La amistad de Issa y Bashir cruza la valla de Melilla
Viaje al origen de la emigraci¨®n sudanesa a trav¨¦s de la de dos compa?eros a los que ni las matanzas ni la separaci¨®n han distanciado
A Issa y Bashir les pill¨® el estallido de la guerra cuando jugaban en las calles de tierra de su pueblo, en la regi¨®n sudanesa de Darfur. En medio de toda aquella violencia, los dos ni?os se fueron haciendo mayores sin importarles demasiado que sus tribus estuvieran enfrentadas. Nunca dejaron de apoyarse el uno al otro. Ambos fueron a Jartum, la capital del pa¨ªs, para estudiar en la universidad. A Issa no le fue mal y hoy hace sus peque?os negoc...
A Issa y Bashir les pill¨® el estallido de la guerra cuando jugaban en las calles de tierra de su pueblo, en la regi¨®n sudanesa de Darfur. En medio de toda aquella violencia, los dos ni?os se fueron haciendo mayores sin importarles demasiado que sus tribus estuvieran enfrentadas. Nunca dejaron de apoyarse el uno al otro. Ambos fueron a Jartum, la capital del pa¨ªs, para estudiar en la universidad. A Issa no le fue mal y hoy hace sus peque?os negocios en el mercado ¨¢rabe de esta ciudad; para Bashir las cosas se complicaron y decidi¨® marchar. Tras un duro periplo de dos a?os que le llev¨® por Chad, Libia, Argelia y Marruecos, el pasado 24 de junio salt¨® la valla de Melilla y burl¨® a la muerte. Decenas de sudaneses perdieron la vida en el intento. Esta es la historia de dos amigos a quienes ni la guerra ni la distancia lograron separar.
Bajo los soportales del viejo mercado de Jartum, Issa Alhadi Mohamed, de 31 a?os, toma un t¨¦ con parsimonia y espera. Vestido con pantalones vaqueros y camisa de cuadros, su negocio es cambiar dinero. ¡°Me llama un cliente y me dice, necesito 100 d¨®lares (97,7 euros). Yo se los doy. O quiere libras y tambi¨¦n se las consigo¡±, dice con su eterna sonrisa. Es licenciado en Historia, pero en este Sud¨¢n sumido en una profunda crisis gana mucho m¨¢s en el mercado negro que dando clases, incluso en la universidad. Aun as¨ª, las cosas no le van del todo mal. El a?o que viene se casa con su prima, que vino del pueblo a la capital a estudiar Enfermer¨ªa: ¡°Cuatro o cinco hijos, esa es la idea¡±.
De repente, un convoy formado por tres camiones llenos de polic¨ªas pasa a toda velocidad por la avenida cercana. Los agentes golpean los laterales con sus porras y a¨²llan para meter miedo. Hoy es d¨ªa de manifestaci¨®n, una m¨¢s, que acaba con otro joven muerto de un disparo. Desde que el pasado 25 de octubre los militares se atrincheraron en el poder con un golpe de Estado, m¨¢s de cien chavales han sido asesinados a manos de las fuerzas del orden por pedir democracia en las calles. Hasta los francotiradores les disparan desde las azoteas. La revoluci¨®n sudanesa que tumb¨® al dictador Omar al Bashir en 2019 sigue viva, pero la esperanza se desvanece r¨¢pidamente en un pa¨ªs en proceso de demolici¨®n: los grupos armados florecen en el interior y amenazan con nuevos conflictos, la inflaci¨®n es galopante y los sudaneses sobreviven a duras penas.
¡°No es tan f¨¢cil cambiar un sistema que lleva tantos a?os funcionando¡±, asegura en Melilla Bashir Hamid Mohamed. ¡°A d¨ªa de hoy, todo sigue igual y espero que sean otros los que consigan el cambio. Yo me fui para buscar otra vida¡±.
Bashir est¨¢ reci¨¦n duchado y estrena corte de pelo. Es un hombre alto y grande, pero de movimientos delicados, a veces, t¨ªmidos. No sabe su edad exacta, pero calcula que entre 28 y 30. La entrevista de tres horas transcurre en una terraza en plena ola de calor. Suda sin parar, pero no bebe ni agua. Tiene prisa por marcharse de Melilla. El Centro de Estancia Temporal es un limbo para quien anhela empezar de cero otra vez. ¡°Me gustar¨ªa ir a un sitio agradable. He pasado meses en bosques y monta?as, y es verdad que es un mill¨®n de veces mejor que la prisi¨®n, con todo el miedo y la tortura, pero no quiero quedarme aqu¨ª¡±, explica. Tardar¨¢ unos meses en conseguir que lo deriven, como solicitante de asilo, a la Pen¨ªnsula.
Durante sus a?os de universitario en Jartum, Bashir se meti¨® en pol¨ªtica y se opuso a la dictadura. En 2013, estuvo un mes detenido por ello. Los servicios secretos lo agarraron en el campus, le vendaron los ojos y lo encerraron. No hubo juicio ni abogados. Lo amenazaron.
Ya entonces empez¨® a cultivar la idea de irse, pero no ten¨ªa dinero. Trabaj¨® vendiendo gasolina en garrafas y aguant¨® lo que pudo hasta que en 2020 se decidi¨®. ¡°Cuando Bashir me cont¨® que se iba a Europa le dije: ¡°Adelante, busca tu suerte, lejos de aqu¨ª vas a tener m¨¢s oportunidades¡±, explica Issa, quien ha estado apoyando econ¨®micamente a la familia de su amigo durante todo su viaje. Para ese entonces, la revoluci¨®n hab¨ªa estallado en Sud¨¢n.
El conflicto revive
Hoy, toda aquella ilusi¨®n est¨¢ a punto de esfumarse. La tensi¨®n entre comunidades y las disputas por la tierra se han disparado. Solo en lo que va de a?o ya ha habido 275 muertos y 117.000 nuevos desplazados internos. En 12 de los 18 Estados de Sud¨¢n hay incidentes violentos, algunos de ellos muy sangrientos, como el viejo conflicto de Darfur, que se ha reavivado alimentado por el descubrimiento de yacimientos de oro y la llegada al poder de los mismos grupos armados que sembraban el terror en 2004.
Mientras tanto, la capital vive bajo la rutina de las manifestaciones, de los cortes diarios de luz y del estancamiento de un proceso pol¨ªtico a la sombra de un r¨¦gimen militar que lo controla todo. ¡°Hemos perdido hasta la esperanza, pero ya no tenemos nada m¨¢s que perder¡±, asegura el joven estudiante Idris Abderram¨¢n.
Bashir se fue de Sud¨¢n el 30 de julio de 2020. Reuni¨® 160 euros y contact¨® a un traficante que lo llev¨® primero a Chad y luego a Libia. La profesora Ikhlas Nouh Osman, responsable del departamento de Migraciones de la Universidad Ahfad en Jartum, explica c¨®mo el ¨¦xodo de sudaneses, primero hacia Libia y ahora hacia Marruecos, es un fen¨®meno ya cotidiano: ¡°Es lo normal para miles de darfur¨ªes, Libia ha sido siempre un destino migratorio para ellos, pero las condiciones de vida han empeorado much¨ªsimo en ese pa¨ªs tras la crisis pol¨ªtica generada por la ca¨ªda de Gadafi. Es muy duro, los migrantes en Libia sufren malos tratos, secuestros, extorsiones, explotaci¨®n laboral... No pueden volver a Sud¨¢n con las manos vac¨ªas y al mismo tiempo est¨¢n sufriendo much¨ªsimo en Libia. Normal que busquen nuevas rutas¡±.
Bashir no quiere revivir su paso por Libia, pero comparte algunos recuerdos. ¡°Conozco personas que murieron. He perdido a muchos amigos all¨ª, eso no puedo superarlo. Nadie est¨¢ a salvo. Yo mismo estuve un tiempo en la prisi¨®n de Abu Salim despu¨¦s de que me cogiera la guardia costera¡±, asegura. Al final pag¨® 1.450 euros a un traficante para cruzar hasta Argelia y dos semanas despu¨¦s consegu¨ªa llegar en Uchda tras saltar la valla que separa Argelia de Marruecos. Y el pasado septiembre llegaba a Nador. Tras casi una veintena de intentos fracasados, detenciones, traslados a ciudades del sur y una enorme frustraci¨®n, el pasado 24 de junio consigui¨® finalmente su objetivo. Atraves¨® la valla de Melilla en el episodio m¨¢s letal de las fronteras terrestres espa?olas. La Asociaci¨®n Marroqu¨ª por los Derechos Humanos (AMDH) eleva a 27 el n¨²mero de muertos (y no los 23 que reconocieron las autoridades marroqu¨ªes). Otros 64 est¨¢n desaparecidos. La inmensa mayor¨ªa son sudaneses.
La tr¨¢gica noticia circul¨® por las redes en Sud¨¢n, salt¨® de m¨®vil en m¨®vil, de hogar en hogar. F¨¢tima Saleh, una joven darfur¨ª, reflexiona sobre la desaparici¨®n de tantos j¨®venes que se marchan: ¡°Estos chicos se van y muchas veces su rastro se pierde en el desierto, en Libia o en el mar. Nunca tendr¨¢s una confirmaci¨®n oficial de que tu hijo o tu hermano ha muerto. Solo quedan sus sombras. Un d¨ªa, el tel¨¦fono deja de sonar o los mensajes se interrumpen. Como si se los hubiera tragado la tierra o el oc¨¦ano. Literalmente. En mi regi¨®n todas las familias tienen alguien que se ha ido, mi propio primo muri¨® en la emigraci¨®n hace un mes. ?Si era de esos que saltaron la valla? ?C¨®mo saberlo? Nosotros tuvimos la suerte de una llamada, muchas familias ni eso¡±.
En la capital sudanesa, Issa est¨¢ feliz. Pasea entre los locales de tel¨¦fonos m¨®viles y bisuter¨ªa saud¨ª del centro comercial Al-Waha como si fuera el due?o de todo. Habla cada d¨ªa con su amigo Bashir. Se saludan y se cuentan las novedades. ¡°Durante todo su viaje ¨ªbamos hablando, ¨¦l me dec¨ªa por d¨®nde iba y yo le mandaba fuerzas desde aqu¨ª, lo hac¨ªamos a trav¨¦s de Facebook¡±, explica. ¡°?Ya puede trabajar?¡±, pregunta de repente, ¡°quiz¨¢s ahora sea ¨¦l quien me ayude a m¨ª¡±. Issa recuerda cuando la familia de Bashir atravesaba por serios problemas econ¨®micos y ¨¦l le pag¨® la matr¨ªcula del instituto. ¡°Nunca olvidar¨¦ lo que hizo, desde entonces supe que nuestra amistad durar¨ªa para siempre¡±, explica Bashir en Melilla. ¡°Pese a las diferencias tribales estamos juntos y seremos amigos para siempre¡±.
Durante d¨¦cadas, los pa¨ªses ¨¢rabes del Golfo, como Arabia Saud¨ª y Emiratos ?rabes Unidos, y Egipto fueron un destino preferente para la di¨¢spora sudanesa. Compart¨ªan cultura, religi¨®n y lengua. Era sobre todo una emigraci¨®n de profesionales, arquitectos, m¨¦dicos, ingenieros, que encontraban en estos pa¨ªses ricos mejores condiciones de vida. En tiempos de la dictadura de Omar al Bashir, hasta las empresas sudanesas se instalaron all¨ª para sobrevivir a las sanciones internacionales. Sin embargo, la profunda crisis sudanesa ha empujado hacia el exterior tambi¨¦n a j¨®venes sin formaci¨®n y los pa¨ªses del Golfo han comenzado a poner cortapisas a sus vecinos pobres de Sud¨¢n. Con el mundo ¨¢rabe cada vez m¨¢s hostil y Libia endureciendo los mecanismos de control a instancias de Europa, la ruta hacia Marruecos y Espa?a se perfila cada vez m¨¢s como una alternativa.
El antrop¨®logo social Munzoul Assal, de la Universidad de Jartum, advierte: ¡±Esto es solo el comienzo. Es obvio que cada vez se ir¨¢n m¨¢s j¨®venes. La situaci¨®n es mala, terrible y al mismo tiempo vol¨¢til. Nadie sabe qu¨¦ va a pasar, incluso es posible que estalle una guerra civil. Y hoy tenemos las redes sociales, chavales con un futuro incierto ven que al otro lado hay libertad, una vida mejor¡±. El Gobierno apenas reconoce el fen¨®meno migratorio, sigue considerando a Sud¨¢n pa¨ªs de tr¨¢nsito para eritreos o et¨ªopes, y no hay pol¨ªticas relativas a la movilidad dirigidas a los nacionales.
Una revoluci¨®n frustrada
El 11 de abril de 2019, el mundo gir¨® la cabeza hacia Sud¨¢n con un gesto de inequ¨ªvoca alegr¨ªa. Tras meses de manifestaciones, que comenzaron por la subida del precio del pan, y decenas de muertos, el ej¨¦rcito daba un golpe de Estado y derrocaba al dictador Omar al Bashir, quien llevaba la friolera de 30 a?os en el poder y estaba perseguido por la justicia internacional. La revoluci¨®n sudanesa hab¨ªa triunfado. O eso parec¨ªa. Tras meses de duras negociaciones, un Gobierno dirigido por el civil Abdal¨¢ Hamdok, pero tutelado a¨²n por un consejo presidido por los militares, tomaba las riendas del pa¨ªs y emprend¨ªa un camino de profundas reformas.
Fath Abdurram¨¢n Mohamed, miembro de un comit¨¦ de resistencia popular, recuerda aquella ¨¦poca: ¡°Fueron dos a?os dif¨ªciles y hubo que apretarse el cintur¨®n, pero todos compart¨ªamos el sue?o de un nuevo Sud¨¢n¡±. Sin embargo, el 25 de octubre de 2021 todo se vino abajo. El general Al Burhan, a la cabeza de la junta castrense, destitu¨ªa a Hamdok y su Gobierno, cuyas reformas empezaban a afectar a la ¨¦lite islamista-militar que hab¨ªa regido el pa¨ªs en las ¨²ltimas tres d¨¦cadas. Las callejuelas de los barrios de Jartum se convirtieron en afluentes de j¨®venes que volv¨ªan a desembocar en las grandes avenidas del centro de la ciudad.
Los organismos internacionales, como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional, volvieron a retirar su ayuda. La cooperaci¨®n bilateral con Estados Unidos o la Uni¨®n Europea se bloque¨® de nuevo. Bajo el impacto a¨²n de las perturbaciones comerciales de la covid-19, lleg¨® en febrero la guerra de Ucrania. Los precios, que ya estaban altos, se dispararon a niveles insoportables y Sud¨¢n ha llegado a tener una tasa de inflaci¨®n anual pr¨®xima al 400%. ¡°Llenar el tanque de gasolina de mi coche se lleva, literalmente, una tercera parte de mi sueldo mensual; comprar comida hoy en este pa¨ªs es hacer malabares¡±, asegura el comerciante Idrisa Mahmoud. Uno de cada cuatro sudaneses est¨¢ ya en situaci¨®n de inseguridad alimentaria, la mayor cifra de la ¨²ltima d¨¦cada, seg¨²n Naciones Unidas.
Ni los militares han logrado hacerse con el pleno control de la situaci¨®n, con estallidos de violencia en diferentes puntos del pa¨ªs, ni la sociedad civil parece tener suficiente masa cr¨ªtica para tumbarlos. Atta Albatahani, profesor de Ciencias Pol¨ªticas, concluye: ¡°Los conflictos intercomunitarios han vuelto a surgir y los dirigentes del antiguo r¨¦gimen islamista-militar siguen manejando los hilos de los sectores econ¨®micos en su propio beneficio. Dos tercios de la poblaci¨®n tiene menos de 24 a?os y estos j¨®venes fascinados por Europa, por el Real Madrid y el Barcelona, por poder lleva otra vida, est¨¢n atrapados entre una sociedad civil dividida y un r¨¦gimen que no escucha¡±.