Gincana y surrealismo a orillas del Caspio
A bordo del ¡®ferry¡¯ que cruza este mar interior entre Bak¨², capital de Azerbaiy¨¢n, y Aktau, en Kazajist¨¢n, conocido entre los viajeros que se adentran en Asia Central
Desde Bak¨², capital de Azerbaiy¨¢n, zarpa un ferry semanal rumbo a Aktau, ciudad costera al suroeste de Kazajist¨¢n; es el ¨²nico modo que tengo de cruzar con mi moto ese mont¨®n de agua salada de imprecisa definici¨®n jur¨ªdica llamada mar Caspio. Este barco que flota delante de m¨ª es c¨¦lebre entre los pocos aguerridos viajeros que se aventuran en Asia Central. Y no es para menos: supone un tr¨¢nsito terriblemente inc¨®modo, tal vez solo superado por el paquebote que une Egipto y Sud¨¢n entre los puertos de Asu¨¢n y Wadi Halfa.
El Caspio es una inc¨®gnita dentro de un enigma. ?Es un mar interior o el mayor lago salado del mundo? Los que niegan su car¨¢cter marino lo acusan de ser una gran balsa lacustre de 370.000 kil¨®metros cuadrados, 28 metros por debajo del verdadero mar, donde viven unos peces ¨²nicos, llamados esturiones c¨¢spicos, que engendran unas negras huevas de intenso sabor y astron¨®mico precio: el caviar. ?Lago o mar interior? Las palabras no son inocentes. El matiz, aparentemente balad¨ª, es motivo de disputa internacional entre los pa¨ªses ribere?os: Rusia, Kazajist¨¢n, Turkmenist¨¢n, Ir¨¢n y Azerbaiy¨¢n. El Caspio es rico en petr¨®leo y gas natural. Si desde el punto de vista del Derecho Internacional es considerado como lago, todos los pa¨ªses citados tienen derecho a explotarlo en cualquier punto de su superficie, algo que beneficiar¨ªa a los estados con pozos menos ricos en las cercan¨ªas de sus costas, como Rusia. Si por el contrario se le reconoce estatus de mar interior, los derechos de explotaci¨®n solo alcanzan hasta el l¨ªmite de sus aguas territoriales, lo que beneficiar¨ªa a aquellas naciones con los pozos m¨¢s ricos, caso de Azerbaiy¨¢n.
As¨ª que este ferry que cruza el Caspio es, por tanto, un misterio dentro de una inc¨®gnita dentro de un enigma. Nunca se sabe cu¨¢ndo zarpa; hay que ir todos los d¨ªas al puerto a preguntar en las oficinas, pero all¨ª me dicen que zarpar¨¢ cuando regrese de Aktau. ?Y cu¨¢ndo ser¨¢ eso? Nadie lo sabe. Probablemente dentro de dos o tres d¨ªas. ?Y podr¨¢ llevarme a m¨ª y a la moto? Tampoco lo sabe nadie, depende de la carga: si hay materiales inflamables, me dicen que no se admiten veh¨ªculos particulares. Pero la carga concreta que llevar¨¢ el pr¨®ximo barco es otro enigma (dentro de un misterio dentro de una inc¨®gnita dentro de un enigma). Es entonces cuando uno empieza a desesperar deambulando sin rumbo entre tristes dependencias, hasta que me dicen, de repente, que el barco zarpar¨¢ ese mismo d¨ªa y que hay que: comprar el billete, que cuesta la nada despreciable cifra de 200 d¨®lares, pasar la declaraci¨®n de aduanas, el control de pasaportes y no s¨¦ cuantas cosas m¨¢s, y que todo esto hay que hacerlo a la carrera.
Cuando se da la se?al hay que embarcar a toda velocidad. Todo se hace gritando y de malos modos. Circulo entre inmensos tr¨¢ilers de matr¨ªcula turca y georgiana. Los marineros ordenan meter la moto dentro de la bodega. Nadie ayudar¨¢ a amarrarla. Tengo que hacerlo con mis propias cinchas. Una vez asegurada, hay que cargar con el equipaje hasta la cabina. Sudando como un pollo, accedo a la cubierta superior por una estrecha escalerilla oxidada. Salgo al vest¨ªbulo. Es completamente irreal de lo deteriorado que est¨¢: cuatro empleadas exigen con malos modos mi pasaporte desde detr¨¢s de un basto mostrador. Todo es tan perfecto en su fealdad que exploto a re¨ªr. R¨ªo a carcajadas. A ellas no les hace la menor gracia, pero yo se la encuentro toda; de lo contrario, si realmente me tomara en serio esta situaci¨®n tan surrealista, tendr¨ªa verdaderas tentaciones de arrojarme por la borda.
Backgammon y vodka
El resto del barco no mejora la primera impresi¨®n de abandono. El pasillo desvencijado, el camarote hecho una ruina, las literas combadas, el ba?o tenebroso, el retrete sin agua y completamente embozado. Es incre¨ªble que esta barcaza no se hunda. En Asia Central se desconoce el concepto de obsolescencia. Todo ha de durar para siempre aunque parezca caerse a pedazos. Pero no todo es tan malo, al menos hay restaurante. Huele mal y est¨¢ oscuro, las mesas est¨¢n pringosas y desconchadas, pero el encargado sirve cerveza a cuatrocientos tenges (1.90 euros).
Las camaretas son compartidas para seis hombres. Mis compa?eros ser¨¢n los camioneros que llevan car¨ªsima fruta al desierto kazajo. Hombres curtidos que navegan el oc¨¦ano de polvo de Asia para alimentar a sus familias. Tipos con paciencia de siglos para soportar la dureza de la ruta, la soledad, las arbitrariedades policiales y las aver¨ªas. Buena gente, pero tal vez demasiada para tan poco espacio. Las horas a bordo transcurren lentamente y los hombres se entretienen jugando al backgammon a mediod¨ªa y bebiendo vodka por la noche. El barco se hace cada vez m¨¢s estrecho seg¨²n pasa el tiempo. Y pasa mucho tiempo. Permanecemos en este cascar¨®n oxidado durante tres largos d¨ªas. El viaje deb¨ªa durar solo uno, pero estamos anclados lejos de toda orilla por culpa de fuertes tormentas en el Caspio.
El horizonte se empieza a erizar de gr¨²as amarillas. Es Aktau. M¨¢s all¨¢ solo el p¨¢ramo amarillo. La nave maniobra para atracar. Nadie se mueve. Debemos esperar horas a que los agentes de inmigraci¨®n kazajos suban a bordo para comprobar nuestros pasaportes. Pero nadie tiene prisa. Atardece. Sospecho que esta noche dormir¨¦ de nuevo rodeado de camioneros. De pronto, gritos, ¨®rdenes, carreras. Hay que desembarcar a toda prisa. Los tr¨¢ilers atruenan el ambiente con sus potentes motores di¨¦sel. Salgo el ¨²ltimo de todos, con una moto que parece un diminuto mosquito entre elefantes.
Gincana en el puerto
Unos polic¨ªas de rasgos orientales estampan el sello oficial de la Rep¨²blica de Kazajist¨¢n en nuestro pasaporte. Sonr¨ªen con dientes de oro. Bienvenidos a Asia Central. Tras el control de inmigraci¨®n, llega el turno de obtener el permiso de importaci¨®n temporal de mi veh¨ªculo.
Con poca educaci¨®n, los empleados nos dicen que tenemos que llenar nuestros billetes de sellos o no nos dejar¨¢n salir del puerto.
¡ª ?Qu¨¦ sellos? ¡ª, pregunto ¡ª ?d¨®nde, cu¨¢ntos, qui¨¦n los estampa?
¡ª Y a m¨ª qu¨¦ me cuentas, muchacho¡ª, viene a indicar la ¨¢urea sonrisa del portuario.
En resumen, el mensaje es: ¡°Estamos en Kazajst¨¢n, b¨²scate la vida¡±. Desbandada en busca del tipo con el tamp¨®n correcto. Tras mucho preguntar aqu¨ª y all¨¢ averiguo que primero hay que conseguir el de aduanas. Localizo el barrac¨®n en el extremo m¨¢s alejado del puerto. El aduanero se toma su tiempo y se fuma un cigarro. Mira mi documentaci¨®n y luego mi billete de embarque, que son un manojo de pliegos tama?o folio. Despu¨¦s de pens¨¢rselo un buen rato, estampa dos sellos con firma y fecha. ?Aleluya! A¨²n hay que conseguir tres sellos m¨¢s.
La gincana prosigue. Ahora hay que ir a la polic¨ªa. ¡°?D¨®nde est¨¢?¡±, inquiero. ¡°Por ah¨ª¡±, indica el aduanero con indiferencia. Parece que se?ala hacia el noreste. O tal vez s¨®lo se est¨¢ estirando para desentumecer su pereza. Salgo al exterior. El calor es agobiante y cada dependencia est¨¢ muy lejos una de la otra. Camino bajo un sol cruel. Tras un largo paseo llego a un cobertizo tenebroso. S¨ª, aqu¨ª dentro hay unos tipos que parecen polic¨ªas. Al menos visten uniformes. En realidad, qu¨¦ uniformado de estos no lo parece. Bienvenidos a Asia Central, donde todo lo que parece normal es, en realidad, puramente imaginario.
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