Todos valientes, como John (Reed)
El desalojo de la ¨²ltima vaquer¨ªa del barrio de Gr¨¤cia de Barcelona es mi ¨²nica ¡®haza?a b¨¦lica¡¯ period¨ªstica, algo alejado del gran autor de ¡®Diez d¨ªas que sacudieron el mundo¡¯ o ¡®M¨¦xico insurgente¡¯
La vaca sali¨® volando hacia la derecha del visor y, a la vez, lleg¨® el golpe en la nariz. Un guardia urbano evit¨® que el lechero siguiera arre¨¢ndome. Quiz¨¢ lo cont¨¦ ya alguna vez. Compr¨¦ndame, es mi ¨²nica haza?a b¨¦lica period¨ªstica: cubr¨ªa, en primera l¨ªnea de fuego, c¨¢mara fotogr¨¢fica en ristre, el desalojo de la ¨²ltima vaquer¨ªa del barrio de Gr¨¤cia de Barcelona para Carrer Gran, la revista local.
Los designios del Se?or son inescrutables y es evidente que no me llam¨® por la senda de reporterismo de guerra; bueno, tampoco por el del desalojo de okupas, ni tan siquiera por...
La vaca sali¨® volando hacia la derecha del visor y, a la vez, lleg¨® el golpe en la nariz. Un guardia urbano evit¨® que el lechero siguiera arre¨¢ndome. Quiz¨¢ lo cont¨¦ ya alguna vez. Compr¨¦ndame, es mi ¨²nica haza?a b¨¦lica period¨ªstica: cubr¨ªa, en primera l¨ªnea de fuego, c¨¢mara fotogr¨¢fica en ristre, el desalojo de la ¨²ltima vaquer¨ªa del barrio de Gr¨¤cia de Barcelona para Carrer Gran, la revista local.
Los designios del Se?or son inescrutables y es evidente que no me llam¨® por la senda de reporterismo de guerra; bueno, tampoco por el del desalojo de okupas, ni tan siquiera por el de las manifestaciones de jubilados para pensiones justas. A¨²n as¨ª, 35 a?os de oficio me han proporcionado algunos latigazos de adrenalina, respiraci¨®n agitada, pulso ensordecedor: el telefonazo an¨®nimo invit¨¢ndome, en aras de mi salud y la de mi familia, a dejar de investigar sobre los doblajes en TV3 (una cosa de la nostra); una rica amenaza alemana de querellarse para evitar que informara sobre reformas en la finca en que se refugi¨® Aza?a antes de abandonar Espa?a en 1939, patrimonialmente protegida; un retumbar del suelo ante un jabal¨ª que se abalanzaba sobre m¨ª en una cacer¨ªa y el tener que dejar el m¨®vil en una caja fuerte antes de entrar al despacho de una autoridad p¨²blica que iba a informarme sobre actividades il¨ªcitas de un empresario cultural.
Rele¨ªdo, admito, suena tragic¨®mico: todo fue en dosis homeop¨¢ticas (el jabal¨ª, por ejemplo: su tama?o era inversamente proporcional a su ruido y me pas¨®, al menos, a tres metros) y el calibre informativo, lejos del de los que, en verdad, se juegan la vida y quiz¨¢ cambian el sino del oficio y del mundo. Pero ah¨ª est¨¢n tambi¨¦n, digo yo, los que bregan en las salas de m¨¢quinas del periodismo, los que cargan los torpedos que otros disparan, los que intentan sacar punta al hecho romo cotidiano cuya suma explica una sociedad para que tengan un lugar bajo el sol de las noticias; son informaciones sin fulgor aparente a las que hay que salpimentar con ingenio y ¨¦pica y est¨¦tica, invisibles por naturaleza a los clickbits, pero que narran de lo que est¨¢ hecha la vida un d¨ªa s¨ª y otro tambi¨¦n, los enanos hombros sobre los que se suben otros para acabar gigantes. ¡°El periodismo, extra?a aventura¡±, dec¨ªa Josep Pla.
Todo esto pasa factura cuando hago del m¨¢s ignorado de los profetas, Jerem¨ªas, en la universidad, impartiendo la ¨²nica asignatura que me es permitida sobre periodismo: teor¨ªa e historia. Advierto en vano a la pura generaci¨®n Z indolente tras los pupitres de que no adoren a falsos dioses, as¨ª audiovisuales como tuiteros, y les alerto del declive que alg¨²n d¨ªa llegar¨¢ del imperio de lo ef¨ªmero, por lo que es mejor que solidifiquen su marca. Pero, nobleza y rigor obligan, no hay a?o que no haga aflorar a Nelly Bly, con sus 10 d¨ªas de denuncia en un manicomio; Magda Donato, infiltrada en la cola de los hambrientos en el Madrid de 1934; Paco Madrid, husmeando en el putrefacto barrio chino barcelon¨¦s de los a?os 20; H. S. Thompson, a horcajadas sobre una moto con Los ?ngeles del Infierno; Michael Herr, parando la oreja en Vietnam; Ryszard Kapuscinski, un d¨ªa m¨¢s con vida en Angola¡
Ser¨¢ ¨¦l quien regale al mundo la imagen de Pancho Villa como un Robin Hood mexicano
¡°Una bala perdida silb¨® sobre nuestras cabezas, luego otra; despu¨¦s otra dirigida y una descarga entera zumbando ferozmente. ?Cras!, sonaban los muros de adobe mientras volaban trozos de arcilla (¡) La c¨¢mara se me enred¨® entre las piernas y la solt¨¦. Mi sobretodo se convirti¨® en terrible carga y me deshice de ¨¦l¡¡±. Es John Reed, un fijo en mis ex¨¢menes, narrando su huida mientras est¨¢ empotrado con el ej¨¦rcito revolucionario de Pancho Villa. Lo vive en M¨¦xico insurgente (1914), cr¨®nica precedente, y al menos tan buena, de su reconocida Diez d¨ªas que sacudieron el mundo (1919) sobre la revoluci¨®n rusa. Como se cumple el centenario de la muerte del periodista norteamericano, Capit¨¢n Swing y N¨®rdica (los dos periodismos de antes, en versi¨®n editorial: combate y exquisita retaguardia) han vuelto a coligarse y repetir experiencia lanzando una versi¨®n ilustrada. Si la de Diez d¨ªas¡ fue del artista Fernando Vicente, ahora es Alberto Gam¨®n quien ambienta con est¨¦tica muralista ese periodismo de estilo nervioso, cargado de emoci¨®n y sentimientos, fruto de notas gestadas en riguroso (y peligroso) directo.
Reed no para quieto, va a donde est¨¢ la noticia, inusual a¨²n en el periodismo de la ¨¦poca: al frente, sin dormir; a la retaguardia; a la ciudad de moda, Chihuahua; entrevista a l¨ªderes, salva su vida ante un oficial borracho ofreci¨¦ndole su reloj de pulsera... Reed, que habla algo de castellano, se documenta como un poseso y sus descripciones de la trastienda vital y moral de la revoluci¨®n (con la que se identifica) rozan la m¨¢s perfecta de las bellezas antropol¨®gicas, atento al detalle, primorosamente escrito, goloso para el lector. De esta le llamar¨¢n el Rudyard Kipling del periodismo norteamericano y ser¨¢ ¨¦l quien regale al mundo la imagen de Pancho Villa como un Robin Hood mexicano, mostrando sus pliegues humanos: el hombre que no sab¨ªa leer ni escribir; el estratega que, sin imaginarlo, imita a Napole¨®n; el que se niega a dirigir el pa¨ªs porque ¡°soy un guerrero, no hombre de estado; no soy lo bastante educado para ser presidente¡±. ?Qu¨¦ gente, qu¨¦ tiempos!
Buena parte del periodismo valiente muestra s¨®lo el mundo, no lo interpreta; nunca es el caso de Reed; si se quiere entender el inicio del siglo XX hay que leerle: ah¨ª estaba siempre, con sus cr¨®nicas sobre las movilizaciones obreras en EE. UU. a partir de las huelgas de Paterson, las de la Primera Guerra Mundial, las de la revoluci¨®n rusa y estas de M¨¦xico que enviaba al Metropolitan Magazine y al New York World. Reed, ah¨ª, tambi¨¦n imbatible. Y entonces a uno le queda dar vueltas a lo que escribi¨® Guy de Maupassant: ¡°La vida, sabe, no es nunca tan buena ni tan mala como nos pensamos¡±.