Dolor ante una incomprensible injusticia
El autor, promotor de la Asociaci¨®n Concordia Real Espa?ola, dedicada a reivindicar la figura de Juan Carlos I, desgrana las sensaciones del rey em¨¦rito, con el que mantiene una estrecha amistad, ante su exclusi¨®n en los actos de la jura de la Constituci¨®n de la princesa Leonor
Miraba por la ventanilla del avi¨®n. Llov¨ªa todo el tiempo. Paisaje nublado casi desde el principio sobre ese Mediterr¨¢neo que tantas veces hab¨ªa recorrido en uno y otro sentido.
Notaba una pena profunda. Era un dolor que le atravesaba en el alma. ?C¨®mo era posible que no pudiese asistir al acto en el que oficialmente se iba a conmemorar la mayor¨ªa de edad de su nieta? ?Por qu¨¦ estaba vetada su presencia y qui¨¦nes eran los que hab¨ªan decidido que no pod¨ªa acceder al edificio ocupado por la instituci¨®n a la que ¨¦l hab¨ªa dado hace casi 50 a?os todas las atribuciones que ten¨ªa ahora y de las que hab¨ªa crecido durante medio siglo?
Ten¨ªa un dolor de esos que calan los huesos, pero hac¨ªa muchos a?os que hab¨ªa tomado la firme decisi¨®n de que el rencor no pod¨ªa guiar su vida. Hab¨ªa perdonado muchas ofensas, insultos, mentiras y manipulaciones con las que le hab¨ªan obsequiado especialmente en los ¨²ltimos a?os.
Recordando los cientos de hechos que le ven¨ªan a la memoria, ve¨ªa pasar ante ¨¦l a muchos que le hab¨ªan ayudado en el proceso de hacer de su pa¨ªs una naci¨®n moderna, democr¨¢tica, homologable con las naciones europeas que lideraban el continente. No hab¨ªa sido f¨¢cil pero la gran mayor¨ªa de sus compatriotas le hab¨ªan ayudado, y el resultado hab¨ªa beneficiado a todos.
Y, claro, tambi¨¦n estaban muy presentes las im¨¢genes de ese sal¨®n donde se iba a celebrar la ceremonia de la que se le hab¨ªa excluido, de una tarde en la que todo lo que se estaba construyendo con grandes dificultades parec¨ªa venirse abajo por unos violentos. Y c¨®mo, en estos momentos de las decisiones complicadas, hizo que su hijo permaneciera junto a ¨¦l toda la noche hasta desbaratar el golpe.
Las ideas y los recuerdos se amontonaban. Le ven¨ªan a la mente los much¨ªsimos viajes realizados sobre el Mediterr¨¢neo o el Atl¨¢ntico, o aquel primer viaje a China, representando como siempre con enorme dignidad y bien hacer a su pa¨ªs y luchando por sus empresas, construyendo la buena imagen que despu¨¦s abrir¨ªa los caminos a muchas otras.
Eran todo, o casi todo, recuerdos agradables, la pel¨ªcula de una vida compleja y azarosa, muchas veces se hab¨ªa visto solo en las cumbres, donde hace fr¨ªo de verdad.
Ahora el fr¨ªo que notaba era el que se siente solo, en los ¨²ltimos a?os de su vida no solo por no recibir cumplidos y agradecimientos merecidos sino del que se siente injustamente apartado sin raz¨®n que lo justifique. Algunos amigos ya le hab¨ªan comentado la pobreza frecuente de la condici¨®n humana que no agradece y olvida todo de lo que es deudora.
Pero esta vez, pensaba, la indignidad hab¨ªa superado todos los registros y sin otra necesidad que de causar da?o a su persona y a la instituci¨®n que representaba.
Dio una cabezada y despert¨® con un aviso: ¡°?Majestad, estamos ya sobre territorio espa?ol!¡±.
La emoci¨®n de estar de nuevo en su pa¨ªs le llev¨® a concluir que el agresor, con frecuencia y a largo plazo, acaba sufriendo m¨¢s que el agredido y no ofende quien quiere sino quien puede.
Nadie iba a entender que quien deber¨ªa ser el primer invitado estuviera ausente. No iba a estar donde correspond¨ªa por razones pol¨ªticas, institucionales o de protocolo, pero por lo menos tendr¨ªa ocasi¨®n de darse un abrazo con su hijo y sobre todo con su nieta el d¨ªa de su mayor¨ªa de edad y su juramento de la Constituci¨®n.
Al rey Juan Carlos le iba a tocar ese d¨ªa, una vez m¨¢s, sacrificarse por la continuidad de la monarqu¨ªa parlamentaria en Espa?a, y lo hace por estar con su familia, pero sobre todo con su nieta, pues era ¡°el d¨ªa de la princesa de Asturias¡±.
¡°?A sus ¨®rdenes, Majestad!¡±, acompa?ado de una enorme sonrisa, fue el saludo inicial de do?a Leonor, correspondido con un ¡°est¨¢s guapa¡±, antes de un entra?able abrazo entre el rey y la princesa de Asturias, abrazo que hubieran querido que no terminase nunca, pues con ¨¦l iba todo el traspaso institucional de quien era rey hacia quien iba a serlo en un futuro.
Las conversaciones posteriores a lo largo de la tarde sirvieron como en todas las familias para olvidar viejos malentendidos y mirar para el futuro con esa sensaci¨®n de unidad que todos preconizan.
Habr¨¢ terminado una jornada que ser¨ªa dif¨ªcil de olvidar para todos los presentes.
Ya en el avi¨®n, al mirar por la ventana en ese d¨ªa nublado que ya era noche, volvieron a pasar por su mente innumerables im¨¢genes de su vida, a la que hab¨ªa a?adido una p¨¢gina importante y muy emocionante, y con tristeza y melancol¨ªa empez¨® a dejar de nuevo tierra espa?ola.
A los que hemos sabido apreciar la enorme contribuci¨®n de don Juan Carlos a Espa?a, y la deuda de agradecimiento que tenemos con ¨¦l, solo nos cabe decir: ¡°Perd¨®nales, Se?or, porque no saben lo que hacen¡±.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.