Al Himalaya con mam¨¢
Un trayecto en moto desde Katmand¨² hasta Pokhara a la b¨²squeda del Annapurna, la d¨¦cima cumbre del planeta, por carreteras llenas de baches y con controles mao¨ªstas
Al llegar a Katmand¨² recib¨ª un correo electr¨®nico de mi madre. Como todo en esa temible se?ora de 74 a?os, era fat¨ªdico y sin apelaci¨®n posible. ¡°Hijo, he visto en Facebook que est¨¢s en Nepal. Necesitas buenas fotos del Annapurna para tu blog. Te har¨¦ de fot¨®grafa. Llego ma?ana¡±.
Por un lado me ilusionaba verla. Llevo ocho meses fuera, viviendo con lo poco que cabe en las maletas de una motocicleta. Pero la idea de recorrer con ella de paquete estas terribles carreteras asi¨¢ticas era inquietante.
Camino del aeropuerto encuentro una marcha por un Estado sherpa independiente. Cuando no es una huelga, hay una manifestaci¨®n. Tras la guerra civil, Nepal es una rep¨²blica dividida entre dos poderes. El Gobierno y los mao¨ªstas. Lo curioso es que estos son tambi¨¦n miembros del Gobierno, lo que no impide que prosigan las protestas.
Varios occidentales van saliendo del avi¨®n. Un p¨¢lido lama escoc¨¦s con ropones rojos, un grupo de trekkers, dos ejecutivos impecablemente vestidos, una pareja de hippies americanos que han venido a recoger a los padres de ella. El novio y la suegra se saludan con un abrazo de apenas una fracci¨®n de segundo. Sin calor f¨ªsico, contacto, ni afecto, abrazos de horchata.
Y entonces aparece mi madre. Nosotros s¨ª que nos abrazamos de verdad. Lleva m¨¢s de veinte horas de aviones y salas de espera, pero sigue desprendiendo una energ¨ªa extraordinaria. ¡°?D¨®nde nos vamos a alojar?¡±, pregunta. ¡°Estoy en un albergue del centro¡±, digo. ¡°Ah, no¡±, protesta. ¡°Yo quiero ir al Dwarika¡¯s¡±.
Una rebaja
El Dwarika's es uno de los mejores hoteles de la ciudad. Un aut¨¦ntico museo de artesan¨ªa nepal¨ª. Un lugar que vale la pena visitar. El problema es el precio. Pero es imposible negarse. De modo casi milagroso consigo una sustancial rebaja y que me dejen meter la moto dentro para una sesi¨®n fotogr¨¢fica.
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Cerca est¨¢ el templo hinduista de Pashupatinath, el m¨¢s antiguo, a orillas del r¨ªo Bagmati. Declarado patrimonio mundial, es centro de peregrinaci¨®n y crematorio de cad¨¢veres. Interminables escaleras llevan hasta la cima, tomada por un centenar de monos que aprovechan las ofrendas alimenticias mejor que los dioses.
En Plaza Durbar se halla un curioso templo de madera, reconstrucci¨®n del primigenio que hace miles de a?os diera nombre a la ciudad, as¨ª como la residencia de esa desgraciada ni?a diosa, la Kumari. ¡°Una tradici¨®n perversa¡±, comenta mi madre. La cr¨ªa no puede pisar el suelo, no se relaciona con otros ni?os y no tiene una vida normal. Es una divinidad, s¨ª, pero solo hasta que tiene la primera menstruaci¨®n, entonces es devuelta a su casa. ¡°Ya me contar¨¢s qu¨¦ futuro tiene alguien que ha vivido aislado sus primeros a?os¡±, a?ade.
Viajar a Pokhara no es f¨¢cil. Tr¨¢fico, monta?as, baches y curvas. Topamos con un control de mao¨ªstas. Exigen peaje. Intento esquivarlos adelantando al coche que me precede, pero el carril es estrecho y golpeo su parachoques con mi maleta. La moto queda con la rueda delantera dentro de una acequia. Para sacarla me tienen que ayudar estos filibusteros de la dictadura del proletariado.
¡°Ya tienes historia¡±, comenta mi madre divertida mientras hace fotos, ¡°los mao¨ªstas te acaban echando una mano¡±.
La carretera del valle de Katmand¨² es ondulada, serpenteante, preciosa; sin embargo, se hace interminable con tanta curva y tanta aldea. Siete horas despu¨¦s arribamos molidos y hambrientos a Pokhara. Pero como ocurre una vez se termina con bien un largo viaje, delante de una buena cerveza Everest las cosas ya no parecen tan terribles y uno puede re¨ªrse de ellas y tambi¨¦n de uno mismo. Hasta el d¨ªa siguiente, claro.
A las siete de la ma?ana aparece mi madre. ¡°Hay que hacer fotos del Annapurna. ?Espabila!¡±
Salgo adormilado. Entonces lo veo. Es enorme, fabuloso. Las paredes nevadas refulgen ros¨¢ceas. Domina el pueblo como un celoso guardi¨¢n. Para conseguir buenas tomas vamos a la Pagoda de la Paz, sobre el monte que est¨¢ al otro lado del lago Phewa. Para llegar hay que subir una empinada senda sin asfaltar sobre el abismo. Es sobrecogedor. Cuando llegamos al lugar desde donde se ve bien el enorme macizo mi madre se apea y se dirige hacia m¨ª: ¡°En realidad, he venido porque esa monta?a habla. A todo el que tiene delante le dice algo. Quiero escuchar lo que te dice y que por estar conmigo eso no se te olvide nunca¡±.
Me enfrento a la majestad p¨¦trea y la veo como realmente es: un espejo. Un espejo de nieve, cielo y sol. El m¨¢s alto y puro del planeta. Alcanzar esa cima debe ser parecido a lo que siento cuando llego a un destino lejano despu¨¦s de rodar sobre un mill¨®n de piedras para escribir sobre las peque?as historias que encuentro. Hay algo profundo en ello. No s¨¦ qu¨¦ es exactamente, pero ahora s¨¦ que existe y que vale la pena.
¡°?Lo ves?¡±, me dice mi madre con voz suave, ¡°ten¨ªa que venir para que lo escucharas, porque con tanto blog y tanto Facebook se te estaban olvidado las verdaderas razones. Ahora s¨¢came pronto de aqu¨ª, que me da mucho miedo este precipicio.
? Miquel Silvestre sigue la Ruta de los Exploradores Olvidados en www.unmillondepiedras.com
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