Ruta ¡®vintage¡¯ por el S¨¢hara
De Sidi Ifni a Dajla, la antigua Villa Cisneros, un recorrido hist¨®rico a lomos de una motocicleta de los a?os sesenta
Desde Agadir a Sidi Ifni la carretera que atraviesa el parque nacional de Sous Massa es estrecha, revirada y pasa por peque?as aldeas de casas bajas y ropa tendida, con ni?os y ancianos con chilaba. La ruta asciende por unas colinas que verdean aqu¨ª y all¨¢ y de pronto aparece el resplandor azulado del mar a la derecha. Pueblos blancos y rocas ocres. Conducir la moto por aqu¨ª es muy divertido. No hay apenas tr¨¢fico y la carretera, aunque estrecha y sin arcenes, est¨¢ razonablemente asfaltada.
Al atardecer aparece la villa de Sidi Ifni. Es una localidad tranquila, apacible, al borde de un oc¨¦ano que aqu¨ª se agita en espuma y olas para deleite de surfistas. La neblina lo envuelve y la temperatura es fresca pues disfruta de un microclima que lo protege de la torridez del territorio circundante. Pero Sidi Ifni es m¨¢s que una pintoresca localidad marroqu¨ª: fue el breve sue?o de una ciudad espa?ola en ?frica.
Hay un aeropuerto abandonado. Las fotos de ¨¦poca lo muestran con un avi¨®n de Iberia en la pista, hoy totalmente destruida. En el puerto quedan los imponentes restos oxidados de un telef¨¦rico militar construido para abastecer una ciudad que fundar¨ªa, para la Segunda Rep¨²blica, el general Capaz.
El viejo pueblo espa?ol est¨¢ medio deshecho. La antigua Plaza de Espa?a se llama hoy de Hassan II, aunque muchas calles siguen dedicadas a militares como el general Mola o el suboficial Zabala. Los viejos edificios aparecen vac¨ªos y descuidados.
Espa?a libr¨® aqu¨ª su ¨²ltima guerra, dentro del proceso de descolonizaci¨®n de ?frica, que abarc¨® la segunda mitad del siglo XX. Entre noviembre de 1957 y julio de 1958, combati¨® contra el Ej¨¦rcito de Liberaci¨®n Marroqu¨ª, una milicia irregular apoyada por Marruecos, pa¨ªs que, desde su reciente independencia en 1956, pugnaba por ampliar su territorio ocupando las posesiones espa?olas en el norte de ?frica. Espa?a abandon¨® la provincia de Ifni por los Acuerdos de Angra de Cintra en 1958, pero mantuvo la poblaci¨®n hasta la cesi¨®n definitiva, en 1969.
La cuna de 'El Principito'
Dejamos Sidi Ifni y nos dirigimos hacia el sur por la N12 recorriendo sinuosos cerros de color ocre y verde. La carretera es retorcida, divertida y de asfalto estrecho pero en buen estado. Me cruzo con borricos, viejos coches de gasolina y ciclomotores desvencijados. Aunque la econom¨ªa marroqu¨ª crece a un 8% anual, algo que advierto en las ciudades, los peque?os pueblos que atravieso parecen dormir el sue?o de hace un siglo.
Rumbo a Tan Tan la ruta se aplana y el llano se me ofrece infinito. El horizonte es una l¨ªnea marr¨®n que choca contra el intenso azul del cielo. Un cielo met¨¢lico con ribetes de algod¨®n muy blanco. Son las nubes, que no detienen un sol que se va poniendo poco a poco clav¨¢ndose en mis ojos al llevar rumbo suroeste. Estamos en el desierto. Esto ya es el S¨¢hara, aunque la frontera administrativa est¨¦ mucho m¨¢s al sur. El camino se hace largo, arenoso, interminable, agotador y algo aburrido.
Hasta que aparece el mar. Entonces la retina se llena de alegr¨ªa. Un Atl¨¢ntico embravecido se agita a mi derecha. La marea est¨¢ baja, la arena h¨²meda relumbra bajo el sol naciente como plata vieja. Sin embargo, una sombra afea el para¨ªso: el pl¨¢stico. Toneladas de desechos se acumulan a lo largo de la l¨ªnea costera. Hace unos cinco a?os que pas¨¦ por aqu¨ª en mi viaje a Dakar y ha sido un lustro desastroso: el horizonte se ha llenado de basura.
A unas decenas de kil¨®metros la ruta se aparta del litoral para proteger el parque nacional de Khnifis, donde se encuentran las lagunas de Naila. Y entonces aparece Tarfaya. Se encuentra en Cabo Juby. La poblaci¨®n se llam¨® en tiempos Villa Bens y fue una de esas posesiones espa?olas en el S¨¢hara. El origen de nuestra presencia aqu¨ª se remonta a 1916, cuando el capit¨¢n Francisco Bens fund¨® la poblaci¨®n para que sirviera como escala aeron¨¢utica; aqu¨ª repostaban los aviones en su ruta entre Europa y Am¨¦rica. Por eso, con benepl¨¢cito de las autoridades espa?olas, aqu¨ª se instal¨® la compa?¨ªa francesa A¨¦ropostale, que ten¨ªa su sede en Toulousse.
El monumento a Saint de Exupery consiste en un avioncito biplano en la playa. Hasta all¨ª me voy con la moto, que cabecea en la arena. Me hace ilusi¨®n rendir homenaje aqu¨ª a uno de los escritores que m¨¢s me han influenciado con un solo libro, el magistral El Principito: pasando por cuento infantil es, en realidad, un tratado de filosof¨ªa completo que hace reflexionar sobre cosas importantes de la vida.
Antoine de Saint Exupery fue nombrado jefe de escala en Tarfaya en 1927 por la compa?¨ªa A¨¦ropostale. Gracias a ello, se mantiene su recuerdo en el S¨¢hara. Sentado a los pies del monumento mientras contemplo las ruinas de la fortaleza fundada en 1879 por la brit¨¢nica Compa?¨ªa del ?frica Noroccidental, imagino la soledad del piloto franc¨¦s, rodeado de sol y arena. As¨ª era el escenario donde al narrador se le present¨® un extra?o ni?o venido de otro planeta. Aislamientos semejantes son los que hacen que los hombres inquietos alumbren los grandes sue?os de evasi¨®n. En Tarfaya, Antoine de Saint Exupery escribi¨® su primera novela, Correo del Sur.
Tah, frontera invisible
La l¨ªnea costera antes de llegar a Tarfaya es una maravillosa sucesi¨®n de acantilados contra los que bate un oc¨¦ano azul y blanco. Imposible resistir la tentaci¨®n de asomarse al vac¨ªo, de atreverse a sentir esa fatal atracci¨®n que ofrece el riesgo bello. El eco del Atl¨¢ntico brav¨ªo resuena a mi alrededor mientras recorro el borde mismo entre el ocre pedregoso y el sutil agujero sobre la nada marina.
A pocos kil¨®metros al sur de Tarfaya se encuentra Tah. En este peque?o pueblo, aldea m¨¢s bien, hay una gasolinera no siempre abastecida y un monumento que a la mayor¨ªa de los viajeros les pasa inadvertido. Al menos as¨ª fue en mi anterior periplo por estas tierras. Consiste en dos rampas de piedra de poca altura a ambos lados de la carretera. Poca cosa. Una est¨¢ dedicada a Hassan I y la otra a Hassan II. Los viejos las usan para sentarse a resguardo del sol. Casi nadie repara en ellas porque Tah no parece m¨¢s que una aldea con una gasolinera mal abastecida, aunque en realidad es la frontera del S¨¢hara Occidental.
Hasta aqu¨ª llegaba el protectorado espa?ol. Aqu¨ª acamp¨® la Marcha Verde en 1975 y por eso han levantado el monumento. La ONU hab¨ªa reconocido el derecho a la autodeterminaci¨®n del pueblo saharaui e instaba a Espa?a, como potencia colonial, a respetarlo. Las autoridades espa?olas sugirieron la realizaci¨®n de un refer¨¦ndum; la respuesta de Marruecos fue la Marcha Verde: 350.000 civiles y 25.000 militares se acantonaron en Tarfaya en noviembre de 1975 dispuestos a cruzar la frontera. El 14 de noviembre se firmaron los Acuerdos de Madrid por los que Espa?a ced¨ªa la administraci¨®n del S¨¢hara a Marruecos y Mauritania. Unos d¨ªas despu¨¦s mor¨ªa Franco y la transici¨®n pol¨ªtica en Espa?a dej¨® en un plano secundario lo que pasaba tan lejos. Desde entonces Tah es una frontera invisible, la frontera del olvido.
Al Aaiun
La ciudad de Al Aaiun surge en mitad de la nada como lo que siempre fue: un oasis. El centro urbano est¨¢ al otro lado del puente que cruza el r¨ªo. Pero para llegar hasta ¨¦l hay que cruzar tambi¨¦n una serie de controles de la gendarmer¨ªa que piden todos los documentos posibles: pasaporte, seguro, permiso de circulaci¨®n y la ficha, que no es sino un papel donde el viajero extranjero ha de escribir sus datos y los del veh¨ªculo, profesi¨®n, lugar de origen y destino. Conviene hacer de esta ficha m¨¢s de 20 copias porque los controles son una constante en el S¨¢hara Occidental. No son hostiles, solo pelmas.
Normalmente los gendarmes reales en esta regi¨®n son amables y educados y solo cumplen con su trabajo. Todo el S¨¢hara es territorio militarizado. Marruecos mantiene 350.000 hombres en el desierto y al pasear por Al Aaiun uno tiene la impresi¨®n de que al menos la mitad est¨¢n acuartelados aqu¨ª. Hay miles de uniformados, tambi¨¦n poblaci¨®n for¨¢nea que circula en grandes todoterrenos blancos con letras azules pintadas en las portezuelas en las que se puede leer ONU. Son los cascos azules de la Minurso, la misi¨®n de Naciones Unidas encargada de velar por el alto el fuego entre el Frente Polisario y el Ej¨¦rcito Marroqu¨ª.
Al Aaiun fue una capital de provincia espa?ola hasta 1976. Actualmente, Espa?a mantiene la propiedad de una serie de edificios, como la iglesia de San Francisco, abierta al culto, el Centro Cultural y la Casa de Espa?a, antigua residencia de oficiales y que hoy es la ¨²nica oficina de representaci¨®n extranjera abierta en el S¨¢hara.
La ciudad fue fundada en 1938 en la margen izquierda del Saguia el Hamra por dos oficiales que exploraban el Sahara, el comandante Galo Bull¨®n y el teniente coronel Antonio de Oro Pulido, genuinos aventureros del desierto que hablaban ¨¢rabe y el dialecto de los saharauis, que hab¨ªan convivido durante a?os con ellos, que aprendieron a montar en camello y que, en definitiva, se sent¨ªan aut¨¦nticos n¨®madas.
Villa Cisneros
El desierto y el mar son los paisajes m¨¢s cambiantes que conozco. Nunca son iguales a s¨ª mismos. Cada kil¨®metro es diferente al anterior. Incluso el mismo kil¨®metro es cambiante cada hora que pasa. No hay dos desiertos iguales, como no hay dos oc¨¦anos id¨¦nticos. El desierto nunca aburre. Sobrecoge, estremece, inquieta, pero nunca aburre.
En la maravillosa pen¨ªnsula del R¨ªo de Oro, el horizonte se torna dorado bajo el sol del atardecer. Se extiende en un mar de arena del color del oro viejo, un oc¨¦ano plano que se agita aqu¨ª y all¨¢ en olas de silicio molido. Son las dunas, esas colinas m¨®viles que forma el viento que aqu¨ª ruge feroz y sin desmayo, ese viento que alza las pol¨ªcromas velas de los kitesurfistas que surcan a toda velocidad la bah¨ªa de Dajla, ciudad tambi¨¦n conocida como Villa Cisneros, mi destino final.
Capital de la provincia del R¨ªo de Oro hasta que en 1976 fue tomada por los mauritanos tras la marcha de la poblaci¨®n espa?ola, cuando aquellos tambi¨¦n se fueron entraron los marroqu¨ªes. Actualmente no queda casi nada del legado colonial, salvo un par de fortines abandonados y una iglesia que los saharauis defendieron al considerarla parte de su propio pasado.
Emilio Bonelli naci¨® en 1855. De padre italiano y madre espa?ola, y educado en T¨¢nger donde un t¨ªo suyo era farmac¨¦utico, aprendi¨® ¨¢rabe, lo que le salvar¨ªa la vida cuando qued¨® hu¨¦rfano muy joven y encontr¨® trabajo como traductor en el consulado espa?ol de Rabat. Llamado a filas, consigui¨® superar las pruebas de acceso a la Academia de Infanter¨ªa de Toledo y alcanz¨® el grado de oficial. Pero Bonelli ten¨ªa un plan. Su idea era establecer una serie de puestos espa?oles en el S¨¢hara para auxiliar a los pescadores de las islas Canarias. La propuesta fue desestimada por el ministro de la guerra, pero el intr¨¦pido oficial se present¨® directamente en el despacho del Presidente del Consejo de Ministros, C¨¢novas del Castillo, quien qued¨® decidi¨® financiar su expedici¨®n con 7.500 pesetas.
En 1884 Bonelli desembarc¨® en la pen¨ªnsula del R¨ªo de Oro. Gracias a su conocimiento del ¨¢rabe y a su habilidad diplom¨¢tica, negociar¨ªa con las tribus para que aceptasen la autoridad espa?ola, lo que supondr¨ªa el inicio del protectorado espa?ol en el Sahara occidental.
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