ten¨ªan en com¨²n la ambici¨®n, eso s¨ª, y una legi¨®n de enemigos creciente, belicosa y azuzada por cada humillaci¨®n del portero (nunca subestimes la capacidad para odiarte de alguien a quien no has dejado entrar en tu local, ni para cocinar su venganza durante la vuelta a casa). Con el ¨¦xito lleg¨® el dinero, con el dinero naci¨® la contabilidad creativa, y con las drogas camp¨® la desinhibici¨®n y cierta sensaci¨®n de impunidad: en el punto ¨¢lgido del fen¨®meno, los c¨®micos televisivos caricaturizaban a Rubell hablando a los medios con la cara manchada de polvo blanco. Aparecieron presuntos v¨ªnculos con la mafia, fajos de billetes en el altillo, problemas con la justicia y Roy Cohn, un abogado a la vez macartista y homosexual. Todo sali¨® mal, claro. Rubell y Schrager terminaron en la c¨¢rcel.
En un momento del documental, en un fragmento de un v¨ªdeo de la ¨¦poca, dos 'drag queens' afirman sentirse como en casa en aquel local. En una ¨¦poca en la que te pod¨ªan apalear por la calle si vest¨ªas o te delatabas de cierta manera, la discoteca era uno de los pocos lugares seguros
El ascenso y ca¨ªda de Studio 54 se ha contado mil veces, igual que la interminable lista de nombres famosos que pasaron por all¨ª y el clima de permisividad que disfrutaban. Pero sigue funcionando porque es como la vida misma, con todos sus problemas y contradicciones, pero m¨¢s divertido y mejor. En un momento del documental, en un fragmento de un v¨ªdeo de la ¨¦poca, dos drag queens afirman sentirse como en casa en aquel local. En una ¨¦poca en la que te pod¨ªan apalear por la calle si vest¨ªas o te delatabas de cierta manera, la discoteca era uno de los pocos lugares seguros, si no el ¨²nico, donde poder hacerlo.
Yo me hice adulto a finales de los noventa, y crec¨ª con la idea err¨®nea de que el Orgullo, Chueca y el estereotipo del homosexual maquillado eran manifestaciones estridentes y anacr¨®nicas que no se correspond¨ªan con la imagen del gay integrado, moderno y normal: un perfecto hombre metropolitano que hab¨ªa superado tan primitivas formas de reivindicaci¨®n. En mi descargo he de decir que me apoyaba en una certeza que, tristemente, tambi¨¦n ha resultado ser falsa: que la l¨ªnea del progreso social es por fuerza ascendente, y que una vez conquistadas ciertas libertades ya solo se puede avanzar. En mi cabeza, todo lo que se hab¨ªa conseguido estaba ah¨ª para quedarse y expandirse. Con la informaci¨®n llegar¨ªa la iluminaci¨®n, incluso a aquellos que estaban en contra, y todos ser¨ªamos felices en nuestra tolerancia limpia y brillante como una sala de espera.
Me acord¨¦ de todo esto, y de Rollerina, viendo v¨ªdeos de agresiones verbales por la calle durante el D¨ªa Internacional contra la Homofobia, la Transfobia y la Bifobia. Y me volv¨ª a acordar poco despu¨¦s durante las manifestaciones convocadas por la ultraderecha, en las que algunos asistentes, envueltos en banderas de Espa?a, insultaban incluso a los reporteros de la tele.
Studio 54 cerr¨® en 1980, sepultada por Ronald Reagan, el sida y una ola de conservadurismo que, ir¨®nicamente, coincidi¨® con el momento de m¨¢xima apertura social de nuestro pa¨ªs. Un momento que hemos logrado prolongar hasta hoy. No permitamos que nos quiten la bandera, ni que nos manden a ser libres a las discotecas. Ni a nosotros ni a Rollerina, que a su edad ya no debe estar ni para patines ni para bailes, pero hasta hace poco s¨ª segu¨ªa llevando su velo rosa por Nueva York. ¡°Si me siento en el metro, la gente piensa que soy una se?ora¡±.
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