Un enigma
Es imposible adivinar, en la inmensa complejidad del mundo, ad¨®nde nos llevar¨¢ el aleteo de la mariposa de hoy
No creo ser la ¨²nica persona que se siente un poco abrumada en estas fechas. Septiembre es un mes especial porque arranca el curso escolar. Y, para m¨ª, el a?o sigue de alg¨²n modo empezando ahora, como en la ni?ez. Despu¨¦s del par¨¦ntesis de las vacaciones, regresamos al rigor, a los ex¨¢menes reales o metaf¨®ricos, a la necesidad de dar la talla. O al temor de no darla. Medirse con la vida es siempre agobiante y a veces la realidad parece una monta?a empinad¨ªsima.
Seguro que hay otras personas que lo llevan mejor. Lo del comienzo de curso, quiero decir. Pero algunos, me consta, somos tendentes a la magnificaci¨®n rumiante de los problemas; tenemos alma de h¨¢mster y enseguida nos fabricamos una rueda de ansiedad en la que meternos a pedalear. Con la edad, claro, intentas aprender (aunque no nos confiemos demasiado: creo que el ser humano aprende poqu¨ªsimo), porque ya has vivido muchos comienzos de curso, muchas angustias, y luego has visto que las cosas al final acaban saliendo, unas mejor que otras, algunas muy bien y unas cuantas fatal, y lo m¨¢s portentoso es que hasta de lo fatal se sobrevive, experiencia que deber¨ªa darnos cierta serenidad. Y s¨ª, algo ayuda, pero no lo suficiente. Ya digo que aprendemos poco.
As¨ª que, cuando me da la p¨¢jara, intento recurrir a la sabidur¨ªa popular. No es f¨¢cil. Toma, por ejemplo, el famoso proverbio chino que dice: Si el problema tiene soluci¨®n, ?para qu¨¦ te preocupas? Y, si no tiene soluci¨®n, ?para qu¨¦ te preocupas? Pues s¨ª, de entrada, parece profundo y atinado, una de esas perlas milenarias del pensamiento, pero, si te fijas, hace agua por todas partes. En primer lugar, porque muchas veces la soluci¨®n del problema llega precisamente gracias a que te has preocupado por ¨¦l; a que has estado noches sin dormir y d¨ªas prepar¨¢ndote para poder solventarlo. La adrenalina rinde y el trabajo tambi¨¦n. Y, en segundo lugar, porque, si no tiene soluci¨®n, lo que te preocupan son las consecuencias, seguramente negativas. Las p¨¦rdidas, el oprobio, el pesar. Porque adem¨¢s no se nos ense?a a aceptar la frustraci¨®n (esas p¨¦rdidas, ese oprobio, ese pesar), cosa que es un aprendizaje fundamental para poder vivir una vida que merezca la pena de llamarse vida. Al contrario, se nos educa en un modelo de sociedad dividida entre triunfadores y perdedores, como si los triunfadores fueran seres siempre completos, logrados y felices, y los perdedores, un moco del infierno. Y eso es una estupidez. Todos triunfamos en algo, todos fracasamos en algo, no hay existencia sin frustraci¨®n y, si no aprendemos a soportar el escozor del vivir, vamos fatal.
Pero hay un cuento de Las mil y una noches que s¨ª supone para m¨ª un alivio cuando algo ha salido mal, cuando el miedo y el agobio aprietan. Es la historia de un mercader de una ciudad remota cuyo ¨²nico hijo de 20 a?os es detenido por un asesinato que no ha cometido. El muchacho acaba en la c¨¢rcel y el padre est¨¢ desesperado. Pero hete aqu¨ª que, unos d¨ªas m¨¢s tarde, un ej¨¦rcito del reino vecino irrumpe en el pa¨ªs; los j¨®venes de la edad del hijo son reclutados de manera forzosa y enviados al frente de batalla, en donde son exterminados. Todos, menos el hijo del mercader, que estaba en la c¨¢rcel. El cuento sigue as¨ª, enhebrando sucesos lastimosos que terminan desvel¨¢ndose como afortunados. Y lo cierto es que en la vida suceden esas carambolas insospechadas. Es todo tan azaroso que nos es imposible adivinar, en la inmensa complejidad del mundo, ad¨®nde nos llevar¨¢ el aleteo de la mariposa de hoy. A m¨ª me ha sucedido; con 20 a?os quise comprarme una moto. Como no sab¨ªa montar en bicicleta, fui al parque del Retiro, en donde por entonces alquilaban unos viejos cacharros, y cog¨ª una. Anduve m¨¢s o menos bien un par de horas, hasta que intent¨¦ usar los frenos en una cuesta abajo y no funcionaron. Me estamp¨¦ contra un roble, me romp¨ª la nariz, me revent¨¦ los labios. Fue un estropicio considerable que hizo que abandonara la idea de la moto. Pues bien, resulta que soy una despistada, muy distra¨ªda, tendente a las ca¨ªdas y a los golpes. A menudo he pensado que, de haberme comprado la moto, quiz¨¢ estar¨ªa muerta. As¨ª que, cada vez que ocurre algo que deploro, toco mi nariz rota (ah¨ª sigue torcida) y me digo que a lo mejor es para bien y que la vida es un maldito enigma.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.