Esos animales tan extra?os
El demonio de Tasmania, el ornitorrinco, el ualab¨ª y otras especies en la isla australiana
Para muchos, o¨ªr la palabra Tasmania implica acordarse de Taz, el demonio de dibujos animados de la Warner Bros., bruto y pendenciero enemigo de Bugs Bunny y del Pato Lucas. El animal en el que se inspiraron, un marsupial de color negro y cuerpo robusto, tampoco es un angelito: huele mal, es feroz, carro?ero, celoso con su pareja y emite un grito que pone los pelos de punta. Por desgracia, est¨¢ en peligro de extinci¨®n. Su hogar, y el de otras especies singulares, es la isla australiana de Tasmania, situada al sureste del continente, al otro lado del estrecho de Bass.
Gu¨ªa
Turismo de Tasmania (www.australia.com)
Descubre Tasmania (www.discovertasmania.com.au)
Parque Nacional de Cradle Mountain (www.parks.tas.gov.au)
Tasmania debe su nombre a Abel Tasman, explorador holand¨¦s que la avist¨® en 1642. El primer asentamiento europeo, de militares, presidiarios y balleneros brit¨¢nicos, data de principios del siglo XIX. En apenas treinta a?os, las enfermedades y los enfrentamientos con los colonos redujeron dr¨¢sticamente la poblaci¨®n de los abor¨ªgenes tasmanos, que hab¨ªan llegado a la isla 35.000 a?os antes. Hoy sus escasos descendientes viven en algunas islas de este archipi¨¦lago (uno de los seis Estados de Australia, creado en 1901).
La poblaci¨®n de la isla (casi medio mill¨®n) se concentra en su mayor¨ªa en dos ciudades, Hobarth y Launceston. Hobarth, la m¨¢s antigua, naci¨® como colonia penal y est¨¢ ba?ada por el mar y por las aguas del estuario del Derwent. Entre colinas, es una ciudad con tradici¨®n musical, restaurantes de cocinas ex¨®ticas y un bello jard¨ªn bot¨¢nico. All¨ª naci¨® otro demonio, Errol Flynn. Launceston, ciudad de interior a orillas del r¨ªo Tamar, es tambi¨¦n tranquila y, como ocurre en muchas ciudades australianas, hay edificios coloniales combinados con otros m¨¢s modernos.
De todos modos, si hay algo que destaca en Tasmania es la Naturaleza, con may¨²sculas. Casi el 40% de la superficie de la isla est¨¢ dedicado a parques y reservas naturales, algunos patrimonio mundial. Carreteras solitarias, monta?as, bosques y playas hacen de la isla un lugar singular, con paisajes impresionantes.
Desde Launceston, una vez que se abandona la autov¨ªa, resulta entretenido contar el n¨²mero de coches con los que te cruzas. La conducci¨®n es sumamente relajada, salvo por el peligro de atropellar alg¨²n animal. A los lados aparecen granjas de ovejas y vacas con edificaciones que no se parecen a nuestra idea de granja, sino que son recoletas casas de ladrillo con flores en las ventanas.
?pica soledad
De los prados pasamos a colinas con bosques de eucaliptos y acacias; despu¨¦s, formaciones gran¨ªticas y pinos, m¨¢s tarde matorral bajo¡ La particular luz, matizada por las sombras de las nubes, resalta los colores del campo, que adquiere un componente ¨¦pico por la soledad, el silencio y un horizonte generoso.
Al llegar a las monta?as entramos en The Western Wilderness, una zona que alberga los mayores parques de la isla. Aqu¨ª llueve mucho, pero el verdor y la aparente amabilidad del paisaje son enga?osos: hay plantas duras, que pinchan o desgarran.
Al atardecer, nada m¨¢s cruzar la entrada del parque nacional Cradle Mountain-Lago St. Clair, veo un ualab¨ª, un marsupial igual que un canguro pero que, por su peque?o tama?o, no se considera un canguro. Mira hacia el coche, levanta las orejas y, con tres saltos el¨¢sticos y silenciosos, se pierde en la espesura.
Existe la posibilidad de alojarse en unas sencillas caba?as de madera en el interior de la reserva. Al amanecer, bolsas de niebla cubren las hondonadas del profundo valle. Un u¨®mbat, marsupial rollizo semejante a un osito, lento y bastante adorable, se aleja t¨ªmidamente del camino. Matorrales dorados y palmeras bajas salpican la tierra granate, y se oye correr el agua de los regatos. La senda asciende por unas cataratas y junto a lagos cuya superficie refleja las monta?as con una exactitud casi irreal. Desde Marions Lookout se disfruta de la vista del valle. A un lado se ve un monte rocoso con jorobas. Debajo, el lago Dove, tambi¨¦n de agua oscura. No hay un alma, y la sensaci¨®n de estar en contacto con lo primigenio es intensa.
Para acceder al lago St. Clair, situado al otro lado del macizo monta?oso, hay que dar un gran rodeo por carretera. El desplazamiento permite, por ejemplo, cruzar Queenstown, un polvoriento pueblo minero que parece sacado de una pel¨ªcula del Oeste, con la mina de cobre a las afueras, entre rocas ocre amarillento.
En el lago St. Clair se pueden ver, con suerte, ornitorrincos, esos extra?os animales ¡ªcon pico de pato, cola de castor y patas de nutria, ov¨ªparos y venenosos¡ª que, al describirlos, parecen m¨¢s bien sacados del imaginario medieval.
Se puede acceder al parque nacional Mount William por una carretera sin asfaltar que parte hacia el norte desde St. Helens, una peque?a poblaci¨®n costera del noreste. All¨ª me aloj¨¦ en un ¨¢spero motel cuyo conserje, un tasmano rubio, inmenso y desmejorado, hablaba un ingl¨¦s que sospecho merecer¨ªa ser considerado una lengua completamente nueva.
La mayor¨ªa de los turistas visitan el parque nacional Freycinet, situado al sur. All¨ª se encuentra la bah¨ªa Wineglass, seg¨²n algunos una de las playas m¨¢s bonitas del mundo. No lo dudo, pero a Mount William va mucha menos gente y playas m¨¢s bonitas del mundo hay bastantes, seg¨²n qui¨¦n las valore.
Aqu¨ª el protagonista es el mar, que ruge. Hay canguros, ualab¨ªes, aves marinas, p¨¢jaros de colores brillantes y cisnes. Por una senda que serpentea entre matorrales se llega a una playa de arena blanca junto a una laguna que se abre ante ti de repente, como si alguien hubiera levantado el tel¨®n. El mar est¨¢ movido, la espuma se eleva sobre las rocas y las gaviotas juegan con el viento. No hay nadie. Para m¨ª, una de las playas m¨¢s bonitas del mundo. Te ba?as. Paseas y recoges conchas. Te tumbas sobre la arena, al sol. Cierras los ojos. Oyes una ola poderosa rompiendo contra la orilla. Abres los ojos. Sonr¨ªes. Est¨¢s en Tasmania.
Nicol¨¢s Casariego es autor de la novela Ant¨®n Mallick quiere ser feliz (Destino).
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