Cuando los hijos viven peor que los padres
El mayor desaf¨ªo de las democracias maduras tras los a?os de crisis econ¨®mica es restaurar el contrato social entre generaciones
¡°Debemos dar a nuestros hijos m¨¢s de lo que recibimos nosotros¡±, dice Jed Bartlet, el presidente de Estados Unidos en la m¨ªtica serie de televisi¨®n El ala oeste de la Casa Blanca, expresando as¨ª su idea del progreso. No ha ocurrido as¨ª en los ¨²ltimos a?os. Al menos desde que comenz¨® la crisis econ¨®mica a mitad del a?o 2007, el ascensor social ha dejado de funcionar para los j¨®venes.
Un d¨ªa de principios de octubre de 2016, el principal titular del diario brit¨¢nico The Independent rezaba del siguiente modo: ¡°Los ni?os de la era Thatcher? [1979-1990] tienen la mitad de la riqueza que la generaci¨®n anterior¡±. La informaci¨®n se basaba en un estudio del Instituto de Estudios Fiscales. Las cifras que aportaba correspond¨ªan a la sociedad brit¨¢nica, pero la tendencia puede extrapolarse a la mayor parte de Europa, incluyendo a Espa?a. El primer sumario de la informaci¨®n era m¨¢s expresivo a¨²n: ¡°Las personas nacidas en la d¨¦cada de los ochenta [los millennials] son la primera generaci¨®n desde la posguerra que llega a los 30 a?os con ingresos menores que los nacidos en la d¨¦cada anterior¡±.
Esta marcha atr¨¢s es propia de las generaciones m¨¢s j¨®venes, aunque no solo de ellas. Amplios sectores sociales sienten que muchas de las vigas centrales en las que se apoyaban sus vidas se han llenado de grietas: el empleo estable desaparece, los ingresos de toda una vida trabajando ya no est¨¢n afianzados y quiz¨¢ no puedan cobrar sus pensiones p¨²blicas o privadas, los peque?os negocios familiares corren el riesgo de quebrar, el valor de las casas cay¨®, las cualificaciones profesionales para las que tanto estudiaron caducan¡
Conclusi¨®n: se ha reducido la seguridad vital respecto a sus antecesores, la creencia de que las siguientes generaciones vivir¨¢n mejor que las actuales se ha puesto en cuesti¨®n. El caso de Reino Unido es escalofriante: en el momento en que llegan a sus treinta y pocos a?os, los nacidos en los ochenta, a la misma edad que los primeros, poseen aproximadamente la mitad de la riqueza que la que ten¨ªan los nacidos una d¨¦cada antes.
Ello significa que el futuro ya est¨¢ aqu¨ª. Se lleva casi una d¨¦cada ¡ªlos a?os de las dificultades econ¨®micas¡ª repitiendo como papagayos que en Europa, la zona m¨¢s afectada por ellas, los hijos vivir¨¢n peor que sus antecesores, sin pararse a reflexionar suficientemente qu¨¦ significa eso. Lo dicen mayoritariamente los ciudadanos en las encuestas, pero se ha hecho poco para corregir una tendencia de largo plazo. A partir de ahora no se trata ya solo de sondeos: tambi¨¦n hay datos. Las marchas atr¨¢s en el bienestar deber¨ªan ser anomal¨ªas hist¨®ricas, aunque desgraciadamente sean m¨¢s frecuentes de lo que se desear¨ªa (causadas por los conflictos b¨¦licos o econ¨®micos, las hambrunas, los accidentes naturales, las pol¨ªticas equivocadas: lo que se denomina gen¨¦ricamente ¡°crisis¡±).
En esta ocasi¨®n deber¨¢n pasar unos a?os m¨¢s para corroborar si lo ocurrido entre dos generaciones consecutivas (la nuestra y la de nuestros hijos) es tambi¨¦n otra anomal¨ªa hist¨®rica o algo m¨¢s grave: que nuestros nietos tambi¨¦n vivan peor que sus padres o que nosotros. ?Accidente o tendencia? El historiador Niall Ferguson considera que ¡°el mayor desaf¨ªo que afrontan las democracias maduras es el de restaurar el contrato social entre generaciones¡±.
Las similitudes de ahora con los a?os previos a la II Guerra Mundial son muy potentes, pero tambi¨¦n lo son las diferencias. El historiador brit¨¢nico Richard J. Overy ha descrito con maestr¨ªa el pastoso ambiente de crisis que se extendi¨® en aquel tiempo sombr¨ªo, la amplia variedad y escala de las revueltas y conflictos, y la aguda sensaci¨®n que abrigaban tantos ciudadanos ¡ªal rev¨¦s que en los proleg¨®menos de la I Guerra Mundial¡ª de estar viviendo en una ¨¦poca de transici¨®n ca¨®tica y peligrosa en la que lo antiguo no acababa de morir y lo nuevo no terminaba de llegar. Las numerosas crisis y estallidos que se superpusieron provocaron una verdadera crisis moral. ¡°En la d¨¦cada de los treinta¡±, escribe Overy, ¡°las esperanzas optimistas de los a?os de la posguerra acerca de la restauraci¨®n de la paz social y de la justicia internacional ya hab¨ªan cedido paso a un sentimiento generalizado de malestar profundo, un reconocimiento angustiado de que el mundo se hallaba en una coyuntura crucial¡±.
El escritor George Orwell, en su libro Subir a por aire, del a?o 1939, dice a trav¨¦s de su narrador: ¡°Millones de otros como yo tienen la sensaci¨®n de que el mundo va mal. Pueden sentir que las cosas se derrumban y crujen bajo sus pies¡±. ?No resulta muy familiar en la actualidad esa sensaci¨®n de malestar? La principal diferencia entre la d¨¦cada de los treinta del siglo pasado y la actual es, para bien y para mal, la globalizaci¨®n. Se debate su profundidad y la forma de gobernarla, el hecho de su deformidad cuando avanza mucho m¨¢s en el terreno de la econom¨ªa que en el de la pol¨ªtica o en los derechos humanos, que no haya sido capaz de dome?ar el problema global m¨¢s urgente y peligroso para el conjunto de la humanidad, el cambio clim¨¢tico¡, pero incluso los m¨¢s cr¨ªticos con ella son conscientes de que una vuelta a la autarqu¨ªa ser¨ªa una especie de suicidio del mundo.
En Reino Unido, los nacidos en los ochenta, cuando llegaron a los 30 a?os, ten¨ªan la mitad de la riqueza que los nacidos en los setenta
Tambi¨¦n existen otros instrumentos que no exist¨ªan en los a?os treinta: un Estado de bienestar que sirve de colch¨®n para las dificultades, que funciona en amplias zonas del mundo y que sirve de referencia para los pa¨ªses que no disponen de ¨¦l; el concepto de derechos humanos universales e inalienables (con la Declaraci¨®n Universal de 1948), o centenares de millones de personas con un nivel de instrucci¨®n inimaginable en aquellos a?os.
La primera brecha que ha creado la crisis econ¨®mica es la generacional. Los j¨®venes son, con mucho, los que m¨¢s han sufrido durante estos a?os los estragos de la crisis: el paro, la precarizaci¨®n, el apartheid salarial, la emigraci¨®n para sobrevivir o, en el menos malo de los casos, para poder aplicar los conocimientos adquiridos, la mayor parte de las veces con dinero p¨²blico, etc¨¦tera. Y como consecuencia de todo ello, la quiebra de sus expectativas de futuro, materiales o emocionales, que es la herida m¨¢s lacerante de estos a?os b¨¢rbaros. El menosprecio por la juventud ha tenido como consecuencia una distribuci¨®n desproporcionada en su contra de los costes de la crisis, lo que ha empujado a los componentes de esas cohortes de edad, en muchos casos, hacia los extremos de la sociedad.
En la campa?a electoral para ser presidente de Francia, en el a?o 2012, el socialista Fran?ois Hollande declar¨®: ¡°Si soy el pr¨®ximo presidente, quiero ser evaluado por un ¨²nico criterio: ?viven los j¨®venes mejor en 2017 que en 2012? Pido ser juzgado solo sobre ese compromiso, sobre esa verdad, sobre esa promesa¡±. A punto de terminar ese mandato, la historia no juzgar¨¢ de modo favorable a Hollande.
Fragmento de ¡®Abuelo, ?c¨®mo hab¨¦is consentido esto?¡¯, de Joaqu¨ªn Estefan¨ªa, que se pone a la venta el 14 de marzo. Editorial Planeta. 320 p¨¢ginas. 17,90 euros.
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