Isla de Sal: playas doradas y ritmo en las venas en Cabo Verde
Nacida a golpe de mestizaje, la isla m¨¢s visitada del pa¨ªs africano tiene un toque europeo y caribe?o. Aqu¨ª la vida discurre de manera sencilla entre la extra?a belleza de su paisaje volc¨¢nico
Basta acercarse a media ma?ana al muelle de Santa Mar¨ªa para contemplar el trasiego de los barcos. Han salido al alba para faenar y ahora regresan sobre un mar apenas encrespado, que deja filtrar bajo el sol sus mil tonalidades de azul. Ah¨ª mismo, encima de las tablas ra¨ªdas, los pescadores vierten sus mercanc¨ªas, y entonces se improvisa un bullicioso mercado, un choque de cubos cargados de garopas que dan sus ¨²ltimos coletazos, un griter¨ªo de mujeres que porf¨ªan con los vendedores hasta, al fin, acordar un precio para llevarse a casa el producto fresco en cestos sobre la cabeza.
Santa Mar¨ªa es la ciudad m¨¢s poblada de isla de Sal, una de las 10 piezas que componen el puzle de Cabo Verde, el archipi¨¦lago que flota perdido en un pliegue del Atl¨¢ntico, a unos 600 kil¨®metros de Senegal. Un extra?o territorio, nacido a golpe de mestizaje, que se perfila como una mezcolanza de lugares del mundo. A veces tiene un toque europeo, como bien atestigua su pasado portugu¨¦s; otras, remite a los colores del Caribe, como se aprecia en sus pueblos y playas. Pero su ritmo, su aroma y su sabor destilan un exotismo irremediablemente africano.
En este pa¨ªs, que alcanz¨® la independencia en julio de 1975 y que hoy se jacta de mantener una de las democracias m¨¢s estables del continente, la vida discurre de manera sencilla, sin las alharacas del progreso. ¡°Por algo No stress es nuestro lema, que est¨¢ presente hasta en la camiseta oficial de f¨²tbol¡±, cuenta divertido Nelson Fortes, un joven gu¨ªa local. Aunque la otra cara de la moneda es que la precariedad ha obligado a emigrar a casi la mitad de la poblaci¨®n. ¡°La econom¨ªa comienza a sostenerse con los exiguos ingresos del turismo, pero todo debe ser importado¡±, recuerda Fortes. Todo, excepto esa pesca libre y sin control, en la que el precio fluct¨²a seg¨²n el t¨² a t¨², como se comprueba en el muelle.
Isla de Sal no hace honor al nombre de Cabo Verde, un pa¨ªs en el que cada una de sus islas, como sucede con las Canarias, tiene su propia identidad. Aqu¨ª no crece la hierba, como s¨ª lo hace en Santiago, donde est¨¢ Praia, la capital, o en la muy frondosa Santo Ant?o, donde descansa la exuberante Ribeira da Torre y el valle tropical de Paul. En Sal todo es ¨¢rido y marr¨®n, enigm¨¢tico y austero. Hay, sin embargo, una extra?a belleza en su paisaje volc¨¢nico, que esconde lugares realmente asombrosos como el Olho Azul, una gruta de 18 metros de profundidad formada por la erosi¨®n del mar, en la que los rayos de sol reverberan sobre la oquedad devolviendo a los ojos un turquesa el¨¦ctrico. O como las salinas de Pedra de Lume ¡ªa las que se debe el nombre de la isla¡ª, que se formaron en lo que fuera un cr¨¢ter donde se fue filtrando el agua del mar. Hoy los turistas acuden aqu¨ª para ba?arse y, como si se tratara del mar Muerto, flotar sin ning¨²n esfuerzo debido a la alta salinidad.
Tambi¨¦n Sal est¨¢ plagada de arenales interminables azotados por el viento. Algunos como Ponta Preta son propicios para la pr¨¢ctica de kitesurf, el deporte que ha alumbrado a Mitu Monteiro como campe¨®n mundial caboverdiano. Estas playas, junto a otras menos agitadas y m¨¢s aptas para el ba?o, son las que han convertido esta isla en la m¨¢s tur¨ªstica del archipi¨¦lago, con el principal aeropuerto internacional y la mayor¨ªa de los complejos hoteleros.
Pero, afortunadamente, nada ha acabado con su esencia. Se mantienen las casas de una sola planta pintadas de colores vivos; las tabernas a las que los lugare?os acuden a tomar grog, un aguardiente de ca?a de az¨²car para el que siempre hay una excusa; los modestos restaurantes en los que se sirve la cachupa, el plato nacional, que es una especie de estofado, cocinado durante horas, con ma¨ªz, frijoles, pimiento, ?ame, batata y pescado (aunque en ¨¦pocas boyantes se elabora con carne).
Y siempre, con la voz de Ces¨¢ria ?vora como eterna banda sonora. Natural de la isla de San Vicente, la llamada ¡°reina de los pies desnudos¡± fue la que puso en el mapa a Cabo Verde, desde donde llev¨® al mundo entero la melancol¨ªa de la morna, pr¨¢ctica musical reconocida por la Unesco desde 2019. ¡°Este g¨¦nero, nacido en el archipi¨¦lago, canta a la tristeza del exilio y al anhelo del regreso en un pa¨ªs donde la m¨²sica se lleva en el ADN¡±, explica Lito Coolio, guitarrista y cantante, minutos antes de iniciar un concierto en un garito de Santa Mar¨ªa. ¡°Pero tambi¨¦n tenemos ritmos m¨¢s festivos, como el funan¨¢ o la coladeira, para bailar solos o apretadi?os¡±, a?ade. Toda esta m¨²sica ha impregnado los murales que colorean las calles al m¨¢s puro estilo africano y que son obra de Randy Pinto, un artista que reproduce los retratos de los grandes int¨¦rpretes de estas islas: Ces¨¢ria ?vora, por supuesto, pero tambi¨¦n Tito Paris, Ildo Lobo y Adriano Gon?alves, m¨¢s conocido como Bana.
Pero, m¨¢s que a pasear por las diferentes ciudades (Santa Mar¨ªa, Espargos o Palmeira), a isla de Sal se viene a vivir intr¨¦pidas aventuras, como la de lanzarse por una vertiginosa tirolina en el parque Zipline Serra Negra o la de recorrer en boogie las dunas del desierto o la de hacer esn¨®rquel entre miles de peces. En Shark Bay incluso se puede ver en la misma orilla a peque?os tiburones cruz¨¢ndose entre los pies.
Si la visita coincide con los meses de verano, hay que esperar a que caiga la noche para entregarse a la actividad m¨¢s hermosa: la de asistir al desove de las tortugas. Porque muchos no lo saben, pero Cabo Verde tiene el honor de ser el principal punto mundial donde la caretta caretta, m¨¢s conocida como tortuga boba, viene a poner sus huevos. Para hacerse una idea: solo en esta isla hay m¨¢s ejemplares que en todo el Mediterr¨¢neo. Con el objetivo de proteger a la especie que, en su tierno comportamiento reproductivo, regresa siempre a la playa donde naci¨®, existe Project Biodiversity, una ONG que lucha para evitar sus amenazas: la destrucci¨®n del h¨¢bitat, la pesca no selectiva o la contaminaci¨®n marina. ¡°Hasta 150.000 nidos se han llegado a contabilizar en un a?o¡±, explica su director, Albert Taxonera, un bi¨®logo catal¨¢n comprometido con hacer de Cabo Verde ¡°un mundo donde el ser humano y la naturaleza puedan prosperar juntos¡±.
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