La noche m¨¢s larga del Congreso de los Diputados
Tejero orden¨® a los asaltantes que disparasen si se iba la luz y alg¨²n parlamentario intentaba salir del hemiciclo
Aquella era una sesi¨®n especial, la investidura del nuevo presidente del Gobierno, Leopoldo Calvo-Sotelo, y Jos¨¦ Bono, secretario cuarto de la Mesa del Congreso, se puso el traje y los zapatos que estren¨® en su boda. ¡°Si me sirvi¨® para casarme, valdr¨¢ como mortaja¡±, pens¨® m¨¢s de una vez aquella noche.
Eran las 18.23 y el secretario primero de la C¨¢mara, V¨ªctor Manuel Carrascal, le¨ªa cansino los nombres de los diputados para que votaran desde su esca?o. ¡°Don Manuel N¨²?ez Encabo¡±. Se escucha alboroto en el pasillo del hemiciclo y todo el mundo mira hacia la puerta de donde llegan las voces. Carrascal repite el nombre del diputado del PSOE y un guardia civil, tricornio calado y pistola en ristre, irrumpe en el sal¨®n de plenos y sube apresurado la escalerilla de la tribuna.
Bono se vuelve hacia Leopoldo Torres, secretario segundo de la Mesa, sentado a su espalda, y le dice: ¡°Es Ynestrillas¡±. El capit¨¢n Ricardo S¨¢enz de Ynestrillas y el teniente coronel Antonio Tejero aparec¨ªan juntos en una foto tras su detenci¨®n por la Operaci¨®n Galaxia, el primer complot contra la democracia, en octubre de 1978. No era Ynestrillas, pero s¨ª era un golpe de Estado.
Durante unos segundos, Tejero est¨¢ solo. El presidente del Congreso, Landelino Lavilla, puesto en pie, le pregunta: ¡°?Qu¨¦ ocurre?¡±. Tejero le conmina: ¡°?Qu¨ªtate de ah¨ª!¡±, mientras hace un gesto con la mano en la que empu?a su pistola. Se recoloca el tricornio, que le ha quedado ladeado y algo rid¨ªculo, y grita: ¡°?Alto! ?Todo el mundo quieto! ?Al suelo todo el mundo!¡±. Nadie le hace caso, hasta que un grupo de guardias civiles entra en tropel y empiezan a resonar disparos. Los proyectiles de pistola y fusil ametrallador, 45 como se comprobar¨ªa despu¨¦s, impactan en la b¨®veda del hemiciclo y en el techo y la pared de las tribunas. Si alguien hubiera estado all¨ª de pie lo habr¨ªan atravesado. ¡°?Quietos! ?Para! ?Que vais a dar a uno de los nuestros!¡±, grita un asaltante.
El vicepresidente del Gobierno, teniente general Manuel Guti¨¦rrez Mellado, al que el presidente Adolfo Su¨¢rez intenta retener, se levanta de su esca?o y se planta en jarras delante de Tejero, que le insta a volver a su sitio. Varios guardias lo rodean y el teniente coronel lo agarra por la espalda e intenta derribarlo, sin conseguirlo.
Pasados diez minutos, los diputados se van incorporando y se sientan en su esca?o. Los guardias les conminan a que mantengan las manos a la vista. ¡°Esas manitas fuera¡±, se regodea burl¨®n uno de ellos. El ¨²nico que no se ha tirado al suelo, adem¨¢s de Su¨¢rez, es Santiago Carrillo. ¡°Un secretario general del PCE no puede morir as¨ª¡±, le dir¨¢ m¨¢s tarde a Bono. El diputado socialista y m¨¦dico Donato Fuejo atiende al canario Fernando Sagaseta, al que un cristal ha causado un aparatoso corte. Un asaltante insta a Lavilla a pedir tranquilidad, pero este se niega: ¡°En estas circunstancias, no puedo ejercer la Presidencia de la C¨¢mara¡±.
Poco despu¨¦s, un oficial, el capit¨¢n Mu?ecas, sube a la tribuna y anuncia la pr¨®xima llegada de ¡°la autoridad competente, militar por supuesto, [que] ser¨¢ la que determine lo que va a ocurrir¡±. El presidente del Congreso le pregunta qui¨¦n manda y el capit¨¢n asegura ignorarlo. ¡°No s¨¦ si esto ser¨¢ cuesti¨®n de un cuarto de hora, de 20 minutos o media hora. Me imagino que no m¨¢s tiempo¡±, pronostica Mu?ecas. El secuestro durar¨¢ casi 18 horas.
A las 19.30, el presidente del Gobierno en funciones, Adolfo Su¨¢rez, se levanta de su esca?o y se dirige a los asaltantes: ¡°?Quiero hablar con el que manda la fuerza!¡±. Se arma un peque?o revuelo. Un guardia, situado en la parte alta del hemiciclo, advierte se?alando su metralleta: ¡°Tranquilos se?ores, al pr¨®ximo movimiento de manos esto se mueve¡±.
El teniente coronel Tejero vuelve al sal¨®n de sesiones exultante: ¡°El general Milans nos manda un abrazo. ?Ha decretado la movilizaci¨®n general!¡±. Desde los pasillos se escuchan gritos y v¨ªtores. El Congreso acababa de firmar un seguro de vida para los 350 diputados y Leopoldo Torres le pasa una nota a Bono: ¡°350x10 millones=3.500 millones. La ruina de la compa?¨ªa de Seguros¡±.
Tejero coge del brazo a Su¨¢rez y se lo lleva fuera. En los minutos siguientes, los asaltantes sacan tambi¨¦n del Sal¨®n de Plenos al secretario general del PSOE, Felipe Gonz¨¢lez; su n¨²mero dos, Alfonso Guerra; el general Guti¨¦rrez Mellado; el ministro de Defensa, Agust¨ªn Rodr¨ªguez Sahag¨²n, y Santiago Carrillo. ¡°En ese momento¡±, constata el acta de la Mesa del Congreso, ¡°se produce en la C¨¢mara un grave silencio¡±.
Uno de los guardias lee desde la tribuna el bando con el que Milans del Bosch declara el estado de guerra en Valencia y la supuesta adhesi¨®n de varias regiones militares a la asonada, no se sabe si para insuflar ¨¢nimo a los asaltantes o para minar la moral de los rehenes. La ansiedad por saber lo que est¨¢ pasando en el exterior debe conformarse con las noticias que algunos diputados, como Fernando Abril Martorell, escuchan clandestinamente en un transistor y pasan de boca en boca en forma de cuchicheos que, como en el juego del tel¨¦fono roto, no siempre son fieles al mensaje original. Bono le susurra Lavilla: ¡°Ha hablado el Rey¡±. ¡°?A favor o en contra?¡±, pregunta ¨¦l.
Los rehenes solo pueden salir del hemiciclo para ir al ba?o, custodiados y de uno en uno. Por su peculiar idea de la jerarqu¨ªa, los guardias permiten a los miembros de la Mesa hacerlo cuantas veces quieran y Bono aprovecha este privilegio para hacerse el encontradizo y recabar informaci¨®n. Una de las veces, hay un guardia civil sentado a la entrada del servicio de caballeros leyendo el peri¨®dico. Al cerrarlo de pronto, deja ver la primera plana. Es EL PA?S, con un titular a cinco columnas: ¡°El Pa¨ªs con la Constituci¨®n¡±. Hay esperanza.
Los focos que iluminan el hemiciclo parpadean y Bono y el vicepresidente primero de la C¨¢mara, Modesto Fraile, se dirigen a los asaltantes para advertirles de que el Congreso carece de generador propio, por lo que les piden que mantengan la calma si hay un corte de luz. Para estupor general, Tejero sit¨²a a varios guardias en las puertas y ordena: ¡°Si hubiera un apag¨®n, al recibir un roce en el cuerpo, abran fuego.¡± A continuaci¨®n, uno de los asaltantes advierte a los diputados: ¡°?Nadie empuje las puertas si se apaga esto porque recibir¨¢ fuego!¡±
El teniente coronel manda a los ujieres que traigan sillas y las amontona en el centro del hemiciclo. Otro oficial rompe el tapizado de dos de ellas, saca la estopa y la amontona sobre la mesa de taqu¨ªgrafos. Preparan una fogata por si se quedan a oscuras. Algunos diputados advierten de que el sal¨®n es de madera y el presidente de la C¨¢mara, alarmado, pide que detenga la operaci¨®n. Varios velones permanecer¨¢n toda la noche listos para prenderla.
A las 8.50, Manuel Fraga, presidente de Alianza Popular (hoy PP), que hasta entonces ha permanecido tranquilo, salta s¨²bitamente de su esca?o y se dirige a Tejero: ¡°?Puede la Guardia Civil tenernos como a una pandilla de forajidos a tantos hombres indefensos?¡± Se levanta un murmullo y entran unos 40 guardias, que empu?an y montan sus armas. Se escucha el chasquillo.
Fraga se abre la chaqueta y grita: ¡°Yo ya no aguanto m¨¢s¡ disp¨¢renme a m¨ª¡±. ??igo Cavero y Fernando ?lvarez de Miranda imitan su gesto. ¡°Es una traici¨®n a Espa?a. No paso por esto¡±, repite Fraga, que sale del sal¨®n empujado por Tejero. ¡°Le hago notar que me ha puesto la mano encima¡±, dice el exministro. ¡°?Las dos!¡±, replica el teniente coronel.
A las 10 de la ma?ana, se autoriza la salida de las diputadas. Muchas se resisten a dejar solos a sus compa?eros, pero acaban march¨¢ndose, con la excepci¨®n de Mar¨ªa Izquierdo (PSOE) y Pilar Bravo (PCE).
Una hora despu¨¦s, un teniente anuncia que ¡°se est¨¢ llegando a una soluci¨®n¡± y pide a todos mantener la calma. ¡°Para lo poco que nos queda, no vamos a salir mal¡±, casi suplica. Poco antes del mediod¨ªa es el propio Tejero quien confirma que ¡°se han aceptado todas las condiciones¡± y se va a desalojar el hemiciclo. En ese momento, Lavilla recupera su autoridad como presidente del Congreso y ordena que salgan, ¡°primero los diputados, despu¨¦s el Gobierno y luego la Mesa, que es el orden por el que se procede aqu¨ª¡±.
Antes de salir, a petici¨®n de Fraga, el presidente del Congreso convoca para el d¨ªa siguiente reuni¨®n de la Mesa, la Junta de Portavoces y el Pleno en el que ser¨¢ investido Calvo-Sotelo. La democracia, suspendida durante una larga noche por la fuerza de la violencia, recupera el pulso.
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