Ser padre o no ser padre
Por supuesto, si uno no tiene hijos, no pasa nada. He sido un entusiasta de la natalidad, siempre que fuera ajena
Para observar el declinar de una raza, basta con tomar una familia. A los 42 a?os, mi padre ten¨ªa una mujer, cuatro hijos, varias casas, muchos empleados. A los 42 a?os, si me pregunto por lo que tengo, me da miedo contestarme: viajes a destinos putis, opiniones matizadas sobre La Araucana o la liebre ¨¤ la royale y la capacidad, si alguien me retuerce la mu?eca, de nombrar 25 bodegas del Piamonte en tres minutos. De tener que responder a esa otra pregunta ¡ªcasi una oraci¨®...
Para observar el declinar de una raza, basta con tomar una familia. A los 42 a?os, mi padre ten¨ªa una mujer, cuatro hijos, varias casas, muchos empleados. A los 42 a?os, si me pregunto por lo que tengo, me da miedo contestarme: viajes a destinos putis, opiniones matizadas sobre La Araucana o la liebre ¨¤ la royale y la capacidad, si alguien me retuerce la mu?eca, de nombrar 25 bodegas del Piamonte en tres minutos. De tener que responder a esa otra pregunta ¡ªcasi una oraci¨®n¡ª que cada d¨ªa se hac¨ªa Seamus Heaney ¡ª¡±?qu¨¦ has hecho con tu vida, Seamus?¡±¡ª, solo podr¨ªa decir: ¡°Se?or juez, me la he bebido¡±. Lo digo con la pasi¨®n de quien recita por tel¨¦fono su DNI: ninguna.
Beber, fumar y leer han sido, s¨ª, grandes agradecimientos: ?a otros les gusta el trekking! Pero, oh tiempo, tu nombre es venganza, y mientras and¨¢bamos en busca del arco iris agazapado al final de cada barra, ?qu¨¦ hac¨ªan con sus vidas los dem¨¢s? Comprar tronas, traficar con el nombre de los mejores pediatras. No me hace sentirme especialmente bien haberme preocupado por los libros o por los vinos m¨¢s que por los ni?os: el problema es que tampoco me hace sentirme especialmente mal. Confieso, s¨ª, un cierto pasmo al constatar que, a lo largo de los a?os, el llanto de un beb¨¦ me ha hecho perder menos horas de sue?o que el Sr. Tanqueray, Fortunata y Jacinta o, es in¨²til negarlo, Elvis Crespo.
La sorpresa es a¨²n mayor al comprobar que a) siempre pens¨¦ que los hijos llegar¨ªan, al tiempo que b) he hecho todo lo posible para driblar el altar, creerme muy zorro y no tenerlos. Podr¨ªa culpar a la edad contempor¨¢nea, que nos da m¨¢s opciones para vivir nuestra vida, pero no para secuenciarla. Al cambio en las mores sexuales, que bonifica la variedad (y halaga la vanidad). A las exigencias laborales. Al miedo al compromiso, aliado a la forma mental hodierna seg¨²n la cual siempre hay algo mejor a la vuelta de la esquina. Connolly dec¨ªa que ¡°la cuna en el zagu¨¢n¡± es uno de los grandes enemigos de la escritura, pero no son las circunstancias las que nos hacen aplicados o z¨¢nganos. ?La llamada de la bohemia? Nah: yo deseo la vida descolorida de un subdirector general de seguro agrario o de un cargo medio en Winterthur. La verdad es la verdad: no he tenido hijos porque no he querido, punto. Y si gozo la comodidad indudable de no tenerlos, es inevitable incomodarse un poco y preguntarse sobre el tema. Ojo: preguntarse. No ir preguntando por ah¨ª.
Al vivir en el extranjero, sin embargo, todo el mundo dispara: ¡°?Has venido con familia?¡±. Con eso no se refieren a tu t¨ªa abuela de El Burgo de Osma. Cuando uno dice que est¨¢ solo, he observado dos reacciones posibles, con frecuencia mezcladas: la primera consiste en mirarte con una conmiseraci¨®n inmensa, como si ya te vieran agonizando en solitario; la segunda te adjudica una sexualidad barroca o estad¨ªsticamente infrecuente. A veces yo mismo he querido bromear: ¡°No, no, no tengo familia: prefiero una sana aproximaci¨®n a la promiscuidad¡±. Pero no es tema de bromas.
Por supuesto, si uno no tiene hijos, no pasa nada: tampoco va a ser como el ocaso de los Trast¨¢mara, y hay suficientes sobrinos como para dudar si somos una familia o una plaga. Pero pienso si no hay algo un poco m¨¢s verdadero en preocuparte por las paperas de un hijo que en preocuparte ¡ªcaso real¡ª por comprar m¨¢s vasos de Murano o acuchillar el vestidor. Mi propia infancia es algo que le deseo a cualquiera, y desde entonces tengo idealizados hasta los viajes amontonados en el coche: he sido un entusiasta de la natalidad, siempre que fuera ajena.
Sobre el amor han hecho contribuciones valiosas Plat¨®n, Dante y hasta Los Chunguitos, pero la mejor literatura amorosa no nos la dio ning¨²n poeta en celo: la encontramos en las cartas que, ¡°sin dejar de llorar ni de morir¡±, escrib¨ªa a su hija Madame de S¨¦vign¨¦. Baste para decir que el tema no es menor, incluso para quienes tratamos de ¨¦l no tanto desde el deseo como desde la hip¨®tesis. A veces pienso que no he visto padres m¨¢s felices que los padres canosos, y hay una curiosidad humana en asomarse al rostro del hijo, ¡°donde el amor inventa su infinito¡±. En fin: ?qu¨¦ hacer? ?Qu¨¦ moraleja sacarle a la vida? Tal vez tengamos un beb¨¦ de esos sanotes como un queso fresco, o tal vez sigamos gast¨¢ndonos la parte de los biberones en Macallan. Mariano Rajoy, ese moralista, ya supo ver que ¡°it¡¯s very difficult todo esto¡±.