Luis Landero: ¡°Hay gente que no aprende a amar. Quiz¨¢s yo sea uno de ellos¡±
Luis Landero (Alburquerque, Badajoz, 73 a?os) sigue en racha. Cu¨¢ndo no¡ Hablamos de uno de los narradores m¨¢s contundentes, ricos, profundos y reconocidos en espa?ol. Un mago que a trav¨¦s de la memoria, la fantas¨ªa y la lealtad a la estirpe de una familia contadora de historias y un padre fantasioso se convirti¨® en escritor. Se dio a conocer con Juegos de la edad tard¨ªa (Tusquets, 1989). All¨ª irrumpi¨® como una de las voces fundamentales de los estertores de la Transici¨®n. Hab¨ªa dejado atr¨¢s una vida intensa como guitarrista flamenco, pero decidi¨® apartarse del bullicio y enclaustrarse en su mundo de palabras y figuraciones. Hace siete a?os se hart¨® de su propia manera de contar e inici¨® un camino muy pegado a la infancia y el recuerdo. Eso dio lugar a una obra maestra, El balc¨®n en invierno; a una novela inquietante como Lluvia fina y ahora a El huerto de Emerson, todas en Tusquets: una bell¨ªsima eleg¨ªa que es, como dice, otro fragmento de memoria selectiva en la que todo un pa¨ªs puede verse retratado dentro de una trashumancia f¨ªsica y m¨ªstica del campo a la ciudad, de la represi¨®n a la libertad, del seno de la familia a la calle, de un pasado remoto donde se han perdido virtudes y arraigos a una modernidad donde apenas cuenta la experiencia, dice, y se ha sustituido esta por la informaci¨®n o las redes sociales.
Pregunta. El huerto de Emerson y tambi¨¦n El balc¨®n en invierno despiertan paz, melancol¨ªa, pero tambi¨¦n una rabia por un mundo que se ha perdido.
Respuesta: Pues qu¨¦ bien, porque paz y cobijo es lo que yo he sentido escribi¨¦ndolos. Me gustar¨ªa que dieran calor, lumbre, luz, que sugirieran un lugar donde volver. Ser¨ªa mi mayor logro. No con todos los libros se siente eso.
P. ?Y lo que dice de su prima Antonia, que no se cree que es usted quien escribe sus libros¡?
R. Tiene casi 100 a?os, s¨ª, y nunca, nunca, se lo ha cre¨ªdo. Mi prima hermana Antonia dice que vale, que quiz¨¢s me los he imaginado, pero que quien se lo curra es Cot¨¦, mi mujer. Las mujeres en mi familia no creen que los hombres hagamos nada. En mi familia, los hombres eran gente rara, so?adores, atormentados, incapaces de ser felices, muy buenos oradores, los Landero. Y los Dur¨¢n son todos apacibles, magn¨ªficos, empezando por mi madre o mi abuela Felisa. No le ped¨ªan a la vida m¨¢s de lo que puede dar. Sab¨ªan ser felices con poco. Pr¨¢cticos y beat¨ªficos.
P. ?Y Antonia vive en el campo o en el pueblo? Es una distinci¨®n que usted hace, bien clara.
R. Desde luego, eso se notaba en todo. Para empezar, el pueblo estaba muy lejos. ?bamos all¨ª en carro. Nosotros ten¨ªamos una finca de secano, lo cual no estaba nada mal. Mi padre dispon¨ªa hasta de dos criados.
P. La sombra de su padre pesa en esos dos libros. ?Dej¨® mucha frustraci¨®n en el camino?
R. S¨ª, bueno, en parte porque yo fui su proyecto de vida.
P. Que se convirtiera usted en abogado, o ingeniero, como le dec¨ªan los curas.
R. S¨ª, o m¨¦dico, o militar, de carrera. ?Por Dios, lo que me costaba el bachillerato de ciencias! Y s¨ª, en fin, a pesar de que ten¨ªa tres hermanas, el proyecto de vida era yo.
P. ?Todav¨ªa ve aquella mirada suya en el hospital, antes de morir, para que usted no se perdiera?
R. ?Joder que si la veo! Esa mirada implorante. ?l ten¨ªa 50 a?os, yo 16. Mi padre era duro, poco cari?oso¡
P. De los que sacaban el cinto¡
R. Es que era as¨ª, las cosas hab¨ªa que hacerlas ya. Mis ¨¦xitos y fracasos eran los suyos y yo ten¨ªa que convertirme en el mejor. Se vino a Madrid por m¨ª, en plan visionario, porque hab¨ªa una misi¨®n que cumplir, que yo llegase a abogado, de esos que, seg¨²n ¨¦l, con una firma pod¨ªan ganar m¨¢s que ¨¦l en un a?o. Firmar, ir bien vestido¡ Los pocos gestos de cari?o que tuvo los atesoro.
P. ?Cu¨¢les?
R. Cuando ven¨ªa del casino, porque mi padre no trabaj¨® nunca: ¨¦l so?aba. Su mundo era elevado. All¨ª le pon¨ªan unos cacahuetes, que ¨¦l llamaba alvellanas, y los guardaba. Al regresar me dec¨ªa: ¡°Vete a ver qu¨¦ hay en el bolsillo de la chaqueta¡±. ?l me quer¨ªa, yo s¨¦ que me quer¨ªa.
P. Pero lo mismo que recuerda esos gestos de cari?o, tambi¨¦n los golpes. ?Qu¨¦ le ha dolido m¨¢s? ?Escribir sobre eso o haberlos recibido?
R. Escribirlos no me ha dolido. Yo los he sufrido desde siempre, era un sentimiento que he llevado en m¨ª.
P. ?Un trauma?
R. Bueno, no quer¨ªa pronunciar esa palabra, pero es la que corresponde. Me hice escritor un poco por ¨¦l, por saldar la deuda. Cuando muri¨®, empec¨¦ a comprenderlo. Yo era un chaval macarrilla y un poco golferas.
P. Que acab¨® de guitarrista flamenco, en vez de administrativo en Clesa: iba usted en serio.
R. S¨ª, s¨ª, me gustaban las motos, las chavalas, el tabaco rubio americano. Llegu¨¦ a ser buen guitarrista. Pero a m¨ª lo que me apasionaba era la literatura. Yo era poeta entonces; bueno, presum¨ªa de eso.
P. ?Como de postureo?
R. No, no, rom¨¢ntico, una cosa muy seria, un poeta suicida. La prosa tambi¨¦n me atra¨ªa. Gan¨¦ hasta un premio que ense?¨¦ a mi padre; ¨¦l lo mir¨®, pero no le parec¨ªa suficiente. Me dec¨ªa, f¨ªjate qu¨¦ ideas, que ten¨ªa que estudiar. Y que, cuando lo hiciera, me comprar¨ªa una Vespa. Y que deb¨ªa meterme en la tuna.
P. Eso s¨ª que es un proyecto de vida. ?Y se meti¨®?
R. ?C¨®mo me voy a meter yo en la tuna! ?Qu¨¦ cojones! Yo llegu¨¦ tarde a la universidad. Yo he llegado tarde a todo.
P. Tarde pero a tiempo. ?Por qu¨¦ hay que llegar pronto a las cosas?
R. Bueno, llegar en su momento, mis amigos eran m¨¢s j¨®venes que yo en la universidad. Tengo la impresi¨®n de que iba rezagado. Pero he vivido mucho y eso no lo cambio por nada.
P. Encuentro en los escritores extreme?os como en usted, Gonzalo Hidalgo Bayal o Javier Cercas, del mismo origen tambi¨¦n, algo de w¨¦stern.
R. Con Hidalgo Bayal tenemos eso de ser como amigos crepusculares. Y Cercas explora esa obsesi¨®n por el h¨¦roe¡
P. Tambi¨¦n les noto cierto patetismo.
R. No lo s¨¦, somos emigrantes, tenemos que fardar de algo, de un tiempo perdido ya. De criaturas extinguidas. De la soledad en el cortijo, en la tierra. Se iba poco a la escuela, la cultura era oral. Ahora eso ha cambiado. Con la televisi¨®n y el coche, la gente ya no es del campo.
P. ?De d¨®nde son ahora?
R. Del pueblo ya. Quedan pocos que vivan a la manera antigua y que vayan al pueblo de vez en cuando a jatear, es decir, a comprar lo necesario.
P. De su etapa de guitarrista, ?qu¨¦ recuerda?
R. Estudiaba horas y horas y me ganaba la vida. Se pod¨ªa tocar mal, eran los tiempos del turismo. M¨¢s del baile que del cante, lo que daba dinero: los turistas, los tablaos. Luego la cosa cambi¨®. Aparece Paco de Luc¨ªa¡
P. El arte.
R. Vino el comandante y mand¨® callar, o sea.
P. Les puso firmes...
R. Dej¨® cantidad de restos en el camino. Es que eso¡ Yo ya lo dej¨¦, ni toco. En el flamenco tienes que renovarte.
P. Del campo a la ciudad, le pas¨® a usted la modernidad por encima. En ese trayecto, ?c¨®mo se lleva la nostalgia? ?Qu¨¦ es? ?Algo positivo o mort¨ªfero?
R. Hay una nostalgia que mata, complicada, radical. Y otra dulce. A m¨ª la literatura me ha curado de muchas heridas. Yo hasta los 30 a?os viv¨ª mucho: el campo, la guitarra, el ni?o rural en la ciudad; entonces escrib¨ªa para aprender a escribir. Para descubrir el mundo que llevaba dentro¡ Se me va el hilo¡, bueno, as¨ª hasta los 30 a?os. Viv¨ª una relaci¨®n de solter¨ªa con la literatura antes y desde entonces fue conyugal. ?Joder! Tan ?conyugal que aqu¨ª seguimos. La literatura me vampiriz¨® y la vida se fue alejando. Qued¨® lejos. Eso es. Y lo sigue siendo.
P. A partir de El balc¨®n en invierno, ?se convierte usted en otro tipo de escritor que ahora sigue explorando con El huerto de Emerson?
R. Es que nos vamos cansando de ciertas historias y pasamos a otras porque lo cierto es que sin ellas no podemos vivir. No se agotan nunca. Todos tenemos un mundo propio. No se acaban las historias, pero s¨ª las maneras de contar. Hay un momento en que te cansan y repudias el tonillo, el tufillo. Lo not¨¦ cuando empezaba a escribir El balc¨®n en invierno, una especie de cansancio ante la m¨²sica narrativa. Notas el artificio, aunque tenga todo de leg¨ªtimo, no deja de parecerlo cuando eres perro viejo.
P. ?Eso es la b¨²squeda, la gracia de no repetirse a s¨ª mismo?
R, Va por ¨¦pocas. A veces el que se cansa es el lector.
P. Ah¨ª viene el peligro.
R. Estamos rodeados ahora de todo tipo de historias. En libros, en televisi¨®n.
P. ?Ve mucho la televisi¨®n?
R. Alguna serie por la tarde, pel¨ªculas, el f¨²tbol, claro. Y First dates¡
P. ?First dates?
R. Me parece un regalo para un escritor. Habr¨ªa que pagar. Es bueno¡ Lo que cuenta la gente, qu¨¦ piensa, c¨®mo hablan. Una de las cosas que me gustan o me horrorizan, no lo s¨¦, es lo que piensan de la vida.
P. ?Y qu¨¦ piensa la gente de la vida en First dates?
R. Que es toda esa milonga que nos contaban los rom¨¢nticos. Antes de ellos, la vida era otra cosa. First dates est¨¢ en los suburbios del romanticismo. El romanticismo pasa por las vanguardias, la generaci¨®n beat, pero despu¨¦s existen unos suburbios del g¨¦nero donde aparece la novela rom¨¢ntica, los boleros, la m¨²sica pop, los libros de autoayuda y programas como First dates. Ah¨ª aparece la vida mitificada, como una sucesi¨®n de momentos asombrosos, como viaje, rebeli¨®n contra la normas, contra la quietud, la monoton¨ªa, la normalidad, la exaltaci¨®n del yo. La lucha a muerte contra la costumbre. Todo eso que es mentira y la gente se cree.
P. ?Qu¨¦?
R. Pues la vida es monoton¨ªa con algunos relumbrones. Un pasar donde viene el tiempo, te va jodiendo, te haces viejo, te mueres y luego llega el olvido. El hombre es una pasi¨®n in¨²til, dec¨ªa Sartre. Con la vida hay que pactar, no puedes declararle la guerra, igual que con el amor, para que haya paz.
P. Quiz¨¢s la vida, en su caso, fue euforia y ahora la b¨²squeda de un sosiego. ?Le ha llegado?
R. A veces.
P. ?Y en el amor tambi¨¦n?
R. Entramos aqu¨ª en terreno minado.
P. Vamos a ello.
R. Hay que saber amar, hay gente que no aprende. Quiz¨¢s yo sea uno de ellos.
P. ?Por qu¨¦?
R. No lo s¨¦, quiz¨¢s la ciencia lo pueda explicar. Hay gente que ni sabe ni necesita amar para vivir, si hablamos de una pareja, a una mujer. Hay otras formas de amor en las que todos participamos.
P. Pero lleva usted casado¡
R. Cot¨¦, mi esposa, y yo nos conocimos cuando yo ten¨ªa 21 y ella 17. El amor va derivando, tiene fases, y lo bueno es que se conduzca hacia, hacia¡ la amistad, por ejemplo, la tolerancia, estar juntos. El amor y la costumbre se confunden a veces. No creo que avancemos por ah¨ª.
P. ?Es importante para usted, por ejemplo, decir a la otra persona que la quiere?
R. Es importante, s¨ª, s¨ª, pero tambi¨¦n existen los sobreentendidos, hay miradas, gestos. No s¨¦, entrar en la intimidad me resulta un poco turbio.
P. Lo digo por aquello de que para muchos la muerte del amor es la costumbre.
R. No, no. Eso era el drag¨®n de san Jorge para los rom¨¢nticos, que la vida debe ser un imprevisto, que tiene que ser un estreno permanente. Yo contaba la vida de los rom¨¢nticos a mis alumnos para engolosinarlos. Lleg¨® la telerrealidad y eso se convirti¨® en una mierda. Una vez pregunt¨¦ en clase qu¨¦ les parec¨ªan los rom¨¢nticos y uno me contest¨®: ¡°Unas nenazas¡±. En fin, dej¨¦ de contar c¨®mo Jos¨¦ Cadalso desenterraba a su amada y todo eso porque en la tele ve¨ªan cosas m¨¢s fuertes.
P. ?La ense?anza s¨ª ha sido importante para usted?
R. No, solo una forma de ganarme la vida. Yo odio a los capataces y a los jefes, as¨ª que pens¨¦ que la mejor manera de sobrevivir era de profesor. Lo he disfrutado, eso s¨ª, aunque no me siento vocacional. Pero no quiere decir eso que no haya disfrutado de mis alumnos. Soy un escritor que en sus horas libres daba clase.
P. ?Y lo compaginaba con la literatura?
R. De hecho pod¨ªa haber vivido de la literatura desde Juegos de la edad tard¨ªa. Me ofrec¨ªan cosas en la televisi¨®n, por ejemplo, que me hubieran servido para arregl¨¢rmelas sin ense?ar. Pero yo soy un neuras, cre¨ªa que ese camino era incompatible con la disciplina de monje que debe llevar un escritor, contra esos h¨¢bitos de estar viviendo dentro de la literatura todo el tiempo.
P. ?Un neuras? ?C¨®mo se traduce eso?
R. Por ejemplo, en el sentido de culpa. Si gasto una broma, autom¨¢ticamente surge en m¨ª la culpa de haber ofendido a la persona. Ofender me horroriza. Si tardo tres d¨ªas en contestar un correo, lo mismo, qu¨¦ pensar¨¢n de m¨ª. Siempre contesto porque la culpa me obliga. Lo vivo como un sentimiento muy exacerbado. No s¨¦ por qu¨¦.
P. ?Qu¨¦ idea tiene usted de s¨ª mismo?
R. No lo s¨¦, de verdad. Ni s¨¦ c¨®mo me ven los dem¨¢s. Me llegan noticias, pero cuando la cosa es buena no me lo creo.
P. Esa desconfianza, ?vendr¨¢ de lo que dec¨ªa su madre, que era muy mentiroso?
R. La mentira no es mala, siempre que no sea inmoral. La mentira, si le quitamos el vestuario moral, queda en imaginaci¨®n. Yo a mis amigos les miento mucho, ellos me conocen adem¨¢s. Y luego ponemos las cartas boca arriba, es un juego imaginario. Otra cosa es la mentira calculada con un fin.
P. Ahora nos cuentan esa mandanga del relato, que es, en s¨ª, mentira. No ?valen los hechos, sino el relato. Si cala entre todo el mundo y estamos construyendo ficciones por todas partes, ?qu¨¦ pintan aqu¨ª entonces los escritores?
R. Es complejo. A m¨ª me contaron la historia de Espa?a o la sagrada de una manera. Todos tenemos nuestro relato, sobre todo cuando debemos disimular nuestras frustraciones. El amor es un relato, c¨®mo se ve a la persona amada. De alg¨²n modo nos contamos historias. Al so?ar nos contamos historias. Pero otra cosa son los bulos, que ponen en peligro la democracia, la salud mental y la dignidad de las personas. A veces preferimos que en vez de hechos contrastados nos cuenten Cuarto milenio¡
P. ?Tambi¨¦n ve Cuarto milenio?
R. No, no, bueno, trocitos. Todo son fragmentos, de todas formas. El huerto de Emerson es un muestrario de fragmentos escogidos de lo que conserva la memoria. Una antolog¨ªa del pasado.
P. Con su abuela, por ejemplo, contando historias.
R. Y era analfabeta. Se centraba en experiencias. Ahora se ha empobrecido la experiencia. Se ha sustituido por informaci¨®n. En mi infancia nos transmit¨ªan experiencias, historias esenciales que se mezclaban con asuntos pr¨¢cticos: el campo, la labranza. La gente entonces hablaba mucho, pienso que eso se ha perdido. Esa relaci¨®n con las cosas y las personas¡, ahora andamos m¨¢s vampirizados por eso, por la informaci¨®n, por las redes sociales.
P. ?Escribi¨® El huerto de Emerson durante el confinamiento?
R. No, no. En 2017 se hizo un traslado y aparecieron m¨¢s de 40 cuadernos. A m¨ª me gusta escribir sin que tenga que acabar en una obra. Ah¨ª encuentro el punto exacto entre la responsabilidad y su ausencia de esta, como un juego. La verdadera seriedad es la del ni?o cuando juega, dec¨ªa Nietzsche. Y as¨ª lo he hecho yo, casi sin saber que lo estaba escribiendo, hasta que me di cuenta de que eso ten¨ªa una coherencia. Lo dej¨¦ para ponerme con Lluvia fina, se me vino encima aquello tras leer una historia en un peri¨®dico. Activ¨® algo en m¨ª.
P. ?Qu¨¦ cree que se activ¨® para esa historia?
R. Asuntos de mi familia. Las frustraciones que conducen a la b¨²squeda de culpables. Pueden ser gente cercana o puede ser el franquismo, qui¨¦n sabe. Cuando fracasas, siempre buscas un culpable. Aparece el miedo, el ajuste de cuentas. Hay gente que ha fracasado, pero no lo ve, y hace muy bien adem¨¢s. Pero cuando aparece eso y lo sabes, tu vida pierde sentido y buscas culpables. Generalmente los encuentras, los padres, normalmente, los hermanos.
P. ?Y del ¨¦xito? ?Qu¨¦ me dice?
R. Mi mayor ¨¦xito es haber llegado a estimarme como escritor. Superar aquello de que no valiera para nada, como dec¨ªa mi padre. El ni?o venido del pueblo, el chico de la Prospe, de barrio, que se hace guitarrista y por otra parte lee a Faulkner, a Proust, poes¨ªa. Logr¨¦ deshacerme de la opini¨®n ajena, de mi padre en primer lugar.
P. ?Cree que estar¨ªa orgulloso?
R. Creo que s¨ª, al fin y al cabo la casa de cultura de mi pueblo lleva mi nombre. Eso, probarle a mi padre ese af¨¢n por demostrar que s¨ª valgo, m¨¢s de lo que ¨¦l cre¨ªa. Un ajuste de cuentas que tiene que ver con el amor, pero tambi¨¦n con el rencor.
P. ?Incluso ha querido demostrarle eso a su padre m¨¢s que a usted mismo?
R. Pues probablemente¡ No s¨¦, tengo que pensarlo.
P. ?Y a sus hijos?
R. No, m¨¢s bien al contrario, m¨¢s bien he temido que pasaran por eso o que les afectara mi ¨¦xito. Con ellos he disfrutado no te puedes imaginar cu¨¢nto. Han estado por encima de todo. He sido muy feliz con ellos.
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