El fin del mundo es un sitio extra?o
Acaba la aventura. M¨¢s de un a?o dando la vuelta al mundo a lomos de Atrevida. Nos despedimos de la motocicleta de Miquel Silvestre, tras cruzar Canad¨¢, en el C¨ªrculo Polar ?rtico, donde las iglesias tienen forma de igl¨² y el sol no sale en invierno ni se pone en verano
Estoy muy cerca de completar mi vuelta al mundo. Desde Manila volar¨¦ a Vancouver, Canad¨¢. Me hace mucha ilusi¨®n recorrer Norteam¨¦rica. Despu¨¦s de ocho meses, estoy harto de Asia, del calor, la poluci¨®n y el exceso de gente. Necesito aire limpio, espacios abiertos y amplitud. Vuelo con Air Philippines. La moto debo meterla en la caja y mandarla por flete mar¨ªtimo. Supondr¨¢ 25 d¨ªas de espera pero mandarla por avi¨®n resulta prohibitivo.
La ciudad m¨¢s grande de la Columbia Brit¨¢nica me agrada por su limpieza, su aire puro, su desarrollo y su ambiente liberal, pero me resulta extremadamente fr¨ªa. Humanamente fr¨ªa, me refiero. Casi imposible obtener una sonrisa espont¨¢nea. Esta frialdad deber¨ªa irritarme, pero por ahora no es as¨ª. Vengo muy gastado de ?frica, de India y sobre todo de Asia. Demasiada proximidad entre los seres humanos. Caer de pronto en el l¨ªmpido Canad¨¢ de las mil y una reglas me est¨¢ resultando como una cura de silencio y autonom¨ªa personal. Nadie me mira por la calle. Solo eso ya es un cambio tan radical con lo que he vivido los ¨²ltimos meses que me parece estar flotando. En pocas semanas aborrecer¨¦ esta asepsia anglosajona, mas ahora la disfruto como un lujo.
Mientras espero a Atrevida, BMW Motorrad Canad¨¢ me deja una RT 1200 gracias a las gestiones de la filial espa?ola. Voy a poder seguir buscando exploradores olvidados en la Isla de Vancouver. El viaje hasta Horsebay es corto. Un desv¨ªo hacia el puerto. La carretera desciende pronunciadamente hasta una bah¨ªa encerrada entre monta?as. Es viernes y la cola del ferry es casi kilom¨¦trica.
El barco es moderno, lleno de comodidades. Cafeter¨ªa, tienda de recuerdos y hasta wifi. Desde la proa se divisa un horizonte encrespado de islas, fiordos y montes. Hoy est¨¢ cubierto de nubes tot¨¦micas, apelmazadas y desafiantes. Pero no llueve. Una hora y 45 minutos despu¨¦s llegamos a Nanaimo. La autov¨ªa del norte trae mucho tr¨¢fico y sem¨¢foros, aunque a medida que nos vamos alejando de la poblaci¨®n se va despejando. Cuando tomo la desviaci¨®n hacia Tofino, la ruta se encrespa y revira. Hay que cruzar las monta?as que hacen de espinazo de la isla.
La cordillera tiene las cumbres nevadas y caudalosos r¨ªos lamen sus faldas. Es inmensa. Todo en Am¨¦rica es inmenso. Es gigante. Y casi todo est¨¢ por explorar. Los canadienses han hecho un buen trabajo y tienen unas buenas infraestructuras, pero esto es tan vasto que apenas han ara?ado un poco esta geograf¨ªa descomunal y salvaje.
Tofino, en el extremo de una pen¨ªnsula, es una localidad tur¨ªstica dedicada al surf y a la contemplaci¨®n de las ballenas. Dicen que es el ¨²nico spot surfero de todo Canad¨¢. Por supuesto, surf con neopreno de varios mil¨ªmetros. Falta una e?e en el nombre. El pueblo se llama as¨ª en honor de Vicente Tofi?o, cosmografo, director de la escuela de Guardamarinas de C¨¢diz y maestro de Dionisio Alcal¨¢ Galiano. Un ilustrado para una Espa?a que no quer¨ªa saber nada de conocimientos y ciencia.
En la costa oeste se encuentran las playas de arena, largas y planas. Me alojo en una caba?a de la Mackenzie Beach. El lugar es paradisiaco. Estoy frente al mar. Tengo algunos ¨¢rboles delante. El liquen se adhiere a su corteza y a trav¨¦s del entramado que forman diviso un sol terco. No se acaba de hacer de noche.
Tan al norte, los d¨ªas son largos, casi eternos. El color del cielo es de un azul desva¨ªdo. Descolorido. Lo que veo me recuerda a las pinturas holandesas. Parejas y familias pasean junto al agua. Algunos van en bicicleta, otros llevan perros, aquellos otros corren. Pero todo termina y hasta este astro obcecado se acaba rindiendo de cansancio. Poco a poco el resplandor se apaga.
Despierto en mi caba?a frente al mar. Descorro las cortinas y una luminosidad cenicienta invade el b¨¢sico dormitorio. Sigue lloviendo. Una lluvia translucida y fina que abrillanta los perfiles.
?Descubridor o contador de milongas?
Al atardecer llego a la peque?a localidad de Port Renfrew, en la costa oeste y al final del Estrecho de Juan de Fuca. La carretera est¨¢ hendida en el bosque compacto de cedros y con¨ªferas. Tienen algo de tel¨²rico estas selvas impenetrables. Ominosas. H¨²medas. Alcanzo la cima. Hay un enorme cartel¨®n. Botanical Garden Juan de Fuca. El bueno de Ionis Foka, nacido griego y vecino de Tefalonia, quien pudiera ser tanto uno de los m¨¢s grandes exploradores al servicio de Felipe II o un enorme impostor. Se supone que fue primer europeo que naveg¨®, en el siglo XVI, el estrecho entre lo que hoy son Canad¨¢ y Estados Unidos.
Las ¨®rdenes del Virrey de la Nueva Espa?a eran intentar encontrar el m¨ªtico Estrecho de Anian que unir¨ªa el Pac¨ªfico con el Atl¨¢ntico. Juan de Fuca afirm¨® haberlo encontrado aqu¨ª. Regres¨® a Acapulco y pidi¨® prebendas que nunca le fueron concedidas. Enfadado, puso proa a Espa?a donde tampoco se le hizo mucho caso. Entonces contact¨® con un ingl¨¦s llamado Locke a quien cont¨® toda la historia. Fue este Locke quien escribi¨® el relato, a?adiendo el pintoresco dato de que el decepcionado Juan de Fuca estaba dispuesto a enrolarse en la Armada de Isabel de Inglaterra. No se tienen m¨¢s noticias del personaje hasta que en 1787 un capit¨¢n ingl¨¦s, Barkely, navega el estrecho y le pone el nombre de Juan de Fuca, aunque tanto en su descripci¨®n como en su ubicaci¨®n geogr¨¢fica comete errores de bulto. Muchos creen que en realidad lo ¨²nico que descubri¨® Fuca fueron sus propias ganas de enriquecerse contando milongas. Sea como fuere, hoy el estrecho lleva su nombre y tambi¨¦n este inmenso bosque asomado al mar.
Un hijo del siglo de las luces
La carretera hacia el lago Cowichan resulta maravillosa. Tras cruzar la isla de un extremo al otro, Llego a Crofton. De aqu¨ª sale el ferry para Saltspring Island y de ah¨ª otro a Galiano Island, una isla diminuta y alargada de estrecha carreterita que la surca de norte a sur. Llamada as¨ª en honor a Dionisio Alcal¨¢-Galiano, hijo de esa Espa?a que pudo haber sido y no fue. Un ilustrado, un hombre de su tiempo, del siglo de las luces, miembro de una generaci¨®n culta que puj¨® por un futuro mejor para su patria. Miembro de la expedici¨®n de Alejandro Malaespina y encargado por ¨¦ste de la exploraci¨®n de Alaska y Canad¨¢ en busca de ansiado paso al Atl¨¢ntico, fue el primero que circunnaveg¨® la Isla de Vancouver, atraves¨® el Estrecho de Georgia que la separa del continente y descubri¨® el Archipi¨¦lago del Golfo. Cient¨ªfico ante todo, sin embargo muri¨® como un h¨¦roe en la batalla de Trafalgar. Antes de que una bala le volara la cabeza grit¨®: ¡°?Ning¨²n Galiano se rinde!¡±.
Hacia el C¨ªrculo Polar
Tok, en Alaska, es el primer n¨²cleo urbano que se encuentra tras cruzar la frontera canadiense de Alcan. Peque?o villorrio de casas dispersas. Campings, restaurantes y supermercados que despiertan del oscuro letargo invernal y tratan de hacer el agosto en cuatro meses de luz solar y algo de calor.
A unos cincuenta kil¨®metros comienza la Top of the World Highway, una pista de monta?a que cruza de Alaska a Yuk¨®n. Solo abre en verano y el escenario es de una grandiosidad que emociona. M¨¢s o menos a la mitad del recorrido aparece una posta decr¨¦pita con dos surtidores oxidados, una tienda de recuerdos y un cami¨®n cocina que vende hamburguesas. Es Chicken, una peque?a comunidad fundada por mineros.
La linde fronteriza de Poker Creek est¨¢ en lo alto de una loma. Es la frontera m¨¢s al norte entre Estados Unidos y Canad¨¢. Solo la usan aventureros y cazadores. Hay dos agentes muy j¨®venes. Est¨¢n acostumbrados a los moteros que vienen y van. La pista desciende abruptamente a trav¨¦s de parajes desolados hasta el valle del Yuk¨®n. El r¨ªo es inmenso, caudaloso y no hay puente. Una barcaza traslada veh¨ªculos gratuitamente al otro lado, que es donde se encuentra la ciudad nacida al calor de la fiebre del oro del Klondike. En 1897 se desat¨® una histeria colectiva en Estados Unidos y cien mil personas se pusieron en marcha para alcanzar este lejano territorio. Sin comida para pasar un a?o entero, el gobierno canadiense no los dejaba pasar. Apenas llegaron unos 30.000. Su denodado empe?o se conoce bien porque hab¨ªa comenzado ya la ¨¦poca de la fotograf¨ªa port¨¢til.
3.500 personas y ninguna normal
Dawson City nos recibe con sus calles sin asfaltar, sus edificios de decorado de espagueti western y sus decenas de chalados, hippies y personajes de c¨®mic que buscan el final del mundo. A ellos hay que sumarles los doscientos sesenta motoristas que han tra¨ªdo sus trail hasta el rally anual Dust to Dawson.
La Dempster Highway es el gran desaf¨ªo canadiense. Unos 770 kil¨®metros de pista de grava que suben directamente al C¨ªrculo Polar ?rtico y una sola gasolinera. Hace un d¨ªa soleado y circulamos a buen ritmo. Los parajes son espectaculares. Primero nos reciben unas monta?as p¨¦treas y peladas. Luego se extienden los p¨¢ramos. M¨¢s adelante, la ruta sigue paralela a un r¨ªo de color ocre que huele a azufre. A lo lejos divisamos una columna de humo. Es enorme, compacta, densa. Un incendio forestal. Nadie se encarga de extinguirlo. Cuando por fin avanzo a trav¨¦s del bosque quemado, el olor es insoportable. La humareda me envuelve como si fuera niebla londinense y el sol empieza a declinar con lentitud. Enrojece el horizonte y rodamos como en mitad de un sue?o, haciendo crepitar la grava bajo nuestras ruedas de tacos.
Estoy agotado pero no puedo detenerme. La jornada se hace interminable. La Dempster no es dif¨ªcil. Es larga. Eterna. Ya no hay bosque ni pradera, sino una sucesi¨®n de ¨¢rboles delgados, ralos y miserables sobre cuyas copas desmochadas se esconde un sol rojo que no calienta. Cuando llevo m¨¢s de doce horas conduciendo aparece Eagle Plains en una recta en mitad de la tundra. Aqu¨ª es donde est¨¢ la ¨²nica gasolinera y el ¨²nico hotel. El precio es alt¨ªsimo: 160 d¨®lares. Pero no hay opci¨®n ni competencia. Traer v¨ªveres hasta aqu¨ª es complicado y costoso. El agua la bombean desde kil¨®metros de distancia para mantener esta aislada posta en mitad de la nada.
Cruzamos la frontera dom¨¦stica de Northwest Territories cuando va descargar la tormenta sobre la inmensidad del Tombstone Park. El viento arrecia. Hace fr¨ªo. Entonces el infierno se arroja sobre nosotros. Granizo, rayos, truenos. No hay refugio. Con el agua, la pista se convierte en una pista de patinaje. Lo que ayer era para¨ªso hoy es el averno. Y as¨ª tengo que circular durante horas y coger dos barcazas que cruzan caudalosos r¨ªos.
El cansancio puede ser peligroso. Circulo sobre la grava espesa como un aut¨®mata. Todav¨ªa quedan 50 kil¨®metros hasta Inuvik y eso supone m¨¢s de una hora. En este estado de extenuaci¨®n me juego el tipo. No tengo provisiones y deseo una cama y una cerveza, pero aunque el sol no se ponga, s¨¦ que es muy tarde. Decido parar y montar la tienda. Me rodean millones de mosquitos hambrientos, pero no hay m¨¢s remedio. En cinco minutos est¨¢ plantada y en diez estoy roncando.
A las 9 despierto, recojo en un santiam¨¦n y salgo. La pista est¨¢ incluso peor, pero estoy fresco y ya puedo conducir sin riesgo. No llueve y en una hora piso el asfalto que lleva del aeropuerto a Inuvik. Aparezco en el centro de un poblach¨®n destartalado que vive de los subsidios y los altos sueldos que se pagan por mantener a la gente aqu¨ª. Una iglesia cat¨®lica con forma de igl¨². Casas bajas, edificios dispersos, calles sin asfaltar, nativos alcoholizados, dos estaciones, pocos hoteles y caros y un B&B por 115 d¨®lares. Gruesas tuber¨ªas a ras de suelo. Barracones. Tiene aspecto de ciudad prefabricada, de campamento de refugiados. Todo llega hasta aqu¨ª en avi¨®n durante el verano y en cami¨®n por carretera helada en invierno. Esto es el verdadero final del mundo. Viven 3.500 personas y ninguna parece normal.
Imposible ser normal en un sitio con ocho meses de helada oscuridad y cuatro de luz durante veinte horas.
Gu¨ªa
Documentaci¨®n
Requisitos entrada personales: En Canad¨¢, pasaporte con seis meses de vigencia. En EE UU,? pasaporte y autorizaci¨®n electr¨®nica ESTA.
Requisitos entrada veh¨ªculo: Carne du Passage expedido por el RACE.
Dormir
En Vancouver: Patricia Hotel.
Entre Vancouver y Alaska: Bell 2 Lodge.
En Whitehorse: Camping Robert
En Yukon: Motel Eagle Plains.
En Inuvik: Bed and Breakfast Polar Bear.
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