Invisibles, pero esenciales: los trabajadores que no reciben aplausos
Hay labores fundamentales que no son del ¨¢mbito sanitario. Sin ellas, la sociedad no seguir¨ªa funcionando en plena cuarentena, pero est¨¢n tan mal remuneradas que no sacan de la pobreza a quienes las realizan. Un ejemplo en Argentina
Pablo se levanta todas las ma?anas a las seis de la ma?ana y lo primero que hace es ponerse a cocinar el almuerzo; una tarta, fideos, arroz con tuco o milanesas. Despu¨¦s se prepara unos mates, come un par de tostadas con dulce y se despide de Valentina, su hija de ocho a?os, con un beso en la frente, mientras la nena continua durmiendo. Al salir de su casa se asegura de pasar al lado de la ventana de su vecina, una se?ora mayor que a esa hora se encuentra preparando el desayuno para su marido, y recordarle que su nena queda durmiendo. Un par de horas m¨¢s tarde, Valentina se va a despertar, prepararse un vaso de chocolatada fr¨ªa y desayunar unas galletas mientras ve los dibujitos. La tele va a quedar prendida lo que resta de la ma?ana y, a menos que termine almorzando en lo de la vecina, tambi¨¦n va a quedar prendida durante el almuerzo, cuando come sola, frente a los dibujitos, lo que su pap¨¢ cocin¨® m¨¢s temprano a la ma?ana, o a veces lo que qued¨® de la cena anterior.
Pablo, que tiene 38 a?os, trabaja cargando y descargando alimentos, recorriendo la ciudad de C¨®rdoba en uno de los miles de furgones blancos que alimentan las g¨®ndolas de los almacenes y supermercados que mantienen a los dem¨¢s provistos y aislados en sus casas. Reci¨¦n va a volver a las cinco, a veces cinco y media de la tarde, en una rutina que se repite de lunes a viernes, desde que se decretaron las medidas de aislaci¨®n social obligatoria en Argentina, el pasado 20 de marzo.
Cuenta Pablo que tuvo que ense?arle a su hija a contenerse y no correr a darle un abrazo cuando entra a la casa; ense?arle que tras un d¨ªa completo de soledad tiene que esperar a que su pap¨¢ se quite la ropa, la saque al patio trasero, se d¨¦ una ducha. Reci¨¦n ah¨ª los abrazos, el entusiasmo, la tristeza, el planteo, o el capricho, dependiendo del humor de una ni?a que no viene siendo contemplada en las pol¨ªticas sanitarias; dependiendo del cansancio de un padre que se pas¨® el d¨ªa cargando y descargando bolsas, escuchando las quejas de los otros por los precios que aumentan, arriesgando su vida. Ganando mil pesos ¡ªalgo menos de diez euros¡ª por d¨ªa. ¡°A m¨ª me gustar¨ªa poder quedarme en casa con mi hija, pero que le voy a hacer, lamentablemente es as¨ª la vida¡±, dice Pablo antes de seguir descargando paquetes de yerba mate del furg¨®n para llevarlos dentro de un abarrotado supermercado en el barrio de Alta C¨®rdoba.
Pablo tuvo que ense?ar a su hija a contenerse y no correr a darle un abrazo cuando entra a la casa
La cuarentena viene siendo comunicada desde el Gobierno argentino como una gesta que requiere el compromiso de toda la poblaci¨®n para hacer frente a la covid-19. En sus discursos, m¨¢s de una vez, el presidente se refiri¨® a los trabajadores esenciales y al orgullo que deben sentir por su trabajo. Ese clima de gesta, que en los primeros d¨ªas se traduc¨ªa en solidaridad para quienes trabajan, un mes despu¨¦s de declarada la cuarentena, se traduce en hast¨ªo y un estado general de vigilancia.
Puede que el clima de gesta haya tra¨ªdo cierta conciencia de dignidad a estos trabajadores sobre la importancia de la funci¨®n que realizan, pero esa dignidad en una inmensa mayor¨ªa de los casos se desvanece cuando llega la paga. Conserjes, cajeros, cadetes, asistentes, limpiadores y vigilantes, trabajos de ocho o diez horas diarias, son recompensados con salarios que con suerte llegan a los 30.000 pesos ¡ªmenos de 300 euros con la ¨²ltima devaluaci¨®n del peso¡ª algo que ni siquiera se acerca a los cerca de 40.000 pesos que indica el Instituto Nacional de Estad¨ªstica y Censo argentino (Indec) como presupuesto mensual para mantener una familia tipo sobre la l¨ªnea de pobreza, unos 400 euros.
Todos estos trabajos tienen bajo ¨ªndice de formalidad, y menor a¨²n de sindicalizaci¨®n. Trabajadores mejor organizados como los del servicio de recolecci¨®n de residuos han logrado mantener el tono de gesta, incluso hasta alegr¨ªa. Los salarios del servicio de recolecci¨®n arrancan en alrededor de 500 euros mensuales y pueden escalar bastante m¨¢s. ¡°Nos dieron varias charlas de capacitaci¨®n sobre c¨®mo ten¨ªamos que cuidarnos y reforzaron todo lo que es indumentaria de protecci¨®n, mamelucos, guantes, barbijos, mascarillas... En ese sentido nos sentimos protegidos y, la verdad es que salvando el hecho de que vamos tres en el cami¨®n, no tenemos exposici¨®n¡±, cuenta Jos¨¦, que lleva 12 a?os de recolector en el servicio municipal de la ciudad de C¨®rdoba, sobre c¨®mo est¨¢n encarando desde la empresa la pandemia. ¡°Hoy tenemos m¨¢s responsabilidad que nunca¡±, dice casi a gritos un compa?ero de Jos¨¦ desde un cami¨®n. En C¨®rdoba y en otras localidades, los recolectores inequ¨ªvocamente levantan en alto sus pu?os ante la c¨¢mara.
Las gestas son m¨¢s f¨¢ciles con organizaci¨®n y dignidad
Cuando no hay organizaci¨®n, e importa poco la dignidad, los trabajadores se encomiendan a Dios. Como Miriam, que trabaja limpiando en un servicio externalizado del Hospital Vicente Ag¨¹ero de Jes¨²s Mar¨ªa. Al momento de la entrevista estaba internado con coronavirus un exjuez provincial de Santa Fe, que se hizo famoso en el ¨¢mbito local por saltearse la cuarentena a la cual estaba obligado tras un viaje a Italia, darse a la fuga y chocar un poste del tendido el¨¦ctrico dejando por horas a decenas de miles sin electricidad el primer s¨¢bado del confinamiento.
Conserjes, cajeros, cadetes, asistentes, limpiadores y vigilantes son trabajos de ocho o diez horas diarias recompensados con salarios que con suerte llegan a los 300 euros mensuales
¡°Yo no me voy a contagiar porque yo creo en nuestro se?or Jesucristo y ¨¦l me protege. Porque si es por la empresa... Estamos muy expuestos. A m¨ª me dieron un barbijo para la semana, reci¨¦n cuando sal¨ª de limpiar la habitaci¨®n donde lo tienen al juez lo tir¨¦ a la basura, porque para eso son, son descartables para evitar que te contagies, pero para ma?ana no tengo otro. Tengo que ir a pedir, ver si me dan uno; los guantes que nos dan se rompen a los dos minutos, tenemos que comprarnos nosotras de los buenos. Y ahora es un solo paciente, no quiero ni imaginar qu¨¦ pasa si la gente se empieza a contagiar, si nosotros nos empezamos a contagiar y le llevamos esto a nuestras familias¡±, dice Miriam, que extra?a poder ir a misa y que pens¨® en dejar el trabajo a ra¨ªz de la pandemia. Su marido la termin¨® convenciendo de que no lo hiciera, de que no pod¨ªa, que sin su sueldo no llegan.
¡°Al principio esto fue un caos, despu¨¦s se organiz¨® todo, dictaron la cuarentena obligatoria con todas las medidas de cu¨¢nta gente pod¨ªa entrar, de qu¨¦ distancia ten¨ªan que tener y ah¨ª el clima se puso solidario, la gente colaboraba. Ahora cambi¨®, todo el mundo esta harto, hay mucha mala onda, maltrato, cada uno detr¨¢s de su barbijo. Yo tambi¨¦n estoy harta, esta mascara me hace doler la cabeza; est¨¢s todo el d¨ªa tensionada, es horrible¡±, relata brevemente Nadia, una cajera en un hipermercado de la peque?a localidad serrana de Salsipuedes, en el gran C¨®rdoba, antes que el encargado de seguridad la interrumpiera diciendo que no ten¨ªa permiso para hablar con la prensa. Florencia, en un supermercado m¨¢s peque?o de la misma localidad, cuenta una experiencia similar. Que muchos ya andan demasiado locos por el encierro y se la agarran con ellos en el s¨²per, que es de los pocos lugares donde la gente sale y descarga sus frustraciones.
Uno de los focos m¨¢s grandes de la Argentina, hasta el momento, es el geri¨¢trico Santa Luc¨ªa, de la peque?a localidad serrana de Sald¨¢n, en el gran C¨®rdoba, donde una treintena, tanto residentes como personal m¨¦dico que trabaja en el lugar, dieron positivo de coronavirus, cobr¨¢ndose hasta el momento la vida de dos residentes y contagiando al menos a 20 personas m¨¢s en la localidad.
Hay mucha mala onda, maltrato, cada uno detr¨¢s de su barbijo
Nadia, empleada de un supermercado en Salsipuedes
Mariela y su marido tienen un peque?o almac¨¦n y carnicer¨ªa a menos de cien metros de distancia del geri¨¢trico. Mariela cuenta que cuando se supo de los contagiados, renunciaron los dos empleados que ten¨ªan, por miedo. ¡°P¨¢nico por todos lados. Esto fue p¨¢nico. Los primeros d¨ªas no entraba nada de gente, no s¨¦ si cre¨ªan que est¨¢bamos contagiados nosotros tambi¨¦n al estar tan cerca o qu¨¦; despu¨¦s s¨ª empezaron a volver. Pensamos bastante en cerrar, pero nos comer¨ªan los gastos fijos, las cargas impositivas; la verdad es que no tenemos esa oportunidad. Nuestros hijos ya saben que estamos expuestos, tienen los abuelos viviendo al lado y les tenemos que suplicar que no se les acerquen, porque los pueden terminar contagiando. Ya nos renunci¨® el carnicero, que vive con una se?ora mayor, y la fiambrera porque tiene asma. Les da miedo, y lo entiendo¡±, cuenta Mariela sobre la reacci¨®n ante esto, sobre el dilema entre trabajar y exponerse o cerrar y exponerse tambi¨¦n, pero econ¨®micamente.
M¨®nica, que tiene una poller¨ªa unas cuadras m¨¢s adelante y trabaja todo el d¨ªa con una m¨¢scara que le cubre la cara por completo cuenta que, si los contagios empeoran, no le va a quedar otra que cerrar, ¡°Yo tengo much¨ªsimo miedo; tengo la tensi¨®n alta, una cardiopat¨ªa. Si esto empeora un poco, voy a tener que cerrar y comerme la mercader¨ªa¡±, relata.
El mercado de abasto de C¨®rdoba, desde donde se abastecen diariamente de alimentos frescos varios millones de habitantes de toda la provincia y varias regiones m¨¢s es, por estas mismas caracter¨ªsticas, un espacio crucial. Si cierra sus puertas ser¨¢ el caos. Si se convierte en foco de contagio, ser¨¢ el caos. El pasado 9 de abril, las autoridades informaron de que hab¨ªa un caso positivo de coronavirus y que otros estaban en estudio.
Del ecosistema econ¨®mico que puebla al mercado, los changarines son el eslab¨®n m¨¢s bajo. Ganan entre 10 y 15 euros por d¨ªa por descargar los camiones y llevar hasta los puestos la mercader¨ªa. Para trabajar ah¨ª hay que pasar por un filtro que necesita referencias, estar asociado a alguna de las cooperativas, conocer a alguien. A pesar de que son trabajos mal remunerados, la posibilidad de llevarse comida fresca todos los d¨ªas (a veces hasta para vender un poco en el barrio) lo hace atractivo, en especial para j¨®venes sin educaci¨®n formal, padres de familia en su mayor¨ªa, que saben que, si en alg¨²n momento dejan el puesto, hay una larga fila detr¨¢s esperando ocuparlo.
Luciano es uno de esos j¨®venes, con 30 a?os mantiene a su familia de cuatro poniendo el lomo todo el d¨ªa. Con otros compa?eros como testigos que asienten ante sus afirmaciones, Luciano despotrica contra las autoridades por no cerrar por completo el mercado ante este primer contagio, desinfectar el establecimiento por completo y obligar a que todo el mundo haga cuarentena. Ante el panorama que eso generar¨ªa, Luciano dice: ¡°Entiendo que faltar¨ªan alimentos por un tiempo, para nosotros tambi¨¦n, pero tienen que cerrar, porque ac¨¢ viene gente de todos lados, y no sabemos qui¨¦n es el pr¨®ximo que salta enfermo, ni a cu¨¢ntos va a contagiar. No sabemos si nosotros no estaremos contagiados. ?Y qu¨¦ pasa si traes esto a tu casa y matas un ser querido? Yo prefiero cagarme de hambre antes de que se muera alguien que amo. Capaz que nos toca cagarnos de hambre a todos por un tiempo, pero eso es mejor que la muerte, de eso no se vuelve¡±.
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