Zombis de ¡®apps¡¯, mercenarios del ¡®streaming¡¯, hermanos de contrase?a: la rebeli¨®n de los usuarios
Ha nacido un consumidor de tecnolog¨ªa m¨¢s h¨¢bil y dispuesto a esquivar al algoritmo. Uno que sabe que sus datos valen dinero, y, aun as¨ª, sigue aceptando todas las ¡®cookies¡¯ por pereza, pero que hace trampas cuando le conviene.
Los tiempos del usuario naif, obnubilado por la tecnolog¨ªa y temeroso de la inteligencia artificial, han terminado. A la par que descubr¨ªa que todo lo que parec¨ªa gratis lo pagaba con datos y privacidad, decid¨ªa buscarse la vida. Aprendi¨®, o est¨¢ aprendiendo, a lidiar con algoritmos, a burlar pol¨ªticas de curaci¨®n de contenidos, a aprovechar todos los periodos de prueba gratuitos, a compartir usuarios y a multiplicar ofertas de bienvenida. ?Est¨¢ bien? ?Est¨¢ mal? Bueno, tambi¨¦n ha decidido aparcar la ¨¦tica y sacar ventaja de algo que todav¨ªa no conoce del todo y que cambia tan r¨¢pido que quiz¨¢ ...
Los tiempos del usuario naif, obnubilado por la tecnolog¨ªa y temeroso de la inteligencia artificial, han terminado. A la par que descubr¨ªa que todo lo que parec¨ªa gratis lo pagaba con datos y privacidad, decid¨ªa buscarse la vida. Aprendi¨®, o est¨¢ aprendiendo, a lidiar con algoritmos, a burlar pol¨ªticas de curaci¨®n de contenidos, a aprovechar todos los periodos de prueba gratuitos, a compartir usuarios y a multiplicar ofertas de bienvenida. ?Est¨¢ bien? ?Est¨¢ mal? Bueno, tambi¨¦n ha decidido aparcar la ¨¦tica y sacar ventaja de algo que todav¨ªa no conoce del todo y que cambia tan r¨¢pido que quiz¨¢ nunca acabar¨¢ de conocer del todo.
Los eternos nuevos usuarios
M. A. (de 29 a?os) es un zombi de la aplicaci¨®n de MyTaxi, ahora FreeNow. Aunque no ha sido expulsado oficialmente, su usuario est¨¢ deshabilitado para siempre. FreeNow es una aplicaci¨®n para pedir y reservar taxis. En sus inicios ten¨ªa una pol¨ªtica muy agresiva de descuentos y promociones para los nuevos usuarios. M. A. es lo que se llama en el argot tecnol¨®gico un early adopter, los primeros que se animan a probar una tecnolog¨ªa. No solo fue de los primeros en estrenar la aplicaci¨®n, sino que r¨¢pidamente empez¨® a sacar ventaja de las campa?as de promoci¨®n que premiaban la llegada de nuevos clientes. Su m¨¦todo era eficaz pero laborioso. Creaba nuevos usuarios con sus respectivos e-mails, los daba de alta y por cada uno ganaba cinco euros. Su padre, su madre, sus hermanos, sus amigos con coche, sus amigos antitaxi¡, a todos les fue abriendo una cuenta desde su tel¨¦fono para aprovechar las ofertas de bienvenida y los continuos descuentos, a veces muy generosos, de la aplicaci¨®n. M. A. calcula que estuvo tres a?os con todos sus usuarios activos. ¡°Ten¨ªa su curro aquello, pero cada descuento me sab¨ªa a gloria¡±, recuerda. Aunque no est¨¢ orgulloso de su m¨¦todo ¡ªpide que se oculte su identidad en este reportaje¡ª, tampoco se averg¨¹enza y conserva cierto orgullo de haber burlado por una temporada a los programadores y al algoritmo de MyTaxi. ¡°De repente un d¨ªa rechazaron a uno de mis usuarios, me pidieron un e-mail y una contrase?a, pero ten¨ªa tantos que no consegu¨ªa recordarlos, intent¨¦ arreglarlo, pero no hubo forma. No he podido volver a utilizarla, y cada vez que lo intento aparece un mensaje: ¡®Usuario deshabilitado por tener muchos nombres asociados¡¯. No creo que me mandaran una expulsi¨®n expl¨ªcita, pero ya no pude volver a entrar. Estuve como tres a?os chupando del bote. Desde aqu¨ª les pido perd¨®n y que me vuelvan a aceptar. Por favor¡±, dice.
Contrase?as compartidas
Informaba Netflix en su ¨²ltima junta de accionistas que su cuenta de resultados perd¨ªa vigor por la guerra de Ucrania y por las contrase?as compartidas. Los datos proporcionados por la compa?¨ªa revelan que cerca de 100 millones de usuarios, 30 millones solo en Estados Unidos y Canad¨¢, comparten sus claves. Tras un sondeo nada representativo, pero fiable entre m¨²ltiples usuarios de Netflix en territorio espa?ol, podr¨ªamos agregar que las contrase?as no solo se comparten, sino que se canjean por las de otra plataforma. La pr¨¢ctica es ofrecer una contrase?a de Netflix a cambio de una de HBO o de Amazon Prime. En ese breve sondeo encontramos cierto respeto hacia plataformas modestas y m¨¢s cuidadas como Filmin. Pero en este asilvestramiento que sufrimos los usuarios de internet no se sabe cu¨¢nto podr¨ªa durar ese pudor. Los ejecutivos de Netflix anuncian una vez m¨¢s que acabar¨¢n con ese estado de cosas, aseguran que hacen pruebas secretas para probar un sistema que ataje definitivamente la pr¨¢ctica de compartir cuentas, pero dicen que tardar¨¢ al menos un a?o.
Mercenarios del ¡®streaming¡¯
El usuario ha aprendido a jugar sus cartas en el capitalismo de plataformas. Y esa carta es una que se llama movilidad. Saltamos continuamente de una plataforma a otra porque por alguna ley oculta del sistema la serie que queremos ver nunca est¨¢ en el sitio que tenemos contratado. La pr¨¢ctica es tan abrumadora que los sofisticados diagramas de flujos de las compa?¨ªas detectan esas migraciones temporales de los usuarios detr¨¢s de cada estreno de alta gama. Un caso paradigm¨¢tico sucedi¨® en Disney+. Cuando en julio de 2020 estrenaron el musical Hamilton, la plataforma gan¨® miles de nuevos suscriptores. Al mes siguiente, el 30% se hab¨ªa dado de baja, y de acuerdo con los datos de la rastreadora de suscripciones Antenna, la mitad se hab¨ªa esfumado a los seis meses. A?o y medio despu¨¦s, Disney+ recuper¨® a muchos de sus hijos pr¨®digos, esta vez con el estreno de Get Back, el documental de The Beatles. La revista Fast Company recuerda que un movimiento parecido se vivi¨® en HBO Max cuando se estren¨® Wonder Woman 1984 y en Apple TV con Greyhound.
En los modelos de suscripci¨®n hay nostalgia por aquel usuario sedentario, que pagaba su mensualidad con el piloto autom¨¢tico y se olvidaba. Pero ese sujeto pasivo ya no existe: se ha vuelto atento e hiperactivo, y la guerra entre plataformas lo seduce, pero no lo retiene durante mucho tiempo. Lo mismo pasa en las plataformas de viajes o en muros de pago de peri¨®dicos. Para marcar a fuego la fecha en que terminan los 30 d¨ªas de prueba gratuita se usan las alarmas del calendario de Google o las aplicaciones como Free Trial Surfing, todav¨ªa en fase beta en Estados Unidos, que cancela las suscripciones justo antes de que te empiecen a cobrar. La disposici¨®n a abandonar los servicios de suscripci¨®n en el primer mes y el abandono del automatismo a la hora de pagar son algunos de los cambios m¨¢s profundos del consumidor en la ¨²ltima d¨¦cada. Incluso aunque cancelar una cuenta sea, a veces, una tarea complicada por dise?o. Seg¨²n la revista Fast Company, el consumidor de 2022 lleva una d¨¦cada quit¨¢ndose de cosas y le encanta.
Hablar en c¨®digo para burlar al algoritmo
Una neolengua ha nacido en internet. En ingl¨¦s la llaman alspeak (un t¨¦rmino que surge de combinar las palabras algoritmo y speak), y nombra la jerga que se va creando en las redes sociales para burlar la moderaci¨®n de contenidos por palabras que castiga el uso de determinados t¨¦rminos. Por ejemplo, como en TikTok se penaliza la palabra odio (hate) se ha empezado a hablar de ¡°lo opuesto al amor¡±, se usa seggg para referirse al sexo, o becoming unalive (volverse no vivo) para evitar otra palabra prohibida: suicidio.
En YouTube, Instagram y TikTok florecen estos c¨®digos para evitar que el algoritmo te expulse de las conversaciones o te cierre la cuenta. Desafortunadamente, es una estrategia que iniciaron comunidades muy radicalizadas, como las proanorexia y los antivacunas. Estos ¨²ltimos se hac¨ªan llamar dance-party (fiesta de baile) o dinner-party (fiesta de cena) y llamaban a los vacunados swimmers (nadadores). Cambiaron la palabra vaccine (vacuna) por vachscene o wax seen. Y en Instagram hablaban del CDC y la FDA, los organismos sanitarios estadounidenses, como del Seedy Sea y Eff Dee Aye.
Seg¨²n explica una investigaci¨®n de la Escuela de Computaci¨®n Interactiva del Instituto de Tecnolog¨ªa de Georgia, la complejidad de esta neolengua es cada vez mayor y su uso se ha ido extendiendo a medida que la penalizaci¨®n de contenidos por palabras se ha convertido en la rutina de las redes sociales.
El lado oscuro de esta pr¨¢ctica es que favorece la circulaci¨®n de noticias falsas. Las autoridades a cargo de luchar contra la desinformaci¨®n ven en esta actitud de los usuarios un aut¨¦ntico desaf¨ªo. Nina Jankowicz, que lidera la Junta de Desinformaci¨®n del Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos, ha llamado a estas pr¨¢cticas ¡°creatividad maligna¡± y las define como el uso de un lenguaje codificado, con memes y contenido contextualizado, que evita que los controles de las plataformas detecten publicaciones t¨®xicas.
Dos estudiantes de Antropolog¨ªa Ling¨¹¨ªstica de California ¡ªde la UCLA y de la Universidad de Santa B¨¢rbara¡ª recopilaron parte de estos c¨®digos en su tesis doctoral, y concluyeron que exist¨ªa una jerga en toda regla formada por palabras emergentes surgidas del deseo de escapar del control del algoritmo. Muchos expertos creen que la creaci¨®n de esta neolengua es la prueba definitiva de que la moderaci¨®n agresiva de contenidos por palabras no funciona porque es muy iluso creer que millones de personas van a hablar de modo literal para no alterar la hipersensibilidad sem¨¢ntica de las m¨¢quinas. Lo que est¨¢ claro es que al que le cerraron la cuenta de Instagram por escribir la palabra ¡°maric¨®n¡±, a la vuelta del castigo no se amilana y lo intenta con m$r%c8n. Y todo el mundo entiende. Todos menos uno, el algoritmo de vigilancia.