En bici por San Francisco, camino de Sausalito
Pedaleando con vistas al Golden Gate y parada en el muelle 47 para comer un s¨¢ndwich de cangrejo o una sopa espesa con almejas
Estamos tan acostumbrados a que la mejor manera de ver San Francisco es perderse por Chinatown o subirse a los tranv¨ªas para no escalar sus calles que a veces se pasa por alto que la bicicleta es menos impracticable de lo que muchos piensan y da adem¨¢s una perspectiva totalmente inu?sitada. Un recorrido perfecto (preferiblemente entre semana, porque en festivos algunos lugares pueden estar demasiado llenos de gente) podr¨ªa comenzar en el puerto de The Embarcadero. Por 35 d¨®lares al d¨ªa hay varias empresas f¨¢ciles de localizar que alquilan bicicletas.
Desde all¨ª sale hacia el noroeste una senda no solo al alcance de todas las piernas, sino tambi¨¦n muy respetada tanto por los coches como por los peatones. Con una impresionante vista del Bay Bridge, se van pasando uno tras otro todos los muelles de la bah¨ªa, desde el 33 (donde sale el ferri a la isla de Alcatraz) hasta el 39, donde hay un gran centro comercial. Un poco m¨¢s adelante, en el 47, se llega al Fisherman¡¯s Wharf (el muelle de los pescadores), el lugar perfecto para comer un s¨¢ndwich de cangrejo o de langosta reci¨¦n cocida y probablemente una de las mejores clam showder (sopa espesada con almejas) de la costa, por no hablar de las ostras.
A la vuelta se pasa frente a una de las grandes instituciones de la ciudad, la Roca, la isla de la prisi¨®n de Alcatraz
Con un poco de tiempo se puede tambi¨¦n amarrar la bicicleta y visitar una de esas rarezas que a veces ofrece San Francisco, el Mus¨¦e M¨¦canique, en el muelle 45, una impresionante colecci¨®n privada de m¨¢quinas recreativas de los ¨²ltimos siglos. Desde una motocicleta a vapor de 1912 hasta cajas de m¨²sica a manivela, bailarinas de charlest¨®n que siguen movi¨¦ndose hoy como en los a?os veinte o las primeras m¨¢quinas Zoltar. Edward Zelinski ¡ªel coleccionista y due?o de las 3.000 m¨¢quinas que est¨¢n expuestas all¨ª¡ª ha conseguido recuperar la fascinaci¨®n por el entretenimiento que llev¨® a este pa¨ªs a convertir la diversi¨®n de masas en su religi¨®n nacional. Suspendida en el tiempo, esa fascinaci¨®n tiene algo de arqueol¨®gico y a la vez de perfectamente reconocible, de cercano y a la vez de brutalmente pret¨¦rito, como esos reproductores de VHS que hoy nos parecen m¨¢s antiguos que un pez f¨®sil. Frente al Mus¨¦e M¨¦canique, en el 2 del Marina Boulevard, est¨¢ tambi¨¦n otro de los centros culturales m¨¢s importantes de la ciudad, el Fort Mason, donde no falta nunca una exposici¨®n rese?able.
Unos cientos de metros m¨¢s adelante, y junto al Fine Arts Palace que queda sobre Mason Street, sale un sendero que recorre la playa que lleva hasta el puente Golden Gate. Resulta familiar y sorprendente, aunque sea la primera vez que uno lo ve en vivo, acercarse poco a poco a esa gran dama majestuosa y roja construida a mediados de los a?os treinta por el (tambi¨¦n poeta) Joseph Strauss para liberar el tr¨¢fico ya insostenible de ferris que hab¨ªa en aquella ¨¦poca. Un puente fat¨ªdico. A los cin¨¦filos les parecer¨¢ estar dentro de esa c¨¦lebre escena de V¨¦rtigo en la que Kim Novak salta a las aguas de la bah¨ªa y es rescatada por James Stewart. Como en todo, a Hitchcock no le faltaba hilo en ninguna puntada. El Golden Gate siempre ha atra¨ªdo (todav¨ªa hoy, por mucho que el Ayuntamiento de la ciudad haya instalado barreras de seguridad) a suicidas de todo el mundo y tiene colgada de sus soldaduras la poco honorable cifra estimada de m¨¢s de 1.500 muertes desde su construcci¨®n, lo que lo convierte en el segundo puente m¨¢s ominoso del mundo, tras el Nanjing Yangtze. Tal vez sea ese respeto el que genera buena parte de la reverencia que provoca cruzarlo. Eso y que desde lo alto es imposible no sentir la energ¨ªa est¨¢tica, el ruido del paso de los cientos de coches sobre el acero y la impresionante fuerza del viento. Es sin duda una de las mejores vistas de la ciudad. En el lado Este queda la parte que hemos recorrido desde la costa, las majestuosas colinas de la ciudad de San Francisco; en el Oeste, la playa de China Beach, el Presidio Park y los acantilados al Pac¨ªfico de Lincoln Park.
The Embarcadero
Superado el repecho del puente, todo lo que queda es cuesta abajo, o bien siguiendo por la Alexander Avenue (interior) o por el sendero de la East Road que lleva hasta la peque?a localidad de Sausalito, una de las m¨¢s populares de la ciudad, repleta tambi¨¦n de caf¨¦s y restaurantes. Desde all¨ª se puede coger un ferri en el que no hay problema para subir las bicis que nos lleva de vuelta hasta el puerto de The Embarcadero. De despedida se pasa frente a otra de las grandes instituciones de la ciudad, la Roca, la prisi¨®n de Alcatraz. Como sucede con muchos de los mitos, la realidad no siempre est¨¢ a la altura de las expectativas, pero a ratos da la sensaci¨®n de que si se mira atentamente no es improbable sentir la sombra esquiva, jocosa y sanguinaria de un c¨¦lebre mafioso que nunca dej¨® de poner en su tarjeta de visita que era vendedor de antig¨¹edades.
Andr¨¦s Barba es autor del ensayo La risa can¨ªbal (Alpha Decay).
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