Del miedo a la responsabilidad
El confinamiento es una emergencia. No es ning¨²n triunfo, como entienden los que exigen que se alargue. Es la consecuencia de un fracaso: no se atendieron las advertencias, no se supo prever la amenaza
La democracia no admite excepciones¡±, dec¨ªa Luigi Ferrajoli, en este peri¨®dico. Por eso hay que pensar ya en la salida del estado de alarma. El tiempo de excepci¨®n ha de ser lo m¨¢s breve posible y si se alarga m¨¢s de la cuenta la infecci¨®n acabar¨¢ alcanzado a las instituciones p¨²blicas.
Hartmut Rosa, el fil¨®sofo de la aceleraci¨®n, ha glosado ¡°el milagro sociol¨®gico¡±. Lo que parec¨ªa imposible ha ocurrido: el mundo se ha parado. ¡°Desde principios del siglo XIX el globo conoci¨® un proceso de dinamizaci¨®n (desigual y a menudo violenta): hab¨ªamos literalmente colocado al mundo en movimiento a un ritmo cada vez m¨¢s r¨¢pido¡±. De pronto, ha llegado el gran frenazo. Como precisa Hartmut Rosa, no se ha parado, lo hemos parado. El virus ni ha dejado a los aviones en tierra, ni ha cerrado las tiendas y las industrias, ni nos ha forzado a quedarnos en casa. ¡°Ha sido nuestra deliberaci¨®n pol¨ªtica y nuestra acci¨®n pol¨ªtica la que lo ha hecho¡±. Y as¨ª se ha conseguido lo que, por ejemplo, todas las conferencias mundiales sobre el clima han sido incapaces de lograr: frenar la aceleraci¨®n que en los ¨²ltimos treinta a?os ha adquirido ritmos alarmantemente descontrolados. Y, sin embargo, cuando una amenaza directa a nuestros cuerpos, susceptible de atacar a cualquiera sin distinciones, ha llegado al primer mundo, los gobernantes han decidido pararlo todo y la ciudadan¨ªa se ha encerrado en casa sin rechistar. ?Qu¨¦ es lo que lo ha conseguido? Una combinaci¨®n casi perfecta entre el miedo y la culpa.
De pronto, hemos descubierto la vulnerabilidad de un sistema que parec¨ªa imparable, que convert¨ªa a los ciudadanos en ¡°sujetos luchando constantemente contra su cuerpo y su personalidad en nombre de la auto-optimizaci¨®n¡± (Hartmut Rosa). Y con ella, nuestra propia vulnerabilidad ha vuelto al primer plano de la conciencia. El miedo, la culpa y el aislamiento. Las tres piezas del mecanismo de la gran frenada. Miedo ascendente al ritmo de la propagaci¨®n de las cifras de muertos y de los mensajes que ven¨ªan de China. Culpa, porque ¨¦sta es la fuerza del virus: nos convierte en agente y sujeto de contagio, a la vez. De pronto descubres que la vida de la gente m¨¢s cercana puede depender de ti: de un abrazo o de un beso. Y nunca lo podr¨¢s saber a ciencia cierta. Esta doble pulsi¨®n ¡ªla culpa y el miedo¡ª es la que ha hecho aceptar el confinamiento sin chistar. Sin apenas darse cuenta de que se nos estaba limitando la condici¨®n de ciudadano.
Estamos a punto de alcanzar el mes de confinamiento. Y hay que mirar al final del t¨²nel y preparar el momento de cruzar el dintel. Es el paso del miedo y la culpa a la plena responsabilidad. Y, por tanto, a la confianza. Los gobernantes tienden muy f¨¢cilmente al paternalismo (del que las pol¨ªticas de excepci¨®n son una figura), a desposeer a los ciudadanos de su condici¨®n y tratarlos como ni?os irresponsables. Como sabemos por experiencia en este pa¨ªs, forma parte del discurso de las dictaduras: por vuestro bien. Pero es incompatible con la democracia. Y, sin embargo, en vez de apelar a la responsabilidad de los ciudadanos se habla, por ejemplo, de geolocalizaci¨®n a trav¨¦s de los tel¨¦fonos m¨®viles. Cuidado con cruzar pasarelas que llevan a orillas donde algunos est¨¢n cultivando el autoritarismo postdemocr¨¢tico.
El confinamiento es una emergencia. No es ning¨²n triunfo como a veces parece que entiendan los que insisten en exigir que se alargue y sea m¨¢s duro. Al contrario, es la consecuencia de un fracaso: no se atendieron las advertencias, no se supo prever la amenaza. Como ocurre con el cambio clim¨¢tico, que cuando estalle en forma de cat¨¢strofe nadie podr¨¢ alegar ignorancia. La imprevisi¨®n nos ha regalado una oportunidad: demostrar que la aceleraci¨®n pod¨ªa frenarse. Pero, como dice Hartmut Rosa, ¡°parar no es hacer una sociedad nueva¡±.
Hay que volver a arrancar, lo m¨¢s pronto posible. Las inercias y las fuerzas en presencia pretender¨¢n volver adonde est¨¢bamos. ?Es realmente deseable? Es la hora de la responsabilidad. Sin embargo, esta historia ha sido la constataci¨®n del gran fracaso de la gobernanza global, empezando por el pat¨¦tico papel de Europa. Y as¨ª es dif¨ªcil imaginar que las fuerzas que han campado a sus anchas durante los ¨²ltimos a?os no vuelvan a disparar desde ya la din¨¢mica de la aceleraci¨®n sin l¨ªmites.
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