Me voy al faro
El faro de Cabo Mayor, en Santander, mira al Cant¨¢brico. Es guardi¨¢n de la ciudad, de m¨²ltiples historias y de un centro de arte
¡ª Eh. Que me voy a dar una vuelta.
¡ª ?Ad¨®nde?
¡ª Por ah¨ª.
Del que se va solo sabemos que vive en Santander y que coge la puerta sin tener idea del del lugar al que le llevar¨¢n sus pasos. Si resulta que es reincidente en esto de dar vueltas, casi seguro que se encaminar¨¢ a una singular construcci¨®n blanca, esa que marca el fin de la tierra y el comienzo del azul profundo del Cant¨¢brico: el faro de Cabo Mayor, la torre que corona uno de los salientes de la laber¨ªntica pen¨ªnsula de la capital c¨¢ntabra.
Aunque para llegar hay opciones motorizadas ¡ªel autob¨²s 13 tiene parada cerca del pie del mont¨ªculo sobre el que descansa el faro y existe un aparcamiento para los que decidan usar el coche¡ª, lo suyo es llegar a la torre vig¨ªa caminando. Basta con empezar recorriendo la playa del Sardinero, el Sardi, para despu¨¦s emprender la magn¨ªfica subida al faro. A medio camino sorprende una playa recortada entre los acantilados: es Matale?as. Recogida, de apenas cien metros de arena, es una ventana al mar esculpida en la roca. Una escalinata de piedra conduce a este menudo arenal, protegido del viento y cuya agua ("est¨¢ buen¨ªsima, ?m¨¦tete!") animan a probar los conocedores del enclave.
Gu¨ªa
Informaci¨®n
- Camping de Cabo Mayor?(www.cabomayor.com; 942 39 15 42). La temporada de este a?o cierra el 12 de octubre.
- Caf¨¦-bar El Faro.?Deliciosas rabas, chipirones y dem¨¢s miscel¨¢nea marina, un fest¨ªn por 10-15 euros. Obligatorio quedarse hasta la puesta de sol.
- Terraza club de Golf Matale?as?(www.golfmatalenas.com) Merece la pena disfrutar de las vistas que ofrece la terraza del club. Abre todos los d¨ªas de 8.00 a 12.30. Men¨², entre 14 y 20 euros.
Dependiendo del tiempo que toque, la torre tiene el poder de cambiar el ¨¢nimo del espectador. Con el cielo despejado, el faro parece un monolito de casi 90 metros salido de la campi?a inglesa, alegre y prometedor. En esas ocasiones solo queda sentarse en las rocas que lo rodean y dejarse hipnotizar por el mar. Luego, mejor entre semana, hay que subirse a la cafeter¨ªa del faro, la ¨²nica que hay, y esperar a la puesta de sol. Si estamos solos nos podemos consolar con la compa?¨ªa de unos sabros¨ªsimos chipirones y enjugarlos con una cerveza. En compa?¨ªa, claro est¨¢, son inevitables las fotos.
Pero puede que al subir la colina nos topemos con las amenazantes nubes santanderinas, fieles vigilantes de la ciudad. Entonces la torre se nos mostrar¨¢ oscura, cargada de magnetismo e historias. Por ejemplo, una que cuenta que durante la Guerra Civil los republicanos despe?aron a algunos soldados golpistas por el acantilado.
La base de la construcci¨®n tambi¨¦n encierra un secreto. Ah¨ª estaba la casa del farero, hoy en d¨ªa reconvertida en un centro de arte. En este peque?o museo, gratuito y abierto todos los d¨ªas, se puede contemplar una muestra de las obras del pintor Eduardo Sanz. Tambi¨¦n se exhibe un surtido de objetos relacionados con el mar y los faros recolectados durante a?os.
Durante el paseo de regreso uno piensa que podr¨ªa haberse dado una vuelta por cualquier otra parte de la ciudad. En realidad, el faro era el ¨²nico destino posible.
Y adem¨¢s...
Busca (y trata de acercarte, la maleza no lo pone f¨¢cil) una caba?a en la ladera de la colina del faro. En ella vive todo el a?o, o eso dicen, un amistoso grupo de hippies.
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