Lo que algunos echaremos de menos o de m¨¢s
Cada cual form¨® su peque?o n¨²cleo o familia, y hemos visto los escasos rostros como si fueran apariciones de la Virgen
Ahora que mucho va volviendo acelerada y voluntariosamente a la normalidad, es el momento de ver si algunos echaremos algo de menos del tiempo de la pandemia. En lo que a m¨ª y a cualquiera respecta, no deseamos que eso regrese jam¨¢s. Parece que s¨®lo los cercanos se acuerden de sus muertos, decenas de millares. Lo mismo ocurre con los enfermos, millones a los que a¨²n no se sabe si les van a quedar secuelas. M¨¦dicos y sanitarios han sufrido lo inimaginable y han padecido numerosas bajas en el cumplimiento de su deber. ...
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Ahora que mucho va volviendo acelerada y voluntariosamente a la normalidad, es el momento de ver si algunos echaremos algo de menos del tiempo de la pandemia. En lo que a m¨ª y a cualquiera respecta, no deseamos que eso regrese jam¨¢s. Parece que s¨®lo los cercanos se acuerden de sus muertos, decenas de millares. Lo mismo ocurre con los enfermos, millones a los que a¨²n no se sabe si les van a quedar secuelas. M¨¦dicos y sanitarios han sufrido lo inimaginable y han padecido numerosas bajas en el cumplimiento de su deber. Muchos negocios han cerrado para siempre, mucha gente est¨¢ sin empleo y debe vivir de la caridad. Los estragos del coronavirus son tantos¡ S¨®lo cabe esperar que no retorne, ni nada que se le parezca.
A todos, adem¨¢s, nos ha afectado mentalmente hasta un punto todav¨ªa dif¨ªcil de calibrar. Hay quienes no se atreven a salir a la calle ni a quedar, qui¨¦n sabe cu¨¢ndo nos sentiremos plenamente como antes. Lo que ya se advierte es que las predicciones m¨¢s ?o?as no se van a cumplir. Se anunci¨® que la plaga nos unir¨ªa y nos har¨ªa mejores. Que nos obligar¨ªa a reflexionar sobre la vida alocada y hueca que llev¨¢bamos, que nos dar¨ªamos treguas y pausa, que apreciar¨ªamos la lentitud y enriquecer¨ªamos el esp¨ªritu; que distinguir¨ªamos lo necesario de lo superfluo (los obsesivos m¨®viles), el porqu¨¦ de nuestros viajes constantes, de nuestros afanes y prioridades. Que dar¨ªamos importancia a lo que la tiene y se la restar¨ªamos a lo que no. Que ser¨ªamos menos atolondrados y m¨¢s prudentes. Una bobada ilusa tras otra, con las excepciones de rigor.
Desde el final del estado de alarma se ha asistido a una descerebrada carrera hacia lo que hab¨ªamos abandonado por causas de fuerza mayor. Y algunos nos damos cuenta de que, en medio de la tristeza y el horror, ciertas cosas no nos sentaron mal. No estuvo mal aquella primera fase en la que todos est¨¢bamos pendientes de todos, llam¨¢ndonos o envi¨¢ndonos mensajes, interes¨¢ndonos por la salud ajena. No ha estado mal (s¨ª para la hosteler¨ªa y los hoteles, lo s¨¦) que las ciudades estuvieran libres de la peste tur¨ªstica que las convierte en invivibles, que no hubiera masas en las calles arrastrando maletas y que se procurara no chillar. Que los que sal¨ªamos a unos recados nos alegr¨¢ramos de ver a otra persona y tendi¨¦ramos a ser amables con ella, sabedores de cu¨¢nto arriesgaban la panadera, el quiosquero, el librero, la cajera del s¨²per, el camarero, los transportistas, fontaneros y dem¨¢s. Cada cosa que se esforzaba por funcionar la agradec¨ªamos de coraz¨®n. Las noches madrile?as eran tristes en comparaci¨®n con nuestros h¨¢bitos, pero no ser despertados a las cuatro de la ma?ana por pandillas gritonas, beodas o simplemente imb¨¦ciles era una no desde?able compensaci¨®n. Tambi¨¦n era agradable no ser arrasado por bicis, odiosos segways, patines y patinetes invasores de las aceras, lo mismo que ver Madrid sin apenas obras ni ruido, cuando la obsesi¨®n de alcaldes y alcaldesas es destriparlo todo innecesariamente a la vez. Eso ya ha regresado, faltar¨ªa m¨¢s, con el nuevo maniaco Almeida.
Cada cual form¨® su peque?o n¨²cleo o familia. Los que la ten¨ªamos lejos y pod¨ªamos contagiarla si nos reun¨ªamos con ella, hemos visto los escasos rostros que hemos visto como si fueran apariciones de la Virgen para los pastorzuelos de anta?o. Me ha dado mucha alegr¨ªa ver tres veces a la semana la cara sonriente de mi m¨¢s que asistenta Aurora; otras tres veces, los ojos azules, vivos, temerosos y risue?os de mi inteligente colaboradora y vieja amiga Mercedes; a diario, brevemente, al salir o entrar por el portal, la simp¨¢tica expresi¨®n de mi portera Lola. De vez en cuando, la figura protectora de mi compa?ero de colegio y cardi¨®logo Jos¨¦ Manuel. O¨ªr todas las noches la voz optimista y humor¨ªstica de Carme, mi mujer, y de tarde en tarde las de los nietos Unai y Berta. Me honra que esta, tan peque?a, no me haya olvidado tras meses y meses sin verme, aunque solo sea para darme una ¡°orden¡± telef¨®nica en catal¨¢n: ¡°Que em cantis¡±. Y algo le canto, hasta que se aburre o se cansa. O con frecuencia las de Julia, Daniella, Tano, Pilar y Juan. Estos n¨²cleos se han hecho fundamentales, y a todas esas personas les guardar¨¦ gran gratitud.
Bienvenida la normalidad, claro. Pero ya percibo que todo ser¨¢ igual de idiota que antes: gente que muere de fr¨ªo por correr una marat¨®n, o el Everest atiborrado de basuras que tiran los memos izados hasta su cumbre; festejos veraniegos por miles en este pa¨ªs que s¨®lo concibe la bulla, playas atestadas de sudorosos que no saben qu¨¦ hacer consigo mismos, cruceros devastadores. De nuevo Las Meninas y La Gioconda tapadas por muchedumbres que les dar¨¢n la espalda para hacerse un est¨²pido selfi ante ellas; peregrinos desnortados en los aeropuertos y Venecia vandalizada otra vez, lo mismo que cualquier monumento. Las tiendas m¨¢s espantosas reabrir¨¢n para vender sus souvenirs. Echar¨¦ de menos el ritmo apaciguado, y que nadie moleste para proponer tonter¨ªas. Echar¨¦ de m¨¢s el vocer¨ªo, la groser¨ªa sin freno y el ej¨¦rcito de termitas humanas que reanudar¨¢ su tarea de corroerlo, estropearlo y destruirlo todo por nada, por vac¨ªo y rudimentaria diversi¨®n.