A la caza del jabal¨ª blanco
Siguiendo el rastro, posaderas por el suelo, manos puro arte abstracto de rasgu?os, de un cazador por el Priorat
Trac, trac. Dos disparos secos. Casi de inmediato, otros dos. ?Ha habido un quinto? No oigo bien porque el coraz¨®n, tensi¨®n y cansancio, late por las orejas. ¡°?Le has dado?¡±, lanza Sergi por el walkie-talkie al colega apostado en la cima. Tardanza y frase dubitativa entre el crepitar del aparato. Va a ser que no. Son las 10.37 de un domingo de oto?o de apenas cuatro grados. Caza del jabal¨ª en los montes del Priorat. Tres horas ya con la broma. Qu¨¦ demonios hago resoplando entre la maleza rodeado de perros y haciendo de triste escudero de Sergi s¨®lo se explica por la est¨²pida ecuaci¨®n caza del gran jabal¨ª=caza del gran clic para el art¨ªculo. Dej¨¦moslo ah¨ª.
A conciencia, me puse a velar armas la noche anterior. En lo espiritual, claro, para ponerse en situaci¨®n: evocaci¨®n del Maldeman (¡°hombres articulados dispuestos para la acci¨®n¡±) trampero, modelo equipo b¨¢sico a?o 1977, cazadora con flecos, gorro a lo Daniel Boom, zurr¨®n, mosquet¨®n y un zorro que yo hac¨ªa pasar por astuto contrincante y luego mascota, nunca v¨ªctima. Tambi¨¦n, indeleble, Allan Quatermain, el de Las minas del Rey Salom¨®n, inspirador de Indiana Jones. Para no hacer el esnob de sof¨¢ ante curtidos cazadores de verdad y no citar a los reales Bror Von Blixen-Finecke (Klaus Maria Brandauer, en la pantalla) y a Denis Finch Hatton (Robert Redford) de Memorias de ?frica, pens¨¦ en dejar caer que estudiaba comprarme un rifle Sauer S 100, con visor Minox ZE, porque me parec¨ªa ideal para ¡°tiros r¨¢pidos e intuitivos¡±, como rezaba el anuncio de internet. Seg¨²n lo que se burlaran del precio (2.195 euros), sacar¨ªa a relucir lo del pack de oferta con prism¨¢ticos de regalo¡
Contrariamente a los prejuicios, mis antiguas botas y el pantal¨®n caqui de la mili me hermanan, al menos en lo crom¨¢tico, con la particular liga de los hombres extraordinarios (Alan Moore dibuj¨® entre ellos a Quatermain; Sean Connery, en el cine) reunidos en el parking del pueblo de La Figuera, a poca distancia de donde el republicano general Vicente Rojo instal¨® su puesto de mando para la batalla del Ebro. Son los de la Colla del Sanglar de Les Vilelles. Hoy, 16. En el juego de las diferencias, mis manos son pat¨¦ticamente cer¨²menes, delgadas, sin muescas, me falta un gorro (ya no me siento las orejas; en un rato, las piernas) y mi chaleco fosforescente es el ¨²nico que no es naranja sino amarillo, de dudoso origen por su espalda rotulada: Iberia.
En apenas 20 minutos se intuye el via crucis: ya me he ca¨ªdo dos veces y las zarzas y ramas, como en los bosques encantados de las f¨¢bulas, se empe?an en retenerme y agarrar mis ya polvorientas botas de la mili que ahora s¨ª la est¨¢n haciendo de verdad.
Aquello parece el estado mayor de Napole¨®n en Waterloo: todos reportan posibles rastros de jabal¨ª que han observado mientras trabajaban en el campo durante la semana: que si pisadas, excrementos, tierra hurgada en busca de ra¨ªces o gusanos¡ Hay cierta ansiedad por acertar el escenario porque la semana pasada se hizo porra: no se caz¨® nada. Al final, se elige la zona dels Tossals y los generales hasta han dibujado la estrategia en el suelo: hoy se dispondr¨¢ a la tropa en forma de L a lo largo de la cadena monta?osa. Ha costado convencer a alg¨²n reticente de quedarse en el paso del Comandant o en el Collet Rod¨®. La promesa es una manada que hace tiempo merodea por la zona ¡°y hasta es posible que caiga alg¨²n cabirol¡± (corzo).
Casi una helada hora de discusi¨®n, pero al fin marchan todos en furgonetas excepto Sergi, su padre, Josep Maria, y un servidor y los reputados Cabr¨¦, tambi¨¦n padre e hijo: parsimoniosos, ajenos al generalato, alrededor de un se?or fuego y de una abandonada mesa de bar de pl¨¢stico se han zampado unos bocatas a lo Carpanta, aderezados con aceitunas trencades de sus campos, avellanas que rasgan con cascanueces y un tinto de la tierra salido generosamente de una cantimplora. Al calor de las brasas, uno sabr¨¢ que el cambio clim¨¢tico ha hecho que el ciclo de las jabal¨ªs pre?adas no sea tan estacionario y que cuesta m¨¢s seguir su rastro porque fuentes y monta?as est¨¢n secas: falta agua desde hace ya demasiado tiempo.
El carraspeo de la radio rompe la conversaci¨®n: los dem¨¢s est¨¢n en su puesto. Nuestro turno. Sergi ilustra: los Cabr¨¦ y nosotros, en una operaci¨®n pinza y ayudados de sendas jaur¨ªas, ¡°haremos botar a los jabal¨ªs, los empujaremos hacia arriba¡±, aclara. Nos trasladamos en cuatro por cuatro a una hondonada; en la cima, lejos, lej¨ªsimo, est¨¢n apostados, supuestamente en L, los otros. ¡°?Aqu¨ª me gustas, Moreso!¡±, le dice Sergi; me lo se?ala, pero yo no veo nada ni nadie, menos una espesura de sotobosque de pino que da pavor, casi tanto como comprobar lo lejos que estamos de la cima.
Sergi, majestuoso, antebrazo colgando de su fusil 30-6, quilo y medio m¨¢s de lastre, va como si fuera por el paseo de Gr¨¤cia
Suelta Sergi los perros, que se despliegan, salidos de un min¨²sculo remolque, como si fueran de origami; ¡°creo que llevo ocho¡±, responde antes de lanzar gritos huracanados (¡°estimula a los canes y se mueve a los jabal¨ªs¡±). Necesito apenas 20 minutos para intuir el via crucis: ya me he ca¨ªdo dos veces (presiento que me he rebanado la piel de la tibia izquierda como si de una loncha de jam¨®n reci¨¦n cortada se tratara) y las zarzas y ramas, como en los bosques encantados de las f¨¢bulas, se empe?an en retenerme y agarrar mis ya polvorientas botas que ahora s¨ª est¨¢n haciendo la mili de verdad.
La cosa pinta muy bien: 10.04 horas y un invisible Pep (?d¨®nde est¨¢ la gente?) alerta de que ha divisado un jabal¨ª. Sergi avisa a todos, pero en especial a Josep, otro esp¨ªritu: ¡°Te paran uno por aqu¨ª arriba¡±. S¨ª, de golpe, Pocholo y, al segundo, Chigrinski (brutal: s¨ª, por su pelo se parece al exjugador del Bar?a), empiezan a ladrar y salen disparados. ¡°El perro nunca miente¡±, se anima Sergi. Tras media hora de aullidos dif¨ªciles de ubicar, llegan los tiros. Y siete minutos despu¨¦s, se cruza a lo lejos un cabirol: Sergi pega un brinco y arma el brazo y apunta con su visor de punto rojo¡ Baja el rifle: ¡°Demasiado r¨¢pido y bastante lejos; adem¨¢s, es hembra y hay veto¡±. Empiezan las maldiciones: cinco perros persiguen al animal. ¡°?Ahora se olvidar¨¢n del rastro del jabal¨ª!¡±, lamenta retransmitiendo una persecuci¨®n donde yo no distingo m¨¢s que monta?a.
Hemos tardado una hora en llegar arriba, donde el tirador. ¡°Una de las balas pet¨® entre sus patas; cre¨ª haberle dado¡±, dice. Parece que el animal (¡°macho, 80-90 kilos¡±) ha hecho una maniobra extra?a, como un rizo, traduce Sergi. ¡°Los jabal¨ªs son m¨¢s listos que nosotros; nos ponemos por donde creemos que pasar¨¢n, como han hecho otras veces, pero este¡¡±. Es ya mediod¨ªa; la jornada pinta mal. Sergi propone seguir con el tobog¨¢n vegetal y saltar a la l¨ªnea de colinas siguientes¡
No lo digo en voz alta, pero este jabal¨ª empieza a ser nuestro Moby Dick de secano. Sergi sigue su rastro y yo apenas puedo con el suyo, arrastrando las posaderas por el suelo, las manos puro arte abstracto de rasgu?os y vigilando de no agarrarme de los pinos poblados de procesionaria. Le voy perdiendo. Duna, solidaridad canina, aparece de tanto en tanto para cerciorarse de que les sigo: qued¨® colgando toda una noche de una alambrada y se le ve el hueso de una pata trasera; va s¨®lo brincando con tres sobre las zarzas donde yo caer¨¦ zancadilleado. Sergi, majestuoso, antebrazo colgando de su fusil 30-6, quilo y medio m¨¢s de lastre, va como si fuera por el paseo de Gr¨¤cia. Esta temporada lleva un cabirol y tres jabal¨ªs, uno de campeonato: 120 kilos, cerca de La Vilella Baixa. ?Qu¨¦ encuentra en la caza? ¡°Escucha: esta tranquilidad no se paga; desconectas de todo aqu¨ª, no hay nada ni nadie m¨¢s; y luego, la adrenalina del duelo con el animal¡ Con un cabirol, no, pero con un jabal¨ª es distinto: es otra sangre, se planta, ataca a los perros¡¡±. Desde 2002, cuando empez¨®, ha visto morir a dos de sus canes y cada temporada lleva a cuatro o cinco a coser al veterinario.
Casi seis horas despu¨¦s, tropa y generalato se reencuentran. Hab¨ªa rastros, pero no suerte: ?porra! Hay alg¨²n reproche (alguno no estaba en su puesto), lamentos por la oportunidad perdida (¡°se ha de apuntar: puedes estar un mes, o toda una temporada, sin que te vuelva a pasar uno por delante; apenas disparar¨¢s 20 balas al a?o¡±) y puras maldiciones (al Cabr¨¦ junior se le encasquill¨® su especie de Winchester). Los perros retoman el modo origami, excepto Pocholo, que no ha regresado; al caer la tarde, llamar¨¢n de un pueblo cercano: merodea, exhausto, por ah¨ª¡
Quiz¨¢ para combatir frustraci¨®n con a?oranza, Sergi muestra los colmillos de la bestia de 120 kilos y uno, imaginaci¨®n de sof¨¢, muta la dentadura del puerco salvaje por la de la tigresa antrop¨®faga de Champawat: 436 personas hasta que el gran cazador brit¨¢nico Jim Corbett acab¨® con ella en 1907. ¡°Ese jabal¨ª es listo: pas¨® entre nosotros por donde no lo esper¨¢bamos¡±, sigue d¨¢ndole vueltas Sergi, emplazando el duelo al siguiente domingo. Cruza el silencio mi zorro de Madelman.
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