Cases de Son Barbassa, placer para los sentidos en una ¡®possessi¨®¡¯ mallorquina

Olivos, almendros y algarrobos acent¨²an la naturaleza abierta de estas casas de piedra nacidas alrededor de un torre¨®n defensivo del siglo XVI, cuando nadie imaginaba que Mallorca pudiera sufrir una invasi¨®n de otra clase de for¨¢neos, los turistas. Cencerros de ovejas, ajetreo de grillos, zumbido de aspas molineras y un viento de peluquer¨ªa que le hacen la permanente a los campos verdes, verd¨ªsimos, en descenso hacia los acantilados de Capdepera. Ya no vienen veraneantes como los de prepandemia. Ahora, el riguroso distanciamiento social incentiva el valor esponjoso de las 12 hect¨¢reas de possessi¨® dedicadas al agroturismo junto al poblado talay¨®tico de Son Barbassa, en el extremo nororiental de la isla.

Desde sus terrazas se divisa la mejor panor¨¢mica del parque natural de la Pen¨ªnsula de Llevant, entre aromas de rosas silvestres y lavanda. Arriba, enmarcada por media docena de camas balinesas envueltas en gasas y cojines, la piscina constituye una invitaci¨®n a la molicie con sus vistas a las calas Mesquida, Agulla, Ratjada y los tejados de Capdepera. En d¨ªas despejados se divisa incluso el perfil plano de Menorca.

M¨¢s arriba, una villa con balconadas amplias, terrazas, invernadero y una piscina con palios alabeados se alquila entera o por cuatro habitaciones separadas, con un sesgo m¨¢s ¨ªntimo que los otros 12 dormitorios situados en el n¨²cleo principal. La sencillez ornamental de estas estancias libera la mente para reflexiones sobre la inocuidad del agro o la decisiva necesidad de cuidarnos a nosotros mismos. Una vez cumplida esa misi¨®n, el hedonismo sensorial obliga a rascarse el bolsillo para trasladarse (al menos una noche) a la suite n¨²mero 21, en la planta superior del hist¨®rico torre¨®n, o mejor a su contigua 22, adosada a sus muros exteriores, sin tabiques separadores entre el sal¨®n y la alcoba.

Llegada la hora de cenar, en esta finca dedicada al agroturismo la cocina no exige distanciarse mucho del denominado kil¨®metro cero. La huerta da para un suculento gazpacho con picatostes o un tremp¨® (ensalada de verduras) t¨ªpico de la isla, regados con un vino elaborado no muy lejos de aqu¨ª y un aceite de oliva extra virgen prensado desde los olivos que oteamos tras la cristalera del comedor.

Si no fuera por los chasquidos de las almendras o los sorbos de licor de hierbas casero, sentir¨ªamos con igual fruici¨®n el rumor lejano del mar.