Hay soluci¨®n para Catalu?a
No puede ser m¨¢s dif¨ªcil pactar despu¨¦s de 40 a?os de democracia que despu¨¦s de 40 a?os de dictadura
Por supuesto que la hay, amigos secesionistas. Empieza por arrinconar las fantas¨ªas y reconocer la realidad. Hay que reconocer que Espa?a no es Turqu¨ªa, que es una democracia pobre, fr¨¢gil e insuficiente, como todas, pero es una democracia. Hay que reconocer que el derecho a decidir no existe en parte alguna, ni puede existir, porque decidir es un verbo transitivo y en democracia no es posible decidir lo que a uno le da la gana. Hay que reconocer que, aunque s¨ª existe el derecho de autodeterminaci¨®n, lo cierto es...
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Por supuesto que la hay, amigos secesionistas. Empieza por arrinconar las fantas¨ªas y reconocer la realidad. Hay que reconocer que Espa?a no es Turqu¨ªa, que es una democracia pobre, fr¨¢gil e insuficiente, como todas, pero es una democracia. Hay que reconocer que el derecho a decidir no existe en parte alguna, ni puede existir, porque decidir es un verbo transitivo y en democracia no es posible decidir lo que a uno le da la gana. Hay que reconocer que, aunque s¨ª existe el derecho de autodeterminaci¨®n, lo cierto es que, entendido como derecho de secesi¨®n ¡ªque es como lo entend¨¦is vosotros¡ª, resulta inaplicable en Catalu?a, porque s¨®lo es aplicable en situaciones de dominaci¨®n colonial o masiva violaci¨®n de los derechos humanos. Pero, sobre todo, hay que reconocer lo esencial, y es que, seg¨²n muestran todas las elecciones celebradas en los ¨²ltimos a?os, m¨¢s o menos un 50% de catalanes vota partidos secesionistas y m¨¢s o menos otro 50% vota partidos no secesionistas; esto significa que el problema catal¨¢n no es antes que nada un problema entre Catalu?a y Espa?a, que deber¨ªa solucionarse con un pacto entre ambos gobiernos, sino un problema entre catalanes que debe solucionarse de entrada con un pacto entre catalanes. Ese pacto exist¨ªa, se llamaba Estatut y, mal que bien, funcion¨® durante d¨¦cadas; no discutiremos ahora cu¨¢ndo y por qu¨¦ salt¨® por los aires, ni qui¨¦nes fueron los responsables, porque de momento sobre ese asunto no vamos a ponernos de acuerdo. Lo fundamental es otra cosa, que salta a la vista: si se aspira a enderezar el tuerto, si queremos una Catalu?a habitable, donde una mitad no viva de espaldas o enfrentada a la otra, es preciso volver a pactar. Necesitamos, m¨¢s pronto que tarde, un nuevo Estatut.
?C¨®mo debe ser ese Estatut futuro? No lo s¨¦, pero dos cosas me parecen evidentes. La primera es que no puede ser como los anteriores; ya no sirven los pactos que una vez sirvieron: hay que pactarlo todo de nuevo. La segunda es que el nuevo pacto debe concitar tanta adhesi¨®n como el de 1979, a ser posible m¨¢s todav¨ªa; o el pacto es de todos o casi todos, o no funcionar¨¢. Hay una tercera cosa. En uno de sus raros momentos de lucidez, Pablo Iglesias cit¨® con entusiasmo una frase del lehendakari Urkullu a prop¨®sito de Catalu?a; seg¨²n ella, un buen pacto es aquel en que ninguna de las partes consigue cuanto deseaba, ni queda por tanto del todo satisfecha. ¡°?Aleluya, querido Pablo!¡±, pens¨¦. ¡°Bienvenido a la pol¨ªtica democr¨¢tica¡±. Tambi¨¦n pens¨¦ que, si Iglesias se hubiera preocupado por averiguar lo que de verdad ocurri¨® en la Transici¨®n, en vez de inventar una Transici¨®n a su medida para convertirla en una herramienta de acceso al poder ¡ªel exl¨ªder de Podemos no ignora que es imposible controlar el presente sin controlar primero el pasado¡ª, hubiera descubierto que precisamente eso fue lo que ocurri¨® en la Transici¨®n: que ni los franquistas ni los antifranquistas consiguieron cuanto deseaban y ni unos ni otros quedaron del todo satisfechos; por eso el pacto de la Transici¨®n no fue un mal pacto.
Algo as¨ª deber¨ªamos repetir ahora en Catalu?a. Se dir¨¢ que el pacto es dif¨ªcil, y es verdad; pero no puede ser m¨¢s dif¨ªcil que el pacto de la Transici¨®n, porque no puede ser m¨¢s dif¨ªcil pactar despu¨¦s de 40 a?os de democracia que despu¨¦s de 40 a?os de dictadura. Es dif¨ªcil, pero tambi¨¦n es indispensable. Hay que ser valiente. Hay que enterrar el hacha de guerra. Hay que dejarse de fantas¨ªas. Hay que atenerse a la realidad. Hay que echar al olvido los agravios. Hay que matar el rencor. Hay que empujar a pol¨ªticos de buena voluntad, capaces de poner el inter¨¦s de todos por encima de su propio inter¨¦s y de entender que aqu¨ª puede haber muchos vencidos, pero s¨®lo un vencedor: la democracia, que es el otro nombre del Estado de derecho. Y dentro de algunos a?os, cuando todo esto sea s¨®lo un recuerdo de pesadilla y los nuevos Iglesias nos denigren por haber firmado un pacto de cobardes, que supuso renuncias y olvidos, nos tomaremos un feliz pachar¨¢n a su salud, muertos de risa.