Familia hospitalaria

Basti¨®n isl¨¢mico durante la Reconquista, el castillo de Lorca delimit¨® la frontera entre los reinos nazar¨ª y cristiano durante casi tres siglos. Es uno de los conjuntos hist¨®ricos art¨ªsticos m¨¢s grandes de Espa?a, dentro de cuyo recinto se ha edificado un parador tur¨ªstico que puede presumir de figurar entre los 10 mejores de la red.

Inaugurado en 2012, su construcci¨®n se vio afectada por el terremoto acaecido el a?o anterior, lo que oblig¨® a cinchar su estructura con unos alineamientos de acero corten antis¨ªsmicos que dan hoy personalidad a su fachada. Las planchas se ordenan seg¨²n la serie de Fibonacci, la proporci¨®n ¨¢urea.

Otros paramentos de acero corten microperforado envuelven las ruinas de la antigua juder¨ªa que rodeaba al castillo, rescatadas durante las obras de acondicionamiento a mayor gloria del parador y sus inquilinos temporales. Juan Jos¨¦ Asensio, el actual director, se desvive tanto por ellos que acaba oficiando tambi¨¦n de cicerone por toda la alcazaba. Es interesante escuchar sus glosas sobre la sinagoga del siglo XIV y la exposici¨®n permanente Luces de Sefarad.

Empat¨ªa y simpat¨ªa

No est¨¢ solo en el empe?o. Marisol Miravete, Antonio Gonz¨¢lez y Jos¨¦ Mar¨ªa Hern¨¢ndez, entre otros trabajadores provenientes del extinto parador de Puerto Lumbreras, cumplen en el comedor los preceptos tambi¨¦n ¨¢ureos de la hospitalidad: empat¨ªa y simpat¨ªa con el hu¨¦sped, los cimientos de la confianza que proporciona el conocimiento de cada uno a trav¨¦s de un trato personal y una generosidad desinteresada.

Otros nombres se suman al equipo lit¨²rgico, los de los cocineros Pedro Moreno y Gin¨¦s Navarro, capaces de conquistar los paladares con unos desayunos esmerados. El aceite del buf¨¦ es de buena calidad, pero a poco que uno le haga ojitos a Hern¨¢ndez aparecer¨¢ a la ma?ana siguiente con un prensado ¨²nico procedente de su almazara familiar.

Por lo que respecta a las instalaciones, en su amplitud quiz¨¢ destilen un aire desabrido, intrincado, de largos corredores y espacios enormes franqueados por interminables cristaleras. Los muros de piedra desnuda, prolongados por el amurallamiento de la propia fortaleza, acrecientan esta impresi¨®n. Solo el spa, abierto a una terraza exterior en panavisi¨®n sobre el valle del Guadalent¨ªn y las sierras del Gigante, la Culebrina y el Cambr¨®n, atempera la frialdad de los interiores.

Espacios igualmente desahogados ofrecen las habitaciones. Amplias, luminosas, decoradas con mucho oficio, aunque quiz¨¢ se echen en falta unos toques m¨¢s personales. Y la p¨¢tina humana que siempre otorga el tiempo, cuando el parador est¨¦ m¨¢s vivido.