Lahore, ecos mogoles
En busca del antiguo esp¨ªritu abierto de la ex¨®tica ciudad paquistan¨ª
Lahore, la ciudad paquistan¨ª, suscita la misma nostalgia en los indios que suscit¨® Granada para generaciones de musulmanes expulsados de Al ?ndalus. Es una nostalgia que se transmite de generaci¨®n en generaci¨®n, como una enfermedad gen¨¦tica e incurable y que habla por s¨ª sola de lo que se perdi¨® para siempre: una vida libre, un ambiente cosmopolita y abierto, unas relaciones personales estrechas con gentes de otras culturas y religiones, una riqueza del alma que es imposible cuantificar.
Lahore, la antigua capital del imperio de las mil y una noches, ha destacado siempre por la belleza de sus monumentos y la elegancia de sus palacios, por los tesoros que contiene y por su ambiente animado. La llamaban el Par¨ªs de Oriente. M¨¢s cosmopolita que Delhi, gozaba de la reputaci¨®n de ser la ciudad m¨¢s tolerante y abierta del subcontinente indio. En los buf¨¦s del Gymkhana Club y del Cosmopolitan Club se mezclaban sijs, musulmanes, hind¨²es, cristianos y parsis. No hab¨ªa discriminaci¨®n en las recepciones, cenas y bailes de la alta sociedad que los nobles y los magnates del comercio ofrec¨ªan en sus suntuosas mansiones de los barrios residenciales, excepto la impuesta por los ingleses en su lugar de cita favorito, el Punjab Club, cuyo cartel a la entrada rezaba: ¡°Solo para europeos¡±. Los ingleses dejaron una serie de edificios de un estilo curioso, mezcla de indomusulm¨¢n con goticosarraceno ingl¨¦s. Los m¨¢s significativos eran colegios y universidades ¡ªr¨¦plicas de Eton o Harrow¡ª que acabaron formando a la ¨¦lite de las nuevas generaciones indias y paquistan¨ªes. Estudiantes hind¨²es, musulmanes o sijs cantaban juntos los himnos cristianos de la Inglaterra imperial antes de empezar las clases todas las ma?anas.
Pero la belleza de Lahore se la dieron sobre todo los emperadores mogoles. La engalanaron con obras maestras como la mezquita de Aurangzeb, la mayor de Asia, cuyas porcelanas brillan como talismanes bajo el polvo de los siglos; o el cenotafio de Jehangir, adornado con los 99 nombres de Al¨¢; o los 12 kil¨®metros de murallas de piedra rosa del fuerte de Akbar con sus terrazas llenas de mosaicos. Magn¨ªficos palacios, deliciosos jardines, bancales de frutales, aljibes rebosantes de agua y soberbios monumentos daban cobijo a una de las concentraciones humanas m¨¢s densas de Asia. Cientos de miles de musulmanes, hind¨²es, budistas, sijs y fieles de todas las religiones de la India pululaban en un laberinto de callejuelas, de souks,de talleres, de puestos, de tiendas, de templos y de mezquitas a la sombra de los palacetes.
Hoy como ayer, el viajero se ve enfrentado a los olores, los ruidos y los gritos del subcontinente en ese hervidero en perpetuo movimiento que es la ciudad vieja, un rompecabezas bizantino de tenderetes y talleres donde lo mejor es perderse. Hay que recorrer la calle de los joyeros con sus relumbrantes muestras de brazaletes de oro, cajas de laca, cofrecitos de madera de s¨¢ndalo; la calle de los perfumistas con sus bosques de barritas de incienso y sus frascos llenos de ex¨®ticas esencias; pasear la mirada por los mostradores centelleantes de babuchas bordadas de lentejuelas. Los vendedores de flores est¨¢n ocultos tras monta?as de claveles y de jazmines; los de t¨¦ ofrecen una docena de hojas diferentes que van desde el color verde p¨¢lido hasta el negro; los mercaderes de tela, descalzos y sentados en cuclillas sobre sus esterillas en sus tienduchas, invitan a escoger entre los brillantes reflejos de su mercanc¨ªa.
Gu¨ªa
C¨®mo llegar
??Emirates (www.emirates.com) vuela a Lahore, con una escala en Dub¨¢i, desde 743 euros, ida y vuelta. Salidas desde Madrid y Barcelona.
??Qatar Airways (www.qatarairways.com). Vuelos de ida y vuelta desde Madrid y Barcelona, con una parada en Doha, desde 653,30 euros y temporada alta 733,30 euros, con tasas incluidas.
Muestrario para taparse
Hay tiendas solo de turbantes para caballeros, y otras solo de velos para se?oras que se deslizan ocultas bajo sus burkas, al acecho los ojillos tras la estrecha visera del velo. Hay velos cuadrados y peque?os, otros tipo pa?uelo, otros grandes como bufandas; hay m¨¢scaras de Arabia que solo tapan la frente y el principio de la nariz, o burkas con rejilla como los de las afganas, todo un muestrario para esconderse de la mirada lasciva de los hombres.
El atardecer en Lahore es grandioso desde la azotea del restaurante Coco¡¯s Den, un antiguo edificio de cuatro plantas repleto de muebles, cuadros y objetos antiguos que huele a carne a la parrilla, situado justo enfrente de la gran mezquita. Cuando el disco solar se hunde entre los minaretes y los ¨²ltimos rayos juegan con la filigrana de las murallas, es f¨¢cil entender la a?oranza que los indios sienten por su antigua capital del norte. Y el viejo dicho de ¡°quien no ha visto Lahore, no ha nacido¡± deja de sonar a exageraci¨®n.
Hay que visitar el antiguo Fuerte de Lahore, donde se encontraba la residencia del pr¨ªncipe Asaf Khan, el padre de Mumtaz Mahal, la musa que inspir¨® el Taj Mahal. El fraile Sebasti¨¢n Manrique, que visit¨® la ciudad en 1641, tuvo la oportunidad ¨²nica de asistir como espectador a un banquete ofrecido en honor del emperador Shah Jehan, 10 a?os despu¨¦s de que muriese Mumtaz Mahal. Un eunuco le condujo a una galer¨ªa que daba a la sala de banquetes, desde donde el fraile pod¨ªa ver sin ser visto: ¡°Cuando Shah Jehan pregunt¨® qui¨¦n hab¨ªa hecho los postres, que le parec¨ªan tan excelentes, le contestaron que hab¨ªan sido unos esclavos portugueses. ¡®En realidad, esos portugueses ser¨ªan gente estupenda¡¯, solt¨® entonces el emperador, ¡®si no tuvieran tres defectos: primero, son unos infieles, no tienen religi¨®n. Segundo, comen cerdo. Y tercero, no lavan esas partes de sus cuerpos por donde la naturaleza expele los superfluidos de sus vientres corp¨®reos¡±.
Manrique se qued¨® sonado, oyendo las carcajadas de los comensales. A pesar de reconocer que el comentario final del emperador era absolutamente cierto ¡ªhind¨²es y mahometanos usan la mano derecha para comer y reservan la izquierda para tareas de higiene corporal¡ª, se qued¨® sin ganas de continuar espiando. El drama es que los mogoles de anta?o, abiertos y tolerantes, han sido reemplazados por los islamistas de hoy, y Lahore ha perdido su brillo y su libertad. Aunque uno quiera, no puede huir de las llamadas del almu¨¦dano transmitidas machaconamente por altavoces suspendidos en las esquinas de las callejuelas. Las mezquitas est¨¢n abarrotadas. Todos los carteles est¨¢n en urdu. La religi¨®n es omnipresente.
A duras penas el antiguo esp¨ªritu de la ciudad lucha por sobrevivir. Cuando hace unos a?os el Gobierno autoriz¨® la entrada masiva de hinchas indios de cr¨ªquet para un partido entre ambos pa¨ªses, la poblaci¨®n local se volc¨®. Como si de pronto Lahore hubiera despertado de un mal sue?o y volviese a ser la de antes. ¡°La gente nos abr¨ªa sus casas, nos invitaba sin conocernos de nada, nos ofrec¨ªa comida y bebida gratuitamente¡¡±, me cont¨® un hind¨² de Kapurthala que hab¨ªa asistido al partido. Pero fue un destello, un par¨¦ntesis en la marcha cada vez m¨¢s negra de un pueblo dividido por la tiran¨ªa de la historia.
??Javier Moro es el autor de El imperio eres t¨²,?Premio Planeta 2011.
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