Lecciones de Trump
No es casualidad que se lo haya llevado electoralmente la pandemia. Uno y otra pertenecen a un mismo paquete hist¨®rico en el que se cierra un pasado y se define un futuro del que ignoramos casi todo
No hay que darse prisa. El calibre del acontecimiento exige no precipitarse. Ser¨¢n largas y duraderas las consecuencias. Entretenerse en comparaciones banales tiene poco sentido. Parlamentos asaltados o cercados, unos por las turbas de derechas y otros por las de izquierdas; gobiernos transgresores de la legalidad e incluso insurrectos; pa¨ªses divididos y comunidades pol¨ªticas instaladas en realidades paralelas; democracias degradadas y constituciones vulneradas por quienes hab¨ªan jurado guardarlas, son fen¨®menos que han ocurrido y siguen ocurriendo en todas partes. Hallar las semejanzas tiene tanto valor cognitivo como subrayar las diferencias, y con frecuencia no se hace por motivos decentes de mejorar nuestro conocimiento sino por espurias motivaciones propagand¨ªsticas.
La presidencia trumpista define un momento de cambio. No es casualidad que a Trump se lo haya llevado electoralmente la pandemia. Uno y otra pertenecen a un mismo paquete hist¨®rico en el que se cierra un pasado y se define un futuro del que desconocemos casi todo, una ¨¦poca nueva caracterizada por la incertidumbre. Entender como hemos llegado hasta aqu¨ª es imprescindible para orientarnos. Haremos bien si huimos de la banalidad comparativa e intentamos sacar las lecciones de Trump que nos proporciona una observaci¨®n atenta del fen¨®meno, de sus efectos y de la prueba de tensi¨®n a la que ha sometido a la democracia pretendidamente mod¨¦lica que ha sido Estados Unidos hasta ahora.
La primera lecci¨®n que se puede deducir de esta experiencia, como suele suceder con tantos acontecimientos y personajes pol¨ªticos, es que Trump no es la causa sino el efecto. Trump le sirvi¨® al partido republicano para la tarea excepcional de vencer a Hillary Clinton, quiz¨¢s el mejor curr¨ªculum pol¨ªtico y diplom¨¢tico de todo el establishment de Washington y la primera mujer que pudo alcanzar la Casa Blanca. Tambi¨¦n para revertir el legado progresista de los ocho a?os de Barack Obama. Y sobre todo, para colmar los tribunales de jueces conservadores hasta conseguir en el Supremo una mayor¨ªa imbatible y excepcional de seis votos republicanos frente a tres dem¨®cratas, que marca la distancia m¨¢xima entre la opini¨®n p¨²blica y el poder judicial del ¨²ltimo siglo.
No es la causa sino el efecto: le sirvi¨® al partido republicano para vencer a Hillary Clinton y revertir el legado de Barack Obama
El hecho trascendental es que la persona designada para estas tareas por la derecha estadounidense, la que mejor pudo cumplir con la misi¨®n encomendada, fuera alguien tan deleznable como Donald Trump. Trat¨¢ndose del partido republicano, el arco moral de la historia no tiende hacia la justicia, como reza la frase c¨¦lebre de Martin Luther King, sino hacia la corrupci¨®n, la dictadura y la violencia. As¨ª ha osado Donald Trump declararse a s¨ª mismo sin sonrojarse el mejor presidente de la historia con excepci¨®n de Abraham Lincoln, el peor aprovechando la sombra del mejor.
Trump supera a Sara Palin, que avanz¨® las ideas del Tea Party en las elecciones de 2007. Sara Palin tambi¨¦n supera a George W. Bush, un buen tipo manipulado por los neocons a la vista de los sucesos posteriores a su presidencia. Una excepci¨®n: George W. Bush no es peor que Newt Gingrich, el l¨ªder republicano que intent¨® destituir a Bill Clinton pero ahora ha apoyado a Trump. Pero s¨ª es peor que sus dos predecesores, su padre, George H. W. Bush, para muchos el mejor presidente republicano desde Eisenhower, y que Ronald Reagan, el actor de Hollywood ahora tan respetado por mero contraste, pero en muchos aspectos, junto a Margaret Thatcher, el punto de origen de todos estos males.
El terremoto, por tanto, tiene su epicentro en el partido republicano. Es una deriva de largo aliento, que termina con ¡°una abdicaci¨®n colectiva, la transferencia de la autoridad a un l¨ªder que amenaza a la democracia¡±, seg¨²n han explicado con detalle Steven Levitsky y Daniel Ziblatt (C¨®mo mueren las democracias, Ariel). Esta renuncia de un partido hist¨®rico a su propia alma se debe a ¡°la creencia err¨®nea en que es posible controlar o domar a una persona autoritaria¡± y a la ¡°connivencia ideol¨®gica¡± que permite arrumbar los principios y coincidir con programas impresentables en aras de vencer a la alternativa gracias al partidismo negativo, que se define no por su programa sino por el rechazo al del adversario.
Trump es solo la traca final. No sabemos todav¨ªa si de un fin de fiesta horrible o de una inauguraci¨®n todav¨ªa m¨¢s autoritaria
Levitsky y Ziblatt definen muy bien la personalidad del aut¨®crata, por su ¡°d¨¦bil compromiso con las reglas democr¨¢ticas de juego¡±, su rechazo de toda ¡°legitimidad a los adversarios¡±, su ¡°tolerancia hacia la violencia¡± y su ¡°predisposici¨®n a restringir las libertades civiles de los rivales y de los cr¨ªticos¡±. El aut¨®crata vulnera sistem¨¢ticamente las reglas no escritas de comportamiento liberal, a las que los dos polit¨®logos llaman los guardarra¨ªles de la democracia, pero lo que convierte en peligrosa esta vulneraci¨®n es que sean todos los pol¨ªticos y especialmente los gobernantes los que se instalen en esta actitud destructiva. El primer guardarra¨ªl es la tolerancia mutua, por la que aceptamos que nuestros adversarios tienen derecho a existir, a competir por el poder y a gobernar. El segundo es la contenci¨®n institucional, que aconseja ¡°refrenarse de ejercer un derecho legal¡± ante una decisi¨®n que no se respeta el esp¨ªritu de la ley, aunque atienda a su literalidad.
Todo esto est¨¢ suena muy familiar. El trumpismo viene de lejos pero tambi¨¦n est¨¢ entre nosotros y desde hace muchos a?os. En Catalu?a, claro, pero tambi¨¦n en el conjunto de Espa?a. No lo hubo o fue irrelevante en la transici¨®n. Y si la democracia se degrad¨®, fue porque empezaron a fallar los guardarra¨ªles, de forma que unos y otros alentaron las reacciones autoritarias. A derecha e izquierda. Nacionalistas y antinacionalistas, de un lado y del otro, en favor y en contra de la independencia. Trump es solo la traca final. No sabemos todav¨ªa si de un fin de fiesta horrible o de una inauguraci¨®n todav¨ªa m¨¢s autoritaria.
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