La palabra matar
Matamos menos que nunca pero vemos m¨¢s muertes que nunca: debe ser una met¨¢fora de algo
Fue hace d¨¦cadas: recuerdo cu¨¢nto me impresion¨® cuando alguien me dijo que la palabra matar, en s¨¢nscrito, significaba madre. Es l¨®gico y poco menos que evidente; todas nuestras palabras para progenitora tienen esa ra¨ªz: mutter, mother, moder, moeder, madre, mitir, m¨¨re, y as¨ª de seguido. Lo curioso, si acaso, es c¨®mo ese sonido, en nuestro idioma, se convirti¨® tambi¨¦n en lo contrario: de quien te da la vida al acto de quit...
Fue hace d¨¦cadas: recuerdo cu¨¢nto me impresion¨® cuando alguien me dijo que la palabra matar, en s¨¢nscrito, significaba madre. Es l¨®gico y poco menos que evidente; todas nuestras palabras para progenitora tienen esa ra¨ªz: mutter, mother, moder, moeder, madre, mitir, m¨¨re, y as¨ª de seguido. Lo curioso, si acaso, es c¨®mo ese sonido, en nuestro idioma, se convirti¨® tambi¨¦n en lo contrario: de quien te da la vida al acto de quit¨¢rtela.
Dicen que nuestra palabra matar viene de mactare, que en lat¨ªn significaba ¡°sacrificar un animal a alg¨²n dios¡± aburrido. Y del animal pas¨® a la persona, como el verbo coger: los argentinos adoptamos, para decir fornicar, la palabra que los espa?oles solo usaban para hablar de fornicios animales. En Castilla las cerdas y los cerdos cogen pero no las se?oras y se?ores; en castellano, quienes matan le hacen a un hombre lo que antes les hac¨ªan a las bestias.
(Hace unos d¨ªas, en un suburbio de Buenos Aires, una se?ora entr¨® a una carnicer¨ªa con su perro labrador, un tal Tob¨ªas, y pregunt¨® cu¨¢nto costar¨ªa que se lo faenaran. ?Faenarlo?, le pregunt¨® inquieto el carnicero. S¨ª, que lo pele y lo corte y me entregue la carne troceada, le explic¨® la se?ora; est¨¢ un poco viejo, dentro de un a?o o dos ya no lo vamos a poder comer. El carnicero segu¨ªa sorprendido, la se?ora le dijo que era lo que ¨¦l hac¨ªa todo el tiempo y que para eso est¨¢n los animales en el campo. Alguien, como ahora pasa siempre, lo film¨® y el esc¨¢ndalo creci¨® como la espuma en el pa¨ªs m¨¢s carn¨ªvoro del mundo.)
La se?ora no calibr¨® bien: ahora matar se ha vuelto m¨¢s dif¨ªcil. Hubo tiempos en que era muy com¨²n, cosas de la vida. Y no hablo solo de gallinas o conejos, que la mayor¨ªa hab¨ªa matado alguna vez; digo personas. En la Edad Media europea la tasa media de homicidios era de 100 cada 100.000 personas por a?o: 50 veces m¨¢s que ahora en el mismo continente. Y cuando los agarraban los castigaban con la muerte. Un siglo atr¨¢s todos los pa¨ªses del mundo ejecutaban delincuentes ¡ªa veces por delitos como la homosexualidad o el robo de unos panes o la escritura de un panfleto. Durante buena parte de la historia casi todos los hombres anduvieron armados. En Europa los ricos ¡ªlos caballeros¡ª se reservaban el derecho de portar armas ¡ªsus espadas¡ª, as¨ª que los pobres llevaban sus cuchillos, pu?ales y dem¨¢s pinchos escondidos. Pero ahora la enorme mayor¨ªa de los europeos no tenemos armas, no las usamos, no sabr¨ªamos c¨®mo. Eso nos diferencia de Estados Unidos, que tienen m¨¢s armas que personas ¡ªy de tanto en tanto las usan para matar a 10 o 20 chicos en un centro comercial, en una escuela.
Su justificaci¨®n es salvaje: reivindican la tradici¨®n de una tierra de pioneros, sin Estado para defenderlos ¡ªo reprimirlos. Los Estados se crearon para dominar a las personas pero, tambi¨¦n, para que no tuvieran que matarse tanto las unas a las otras. As¨ª que en el resto del mundo esos Estados intentan asumir el monopolio de la violencia, y los ciudadanos ya no andan armados ni los mandan a guerras por sus patrias. Ya casi nadie mata a casi nadie. Desde siempre me intrig¨® la duda: qu¨¦ proporci¨®n de personas de nuestras sociedades ha matado. ?Una de cada 1.000, cada 100.000, cada 14? O, dicho sin tanta cifra: ?conocemos personas que mataron? Es probable que no, y en Espa?a menos: esta tierra, que seg¨²n los circos de la televisi¨®n es un tsunami de violencia y sangre, es uno de los pa¨ªses del mundo con menor proporci¨®n de muertes violentas, 10 veces menos que la media global.
No matamos, y no sabemos c¨®mo es. Es decir: qu¨¦ efecto produce en el que mata el acto de matar. Sabemos, desde fuera, por mera observaci¨®n, que hay un desequilibrio extremo: el efecto sobre una de las partes es evidente y absoluto, sobre la otra es elusivo.
Matar ya no forma parte de nuestras vidas y, al mismo tiempo, el cine y la televisi¨®n nos muestran tanta gente matando ¡ªtanta gente matada¡ª que lo normalizamos. (Lo mismo que tantos follando o cogiendo: cosas que casi nadie ve¨ªa casi nunca se han vuelto espect¨¢culo com¨²n.) Vemos muertes: son raras las series o pel¨ªculas que no tienen ninguna, y tambi¨¦n las vemos en las calles, en vivo e indirecto: con la proliferaci¨®n de los tel¨¦fonos astutos y las c¨¢maras de vigilancia, cualquier muerte violenta en cualquier rinc¨®n del mundo es pasible de devenir tiktok u otros caramelitos enredados. As¨ª, parece que hubiera tantas m¨¢s ¡ªy hay tantas menos. Pero, de tanto verlo, ahora nos resulta casi f¨¢cil suponer que matar es algo ¡ªm¨¢s o menos¡ª normal, que el que lo hace sigue su camino sin grandes cicatrices. Lo hacemos menos que nunca; lo vemos m¨¢s que nunca. Es, sospecho, una met¨¢fora de algo.