Mil¨¢n y Tur¨ªn, ventanas al arte
Una iglesia iluminada por los neones de Dan Flavin, una villa con obras de James Turrell, la vieja f¨¢brica de Fiat y un castillo convertido en museo de vanguardia. En coche por el creativo norte de Italia
Uno va a Italia, en principio, a ver arte cl¨¢sico y piedras antiguas: arqueolog¨ªa con pedigr¨ª. Pero entre Mil¨¢n y Tur¨ªn muchos sitios nos recuerdan que tambi¨¦n en el siglo pasado los italianos siguieron con su tradici¨®n de artistas excelentes (y mecenas rumbosos). Y su arqueolog¨ªa industrial del XX, reciclada para servir de contenedor al arte contempor¨¢neo, da forma a un paisaje con memoria que a lo mejor anuncia ya los coliseos del futuro.
Chiesa Rossa
Porque los tubos de ne¨®n, como las polaroids, como los vinilos y las bombillas, van volvi¨¦ndose f¨®siles de la arqueolog¨ªa reciente: en realidad cuanto m¨¢s recientes, es curioso, m¨¢s obsoletos parecen. Cada vez los fabrican en menos sitios, y eso vuelve m¨¢s fr¨¢gil y a lo mejor m¨¢s interesante a¨²n la obra de Dan Flavin, que desde los a?os sesenta construy¨® con ellos esculturas de pura luz y ambientes que van de lo fantasmag¨®rico a lo sublime: fue quiz¨¢ el ¨²ltimo de los grandes rom¨¢nticos contempor¨¢neos, y desde su muerte en 1996 (a los 63 a?os) su reputaci¨®n y su leyenda crecen al mismo ritmo al que encogen las posibilidades de reponer los neones coloreados que van caducando en sus piezas.
Para ver su ultim¨ªsima obra, que acab¨® pocos d¨ªas antes de morir, uno tiene que viajar a un lugar inesperado: el suburbio milan¨¦s de Chiesa Rossa, un barrio que fue obrero en su d¨ªa y que hoy revive con la inmigraci¨®n africana. Creci¨® en los a?os treinta al calor del ¨¦xodo rural y la industrializaci¨®n por la v¨ªa r¨¢pida de la Lombard¨ªa de entreguerras. En 1932 se construy¨® all¨¢ la parroquia de Santa Mar¨ªa Annunciata en el estilo cl¨¢sico-fascista que hac¨ªa furor: tan recta, austera y g¨¦lida como puede serlo Mil¨¢n en sus d¨ªas m¨¢s antip¨¢ticos. Hubo que esperar 60 a?os para que don Giulio Greco, un p¨¢rroco culto, iluminado (nunca mejor dicho) y admirador de Flavin, se animara de buenas a primeras a mandarle una carta. Le propuso crear un ambiente lum¨ªnico para el interior de la iglesia, que resucitara sus naves en pleno rigor mortis y encendiera a unos feligreses cada vez m¨¢s apagados.
Y como pasa a veces, la pura carambola fue la mejor estrategia. Flavin nunca se declar¨® creyente, pero el proyecto le result¨® simp¨¢tico: hab¨ªa estudiado en el seminario jesuita de Douglastown, en Nueva York, y conoc¨ªa bien Mil¨¢n. Estaba ya muy enfermo, y a lo mejor adivin¨® que dejar¨ªa en el barrio obrero su ¨²ltima obra: se le mandaron fotos y planos, se construy¨® una maqueta de madera con la que trabajar, y don Giulio recibi¨® el proyecto firmado del artista solo unos d¨ªas antes de morir.
La Fundaci¨®n Prada pag¨® la obra, y desde 1997 all¨¢ luce, literalmente, durante las horas en que la iglesia est¨¢ abierta. Lo mejor es acercarse al anochecer, cuando los neones rosas, azules y dorados dejan escapar un fulgor casi sobrenatural por los ventanales y transfiguran esa esquina anodina del Mil¨¢n industrial. Dentro parece palpitar ese ¡°espacio vivo¡± que don Greco ped¨ªa a Flavin en su carta: la nave desangelada, la b¨®veda alt¨ªsima y el altar mayor recuperan proporciones humanas y respiran a la luz irreal que las desfleca en espacios difuminados. El brillo dorado o a?il llega de los neones escondidos por un artista en ¨²ltima madurez: ni siquiera necesit¨® ver el espacio real para abarcarlo mentalmente desde la otra punta del planeta y calcular (y acertar) c¨®mo conseguir un m¨¢ximo efecto con medios m¨ªnimos.
Villa Panza
Si Flavin conoc¨ªa bien Mil¨¢n fue gracias a la hospitalidad y el entusiasmo de unos coleccionistas m¨ªticos: Giuseppe y Giovanna Panza di Biumo, quienes justo el a?o en que acab¨® su obra final donaban su villa legendaria en Varese al FAI. El Fondo Ambiente Italiano es una instituci¨®n civil parecida al National Trust ingl¨¦s: se apoya en suscripciones y donaciones para conservar el patrimonio cultural infinito del pa¨ªs, y nos vendr¨ªa muy bien en Espa?a, siempre flojos en organizaci¨®n c¨ªvica al margen del Estado. De eso, tanto como de coleccionismo y mecenazgo entendido como retribuci¨®n a la sociedad y no solo especulaci¨®n o juego de prestigio, se puede aprender mucho de los italianos... y de los Panza, familia de industriales que dedicaron mucho dinero y 40 a?os de trabajo, viajes y estudio a crear una de las colecciones de arte m¨¢s articuladas y personales del siglo XX.
Los mayores de 40 la recordar¨¢n como uno de los grandes hitos de las exposiciones de un Reina Sof¨ªa reci¨¦n inaugurado, y en su momento pareci¨® que podr¨ªan haberse quedado aqu¨ª parte de los fondos. Al final han acabado repartidos entre el Guggenheim de Nueva York y la propia Villa Panza.
Varese est¨¢ ya al pie de los Alpes y casi pisando la frontera suiza. Se llega en tren desde Mil¨¢n en media hora larga, pero conviene viajar temprano porque una vez dentro de la villa todo est¨¢ pensado para perder la noci¨®n del tiempo (y del espacio) con mucha facilidad y se pasen muchas horas sin sentir: los tiempos hist¨®ricos se mezclan, y las obras de arte total que contiene son verdaderos ambientes pensados para ser penetrados y casi habitados por un espectador convertido en una especie de viajero inm¨®vil por los espacios que construyeron artistas como Flavin, James Turrell, Robert Irwin o Maria Nordman.
La villa se hab¨ªa construido para el marqu¨¦s Paolo Menafoglio a mediados del XVIII como un lugar de recreo y jard¨ªn de delicias, y lo prueba el espl¨¦ndido jard¨ªn italiano sobre el valle de Biumo, los t¨²neles de verdura, las caballerizas y salones para paseos a caballo y noches de cartas y baile, los espejos de agua y las terrazas a las que se abren unas salas que en verano permit¨ªan jugar con el dentro y el fuera, las luces y las sombras de las tardes de verano.
Algo de esa tradici¨®n barroca fue lo que quiso recuperar el matrimonio Panza cuando a partir de los sesenta decidi¨® alojar en ella parte de su colecci¨®n. Los salones y cuartos de la zona noble se conservan tal como ellos quisieron. Una mezcla sobria y elegante de muebles hist¨®ricos, arte africano y luz entrando a raudales por las ventanas para iluminar sus grandes cuadros monocromos.
Pronto el ala noble se les qued¨® peque?a. A finales de los sesenta los Panza viajaron a Los ?ngeles y se entusiasmaron con la obra de James Turrell y otros artistas californianos que empezaban a jugar con la luz y el espacio en obras inmateriales de lo que pronto se llam¨® Ambient Art. Despu¨¦s de visitar el Mendota Hotel californiano, que Turrell hab¨ªa ocupado para crear obras de luz en sus habitaciones, los Panza le invitaron a viajar a Varese, instalarse en la villa y crear para ellos obras in situ. Poco a poco, ¨¦l y otros fueron ocupando todo el ¡°ala de los r¨²sticos¡±, con sus almacenes, sus caballerizas y sus pasillos de servicio.
Solo all¨ª pueden verse obras m¨ªticas de Turrell como el Sky Window de 1976, que abre una media luna invertida al final de uno de los corredores para iluminarlo con luz natural casi m¨ªstica: conforme el d¨ªa avanza, el pasillo pasa del azul al naranja, del violeta al negro profundo, y crea un ambiente fantasmag¨®rico y poderoso. Por algo Turrell insist¨ªa en que muchas de las noches que pas¨® a solas en la villa disfrut¨® de la compa?¨ªa espectral del marqu¨¦s Menafoglio, que caminaba sin ruido por las salas desiertas.
Disfrutando de la carta blanca que le dieron los Panza, Turrell arrebat¨® el techo a una de las habitaciones para crear su famoso Sky Space I: el visitante llega a la sala desnuda y sin ventanas y contempla el rect¨¢ngulo de cielo sobre su cabeza hasta que el cuadrado azul parece flotar, inmaterial y casi palpable, a pocos cent¨ªmetros de su cabeza. Y durante todo este a?o est¨¢ instalado all¨¢ uno de sus famosos Ganzfeld, espacios lum¨ªnicos totales que el visitante penetra tras calzarse unos patucos y recibir instrucciones levemente amenazadoras de la vigilante, que avisa del peligro de desorientaci¨®n y exhorta a resistir la tentaci¨®n de aproximarse demasiado hacia la fuente de luz: toda una experiencia entre lo teatral y lo art¨ªstico que es lo m¨¢s parecido que uno puede imaginarse a un parque de atracciones sensorial y a una monta?a rusa de v¨¦rtigos inm¨®viles.
Tambi¨¦n Dan Flavin dej¨® all¨ª su mayor conjunto de instalaciones permanentes. Entre otras, su famos¨ªsimo Varese Corridor, que flanquea de tubos de ne¨®n verdes, amarillos y rosas a media altura otro de los grandes pasillos de servicio: las luces alteran las dimensiones y hasta el tiempo, porque recorrerlo se vuelve una especie de viaje a trav¨¦s de un espacio m¨¢s all¨¢ del espacio y del tiempo normales. O su Monumento a los que murieron en emboscadas, que sirve de recuerdo a su hermano muerto en Vietnam y que transforma sobrecogedoramente, con sus cruces de neones rojos, la gran sala desnuda donde est¨¢ instalado.
La sucesi¨®n de salas transformadas en esculturas de luz llevan hacia el trabajo de otros artistas que trabajaron con materiales igualmente esquivos. Michael Brewster crea una escultura de sonido en su Aeroplane, dentro de una gran sala que se oscurece de pronto y se llena del sonido amenazador de un avi¨®n en vuelo cuando el visitante aprieta, desprevenido, el gran bot¨®n rojo situado en el centro de la pared. Por su parte, la alemana Maria Nordman eligi¨® trabajar con la oscuridad, m¨¢s que con la luz, y la estancia en su Varese Room es una experiencia dif¨ªcil de olvidar: la oscuridad total envuelve a quien entra y se siente perdido hasta que muy lentamente los ojos empiezan a distinguir dos ranuras de luz provenientes del exterior. Al salir uno no sabe si ha entrado en una obra o si m¨¢s bien es la obra la que entr¨® en uno y se la lleva consigo.
El Lingotto
Durante todo el siglo XX Tur¨ªn se disput¨® con Mil¨¢n el papel de motor de la vanguardia del arte y la arquitectura. Y en las afueras de la ciudad est¨¢ lo que muy bien podr¨ªa ser la versi¨®n contempor¨¢nea del coliseo romano: la f¨¢brica de la Fiat, que levant¨® all¨¢ a partir de 1918 el joven arquitecto Giacomo Matt¨¦-Truco. El c¨ªrculo del anfiteatro cl¨¢sico se convert¨ªa en un ¨®valo gigantesco de m¨¢s de un kil¨®metro de largo: durante un tiempo fue el mayor edificio de Europa. Le Corbusier lo consider¨® inmediatamente ¡°una gu¨ªa a seguir¡±, y la f¨¢brica revolucion¨® la arquitectura industrial y el urbanismo del XX con sus soluciones futuristas e inteligentes: la materia prima entraba por las gigantescas aberturas a ras de calle y se iba transformando en coches acabados a medida que sub¨ªan en espiral por las rampas inmensas en los extremos del edificio. El resultado final aparec¨ªa en la azotea inmensa, donde estaba el circuito de pruebas con sus curvas peraltadas y esperaba el piloto encargado de dar al coche una vuelta completa y comprobar su funcionamiento.
El Lingotto, sin exagerar, cambi¨® la historia de Tur¨ªn, de Italia y de Europa: all¨¢ se fabric¨® el famoso Fiat Topolino (que fue a Italia lo que nuestro seiscientos patrio), y desde all¨¢ la Fiat y la familia propietaria, los Agnelli, rigieron los destinos del pa¨ªs antes y despu¨¦s de la guerra.
Cuando en 1982 cerr¨® la f¨¢brica, Renzo Piano se encarg¨® de aplicar all¨¢ la experiencia adquirida con el Pompidou de Par¨ªs para transformarlo en un gigantesco centro comercial y cultural rodeado de jardines geom¨¦tricos. Se ocup¨® de todos los detalles, ajardin¨® los inmensos patios, intervino con c¨®digos de color y estructuras visibles similares a las de Beaubourg y hasta se autocit¨® en unas papeleras estupendas que recuerdan en miniatura los tubos de ventilaci¨®n gigantes del museo de Par¨ªs. En el Lingotto caben un centro comercial m¨¢s bien anodino, hoteles, gimnasios y restaurantes. Y en el Scrigno (literalmente, joyero) que Piano pos¨® como una nave espacial sobre el techo del Lingotto est¨¢, claro, la Pinacoteca Agnelli, con la estimable colecci¨®n de arte de la familia y un programa interesante de exposiciones contempor¨¢neas.
Lo m¨¢s impresionante es ascender a pie lentamente por una de sus majestuosas rampas en espiral hasta subir a la azotea: el circuito de carreras sigue intacto, y su poderosa horizontal infinita se ve replicada, casi al alcance de la mano, por la l¨ªnea quebrada de los Alpes nevados en el horizonte: una de las experiencias arquitect¨®nicas m¨¢s memorables del siglo, y un edificio a la altura de la nobleza y la sobriedad poderosa de la mejor arquitectura producida en Italia.
Porque Tur¨ªn sigue compitiendo por el t¨ªtulo de capital contempor¨¢nea de Italia, y merece la pena explorar su periferia industrial para encontrarse con dos espacios que reaprovechan edificios de su pasado reciente y dan fe de su capacidad para acelerar cuando toca y adaptarse al cambio de marchas de los tiempos: en el Borgo San Paolo, lleno de almacenes y antiguas f¨¢bricas que recuerdan casi un Chelsea a la europea, est¨¢ la Fundaci¨®n Mario Merz, que desde 2005 re¨²ne la obra de uno de los grandes del arte povera en lo que fue la factor¨ªa de Lancia: el impresionante espacio di¨¢fano de los a?os treinta es tambi¨¦n un hito de la memoria de la ciudad, y viene que ni pintado para los famosos igl¨²s que fueron se?a del estilo de Merz y para las exposiciones temporales de arte reciente. Y a 10 minutos a pie est¨¢ una fundaci¨®n privada, la Sandretto di Re Rebaudengo, nombre sonoro de otra de las colecciones de arte contempor¨¢neo m¨¢s completas de Europa. En el edificio austero y herm¨¦tico se esconde una programaci¨®n que se ocupa de producir obra y difundir el trabajo de artistas de todo el mundo en plena carrera.
Y tras la excursi¨®n milanesa a Varese cuesta menos lanzarse hasta el Castello di Rivoli, a media hora del centro de Tur¨ªn. Fue parte del cintur¨®n de residencias reales de los Saboya que dise?¨® Juvara (primer arquitecto tambi¨¦n del Palacio Real de Madrid) en el XVIII, y desde los ochenta, tras una restauraci¨®n impecable que respet¨® su aire imponente y a medias arruinado, acoge el centro p¨²blico de arte contempor¨¢neo m¨¢s interesante de Italia y uno de los de referencia en su g¨¦nero en toda Europa, con una programaci¨®n de exposiciones temporales de primer nivel. Porque ni el hermoso centro hist¨®rico barroco es todo lo que ofrece Tur¨ªn, ni el siglo XX italiano se agot¨® en el Lingotto.
??Javier Montes es autor de la novela La vida de hotel (Anagrama).
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