El arquitecto convertido en pobre hombre
Al valenciano Rafael Guastavino, tan famoso como olvidado, le llueven las biograf¨ªas. Andr¨¦s Barba hilvana la vida de quien fue capaz de patentar una t¨¦cnica constructiva medieval para dotar los edificios de Nueva York de un estilo. Lejos de cualquier ¨¦pica, la narraci¨®n rescata una sucesi¨®n de esfuerzos, logros y humillaciones, la vida de una persona corriente en medio de un marco excepcional
Andr¨¦s Barba es un escritor valiente. No solo se ha atrevido a biografiar a uno de los arquitectos m¨¢s pintorescos de la historia. Lo ha hecho por duplicado: rescatando en Vida de Guastavino y Guastavino (Anagrama) la de los dos Rafael Guastavino, padre e hijo, el iniciador y el continuador de la exportaci¨®n de las b¨®vedas tabicadas a Norteam¨¦rica. Y lo ha hecho partiendo de la misma premisa-excusa: ¡°No sabemos nada y la historia es mentira y el amor no existe¡±.
El problema de tratar de escribir una biograf¨ªa doble en 100 p¨¢ginas es que, por mucha novela que tengan las vidas ¨Cque sabemos que la tienen superando con creces cualquier ficci¨®n¨C uno siempre acaba encontrando a un pobre hombre. Es eso ¨Cc¨®mo olvidarlo en estos d¨ªas de miedo y desorientaci¨®n¨C lo que nos une como especie: el dolor, el miedo y ¨Ccada uno como puede¨C la construcci¨®n de la esperanza. Por eso la tentaci¨®n de explicar una vida desde el dolor, la duda o la torpeza genera verosimilitud, es decir: cercan¨ªa. Y desdibuja cualquier logro: t¨¦cnico, econ¨®mico o vital. Sin embargo, de la misma manera que no tendr¨ªa sentido una hagiograf¨ªa que omitiera que Marie Curie muri¨® del c¨¢ncer que le produjeron las radiaciones que investig¨® para curar el c¨¢ncer, no ser¨ªa justo centrarse solo en la equivocaci¨®n, la torpeza y la enfermedad para retratar a la mujer que obtuvo el premio Nobel de qu¨ªmica. Y el de f¨ªsica.
Con recursos narrativos borgianos para instalar al lector en la duda entre la imaginaci¨®n y los hechos y empujarlo hacia el juego de la verdad ¨Cal fin y al cabo siempre parcial, esquiva y relativa¨C, Barba empieza con un cl¨¢sico: excusatio non petita, accusatio manifesta. Anota que la sociedad nos hace confundir informaci¨®n con sabidur¨ªa para rematar su conocimiento-convencimiento a modo de advertencia: ¡°No importa cu¨¢n documentado est¨¦ un texto, una biograf¨ªa es inevitablemente una ficci¨®n¡±. Cierto. Cualquier relato lo es, pero si la documentaci¨®n del andamiaje que lo sustenta no es lo suficientemente plural, puede que al final el que termine por aparecer entre l¨ªneas sea m¨¢s el bi¨®grafo que el biografiado.
As¨ª, quien empieza contando que la historia es mentira y el amor no existe, dedica el libro a su hijo Roque. Y es dif¨ªcil intuir que tras una dedicatoria a un ni?o se esconda una astucia m¨¢s que una contradicci¨®n. Tras esas palabras nos ponemos a perseguir a Rafael Guastavino que se embarca hacia Nueva York en 1881 con una estafa a las espaldas, la chica de servicio como compa?era y un ni?o, solo uno de sus hijos, el otro Rafael Guastavino ¨Cde car¨¢cter aparentemente distinto pero, atendiendo a la ficci¨®n de Barba¨C, de naturaleza y logros cercanos.
Una biograf¨ªa que especifica: ¡°se sabe que por ejemplo se muda a Barcelona con 17 a?os y se aloja en casa de su t¨ªo¡±. Para a continuaci¨®n opinar que el t¨ªo es ¡°demasiado rico para no ser aprovechado¡± o que Guastavino ¡°abomina de Valencia y de su padre ebanista¡± sin aclarar por qu¨¦, m¨¢s bien es una ficci¨®n. O, ay, una rabieta.
Lo mejor de la ficci¨®n biogr¨¢fica ¨Cdisculpen el palabro¨C perpetrada por un buen escritor como Barba es que tras leerla ya no sabremos nunca qui¨¦n fue Guastavino, si el padre, el hijo, una mezcla de ambos o ninguno de los dos. Es decir: nos quedaremos dudando para los restos. Eso redundar¨¢ en su leyenda. Y como leyenda es un ejercicio optimista de superaci¨®n: un tipo sin estudios que patenta un sistema constructivo medieval y que consigue levantar la identidad de una ciudad en construcci¨®n: Nueva York. Eso, lo dec¨ªamos, multiplicado por dos. Hubo dos Rafael Guastavino constructores en Nueva York. Ambos llegaron en barco. Ambos triunfaron y fracasaron. Ambos estuvieron acompa?ados ¨Cen alg¨²n momento¨C por mujeres que los entendieron. O no. Ambos tuvieron hijos. Ambos construyeron la pionera arquitectura s¨®lida y art¨ªstica que se levant¨® en Boston y en Manhattan. Ambos vieron llegar la muerte como hab¨ªan visto llegar el fin de su tiempo. Como hab¨ªan intuido el horizonte de sus vidas.
Los ricos ¨Cde Barcelona primero o de Nueva York despu¨¦s¨C como?¡°los G¨¹ell, los Muntadas, los Oliver, los Blajot¡± o ¡°los Vanderbilt, los Morgan, los Rockefeller¡± act¨²an en esta novela como el coro. Aparecen de vez en cuando en el relato como la voz de la sabidur¨ªa, que tambi¨¦n puede leerse como del resentimiento, ¡°esa extra?a fragilidad aleatoria con que los ricos eligen a sus amigos menos ricos pero s¨ª inteligentes, menos ricos pero grandes artistas para dar color a sus vidas y sacudirse el enorme aburrimiento¡±. Le ha faltado a Barba escribir guapos, como si el dinero no sirviera tambi¨¦n para eso: para ser m¨¢s guapos, cultos e inteligentes, nobleza obliga, que los pobres con los que ¨¦l quiere distraerlos. ¡°Eso que tan bien saben hacer los G¨¹ell, los Muntadas, los Oliver, los Blajot: esperar y dejar que se maten los idiotas¡±. Escribe Barba para describir la paciencia que tambi¨¦n es la educaci¨®n. Y ah¨ª da con una de las claves del libro: ?qui¨¦n es el idiota? Contestar a esa pregunta nos ayudar¨ªa a tratar de entender mejor no lo que pensaron los Guastavino, lo que piensa el propio Barba.
As¨ª, escrita desde el descreimiento ¨C¡°Adora a tu ciudad pero no mucho tiempo¡±, anota citando a Eugenio Montejo¨C,?en esta biograf¨ªa parece aflorar con frecuencia el escritor respirando por heridas ajenas. Puede ser un ejercicio de riesgo, de introspecci¨®n o de egocentrismo. No lo es de empat¨ªa. Puede que ¨¦l mismo se relacione con el destierro, puede que rabie ante los que se quedan ¡°siendo m¨¢s tontos que uno mismo¡±. Naturalmente no sabemos si es cierto o no que Barba sea o piense as¨ª, pero podr¨ªa perfectamente serlo, si le aplicamos el trato que ¨¦l le ha dado a Guastavino. A los dos Guastavino.
El autor resulta elocuente cuando resume en una frase: ¡°Guastavino comprendiendo de pronto que ese pa¨ªs al que ha llegado sencillamente no tiene arquitectura porque no tiene historia¡± (vamos a dejar la de los amerindios para otro d¨ªa). O, avanzado el libro: ¡°Sin nostalgia de la historia, no hay arquitectura nacional¡±. Y en otras ocasiones resulta lejano. Por ejemplo, le llama la atenci¨®n que a Guastavino le costara adaptarse a Nueva York porque no hab¨ªa vino (es la ¨²nica exclamaci¨®n del relato). Eso lleva a sospechar que Barba ni conoce ni quiere conocer lo que siente alguien acostumbrado a comer o cenar con vino ¨Cno un alcoh¨®lico que podr¨ªa pasarse al whisky por ejemplo¨C al tener que comer con agua. O con leche. Tal vez m¨¢s bien algo parecido a un fumador que tiene que sustituir el humo por un chicle. No sabemos si el escritor busca decirnos que en lugar de echar de menos a su t¨ªo, o a sus otros hijos, echa de menos el vino o si busca indicar que necesitar algo siempre es un s¨ªntoma de debilidad. A menos que ese algo, esa nostalgia, sea de lo grande: el conocimiento, la historia, el amor, la gran literatura.
Ay, la literatura con may¨²sculas. No hay nada m¨¢s alejado de una hagiograf¨ªa que este intento biogr¨¢fico, cierto. Y eso es clave para escribir una biograf¨ªa cre¨ªble: evita a toda costa empatizar con el biografiado. Pero ?qu¨¦ ocurre si estamos escribiendo una novela? No hay desidia en la escritura pero s¨ª parece haber fastidio. La sensaci¨®n que puede tener el lector es que el escritor llega a despreciar al retratado: ¡°la tosquedad de nuevo rico que Guastavino reconoce porque es la suya¡±. Lo llama ladr¨®n y pusil¨¢nime. Llama pusil¨¢nime a alguien que despu¨¦s de dejarlo todo y reinventarse continuamente duda o se viene abajo. Ese trato convierte las dudas que va acumulando el lector en certezas: al bi¨®grafo, lejos de buscar entender los defectos propios de las virtudes, le repele el personaje. Como dir¨ªa Jorge Lozano, no es que a Barba no le guste Guastavino, es que le da asco: ¡°Qui¨¦nes somos para decir nada si a ratos hasta nos asusta que Guastavino nos caiga mal, o peor, que nos resulte indiferente¡±. Esa indiferencia hubiera sido un punto de partida para conseguir una biograf¨ªa estricta?¨Cdesapasionada, es cierto¨C, pero por lo menos un relato en el que apareciese m¨¢s el retratado que el retratista.
Es cierto que Barba no se oculta. La b¨²squeda de Guastavino le genera dudas incluso sobre s¨ª mismo: "Aqu¨ª, en el centro de este libro lleno de parches y blancos de informaci¨®n, tan reprochable, suponemos, en tantos sentidos", escribe autocritic¨¢ndose, para desdecirse a l¨ªnea seguida:?¡°Hay algo que no es reprochable, algo en lo que no hay duda¡±. Y pasa a escribir un dato. Pero tal vez el lector hubiera preferido leer las dudas de Guastavino ¨Cde cualquiera de los dos¨C que las de Barba.
Es tal la exigencia de Barba con Guastavino que para cuando habla de las primeras patentes (sus primeros ¨¦xitos) en 1887 y contin¨²a diciendo que pasan los a?os y estalla el p¨¢nico financiero (en 1884), el lector ya ha pasado a ser exigente con ¨¦l y ese baile de fechas le refuerza la sensaci¨®n de escarnio.
Como si su autor temiera ser cursi, ben¨¦volo, flojo o ¡°un mandado¡±, en este libro hay m¨¢s reflexiones literarias del propio Barba que pensamiento de Guastavino. Hay m¨¢s desprecio que aprecio y m¨¢s cuestionamiento que esperanza. Uno puede intuir que hay m¨¢s literatura en lo terrible que en la supervivencia ¨Cf¨ªsica, mental y emocional¨C de un biografiado. Pero es el reflejo de la debilidad, y no el castigo por ella, lo que nos acerca a los personajes.
As¨ª, el de Barba es un notable ejercicio narrativo. Es ingenioso ¨Ccomo lo son las b¨®vedas tabicadas¨C pero, con frecuencia, est¨¢ m¨¢s centrado en su propio ingenio que en el de los arquitectos. Por eso apenas es un esbozo biogr¨¢fico. Ir¨®nico y bastante inmisericorde, se dir¨ªa que el escritor metido a investigador le perdona la vida al biografiado olvidando el detalle de que son ellos, los pobres Guastavinos, los que justifican este libro. En ese trato exigente, el lector advierte una cualidad que Barba siempre tiene consigo mismo, pero tal vez no a la hora de contar la vida de otro.
Babelia
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