La maldici¨®n de La Moncloa
Todos los presidentes del Gobierno de la democracia acabaron desvariando, casi siempre en su segundo mandato
En un libro extraordinario, The Years of Lyndon Johnson, Robert A. Caro afirma que el poder revela la personalidad aut¨¦ntica de quien lo posee. ¡°Cuando un hombre escala, intentando persuadir a los dem¨¢s de que le den poder¡±, escribe Caro, ¡°la ocultaci¨®n es necesaria: para esconder rasgos que podr¨ªan hacer que los dem¨¢s fueran reticentes a darle poder, para esconder tambi¨¦n lo que quiere hacer con ese poder; si los dem¨¢s reconocieran esos rasgos o se dieran cuenta de sus prop¨®sitos, podr¨ªan negarse a darle lo que quiere. Pero, conforme un hombre consigue m¨¢s poder, el camuflaje es menos necesario. El tel¨®n empieza a levantarse. La revelaci¨®n empieza¡±. Lo que no dice Caro es que el poder, adem¨¢s de revelar, tarde o temprano trastorna.
En Espa?a podr¨ªamos llamarlo la maldici¨®n de La Moncloa. Es un hecho comprobable: todos los presidentes del Gobierno de la democracia acabaron desvariando, casi siempre en su segundo mandato, cuando ya llevaban demasiado tiempo en el poder. El primer a?o en el Gobierno de Adolfo Su¨¢rez fue prodigioso, y su primera legislatura trascendental, pero en cuanto gan¨® sus segundas elecciones empez¨® a caer en picado y a hacer cosas raras; raras para ¨¦l, quiero decir: este falangista de toda la vida suspiraba por ser de izquierdas, se negaba en redondo a entrar en la OTAN y a punto estuvo de darle un beso de tornillo a Yasir Arafat. Quiz¨¢ porque ha sido, con Su¨¢rez, el ¨²nico estadista verdadero de nuestra democracia, Felipe Gonz¨¢lez fue tambi¨¦n el ¨²nico presidente que tard¨® tres legislaturas en alienarse, aunque a la tercera perdi¨® el mundo de vista, incapaz de entender que la corrupci¨®n lo estaba devorando y que la cosa ya no daba para m¨¢s. Ciertamente, Aznar no era el chaval m¨¢s listo de su clase, pero la verdad es que, en sus primeros cuatro a?os de Gobierno, el pa¨ªs se oxigen¨® tras la asfixia final del felipismo; en los cuatro a?os siguientes, sin embargo, este hombre con tanto carisma como un tub¨¦rculo se crey¨® Napole¨®n Bonaparte y termin¨® invadiendo Irak. Zapatero, reconozc¨¢moslo, tampoco era una luminaria, pero en su primera legislatura se dej¨® aconsejar, hab¨ªa dinero e hizo cosas bien; en cambio, en la segunda aflor¨® el badulaque de todos conocido, puso los fundamentos del proc¨¦s, pens¨® que sab¨ªa econom¨ªa y empeor¨® la peor crisis econ¨®mica del ¨²ltimo siglo. Rajoy tambi¨¦n fue una calamidad, pero al menos lo fue desde el principio y nadie pudo llamarse a enga?o; otra ventaja es que era tan vago que le daba pereza hasta enloquecer, as¨ª que apenas le afect¨® la maldici¨®n de La Moncloa. En cuanto a S¨¢nchez, a la vista est¨¢: sus a?os iniciales de Gobierno fueron bastante mejores de lo que sostiene el antisanchismo patol¨®gico, hasta el punto de que sigue pareci¨¦ndome razonable que algunos lo vot¨¢ramos en 2023; no cont¨¢bamos con la maldici¨®n de La Moncloa: en cuanto gan¨® sus segundas elecciones, urdi¨® con enga?o un Gobierno con una mayor¨ªa venenosa sostenido por una ley venenosa que acabar¨¢ envenen¨¢ndolo todo. Quiz¨¢ era inevitable: ensoberbecido por su propio triunfo, obnubilado por el poder, perdida cualquier noci¨®n de sus propios l¨ªmites y los de la realidad, incapaz de escuchar m¨¢s voces que las de sus aduladores, la v¨ªctima de la maldici¨®n de La Moncloa acaba convertida en un asno. No lo digo yo (Dios me libre): lo dice Shakespeare por boca del buf¨®n de Noche de Reyes; mejor dicho, se lo dice el buf¨®n al duque de Iliria, fingiendo ladinamente que lo dice de s¨ª mismo: ¡°Redi¨®s, se?or, me alaban y me convierten en un asno. Pero mis enemigos me dicen claramente que soy un asno; de manera que, gracias a mis enemigos, se?or, avanzo en el conocimiento de m¨ª mismo. En cambio, me siento insultado por mis amigos¡±.
La maldici¨®n de La Moncloa es la maldici¨®n del poder. ?Qu¨¦ hacer contra ella? Todos lo sabemos: limitar al m¨¢ximo el tiempo en el poder. Limitar el poder. Controlarlo y repartirlo al m¨¢ximo. Fomentar partidos autocr¨ªticos. Avanzar hacia una democracia m¨¢s porosa y participativa, en la que todos seamos, alternativamente, gobernantes y gobernados. Es decir: democratizar la democracia. Es decir: exactamente lo contrario de lo que estamos haciendo.
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