The Hat, todo sucede en el vest¨ªbulo

Los vest¨ªbulos de los hoteles son lugares donde se come, se r¨ªe, se comparte, se mira a la calle, se consulta el dispositivo m¨®vil y se hace la reserva del pr¨®ximo vuelo de bajo coste. Es donde el viajero se entrega al networking, a tejer su red de relaciones. Quien haya visto las oficinas de Google sabe de lo que estamos hablando: espacios comunes, desenfadados, polivalentes y ¡ªqu¨¦ m¨¢s da¡ª tambi¨¦n ruidosos. Como los de este alojamiento de aires vintages que acaba de nacer en el Madrid de los Austrias, muy cerca de la plaza Mayor y La Latina. Probablemente a sus promotores, Alfonso L¨®pez Rold¨¢n e Ignacio Garc¨ªa, les habr¨ªa gustado una clientela m¨¢s heterog¨¦nea entre la que repartir sus noches y sus d¨ªas. Pero el hostel ejerce su poder de seducci¨®n entre los j¨®venes millennials.

Se levanta en un inmueble residencial del siglo XIX adaptado por el arquitecto Jes¨²s Manzanares, de quien siempre apreciaremos su refinamiento estil¨ªstico en la bodega Enate. Ninguna posibilidad de estacionar en la puerta del hotel, aunque existe un garaje concertado por solo ocho euros diarios a un kil¨®metro y medio (menos mal que el concierto incluye un servicio de recogida¡­). Estos detalles se gestionan desde una diminuta recepci¨®n enlazada a la barra del bar. Todo lo dem¨¢s es un vest¨ªbulo donde los hu¨¦spedes, de todas las nacionalidades, est¨¢n acostumbrados a compartirlo todo. El personal, joven y din¨¢mico, ayuda en lo que puede a resolver los problemas de la estancia.

Hasta el desayuno funciona bajo la l¨®gica del s¨ªrvase usted mismo en The Cave, una antigua bodega que ha sido descubierta. De nuevo, no es el escenario lo que importa, ni la calidad de los alimentos, sino el ambiente que modela la propia clientela. Es un concepto por debajo del minimalismo: no hay ornamentaci¨®n, ni mobiliario. Solo esa idea difusa, cambiante e indeterminada que se reconoce por ambiente. La propia gente es la decoraci¨®n, el mueble.

Esta misma simpleza se aprecia en las habitaciones, casi todas distintas (dobles, cu¨¢druples, para compartir entre ocho o diez¡­). Un camastro, un armario de madera contrachapada y una mano de pintura, no dos, en las paredes. Aqu¨ª se viene a dormir, no a estar. Y durmiendo nadie es capaz de reconocer la cantidad de pintura que han recibido los muros, ni el color de las persianas. Si acaso se echa en falta una mejor insonorizaci¨®n general. Suena (fuerte) la calle, el paso de los autobuses, la recarga de las bombonas, el copeteo nocturno.

Un cartel en la pared lo resume todo: Wherever I lay my hat, that¡¯s my home (all¨ª donde suelto mi sombrero, esa es mi casa). As¨ª es The Hat.

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