Donald Trump en Catalu?a
La ecuaci¨®n independentista es bien conocida y fue aplicada por el expresidente republicano de Estados Unidos: las elecciones solo ser¨¢n leg¨ªtimas y v¨¢lidas en caso de victoria
Si alguien cre¨ªa que el trumpismo estaba acabado, desde Catalu?a se ha demostrado lo contrario. Los aprendices de Trump han retenido perfectamente la lecci¨®n: las elecciones solo son leg¨ªtimas cuando ganas, al igual que los tribunales solo sentencian con imparcialidad cuando te dan la raz¨®n. En caso contrario, se trata de una conspiraci¨®n secreta o peor todav¨ªa del ¡°estado profundo¡±, el deep State que Trump denunci¨® como una confabulaci¨®n de las elites diplom¨¢ticas, militares, servicios secretos, poderes medi¨¢ticos, para arrebatar el poder democr¨¢tico al pueblo.
El trumpismo no concibe una victoria honesta, y por tanto leg¨ªtima, del adversario. Su derecho a mantenerse en el poder est¨¢ por encima del escrutinio de votos. Hasta el punto de que no tiene explicaci¨®n alguna para el caso de que pueda ser vencido en las urnas. Cuando sucede, es que las elecciones han sido ama?adas, el sistema est¨¢ podrido, alguien ha introducido subrepticiamente millares de votos en las urnas. Como no tiene ninguna prueba, tal como han demostrado todos los tribunales ante los que impugn¨® los resultados y todas las revisiones y recuentos, es obligado que sean los dem¨®cratas quienes prueben que no ha habido trampa.
En nuestro caso la jugada es todav¨ªa m¨¢s f¨¢cil. El derecho a la victoria y al gobierno forma parte de la identidad del nacionalismo, sea el derechista y a veces ultra de Puigdemont, sea el nominalmente izquierdista de Junqueras. Si ocurriera lo contrario, ser¨ªa resultado de la peor manipulaci¨®n, asimilable a la aplicaci¨®n del art¨ªculo 155, una operaci¨®n de Estado.
La evocaci¨®n del 155, art¨ªculo de suspensi¨®n provisional y parcial del autogobierno, se ha convertido en un espantajo. Lo aplic¨® Rajoy, record¨¦moslo bien, para convocar unas elecciones que permitieron formar gobierno de nuevo a los nacionalistas. Lo hizo despu¨¦s de que Puigdemont proclamara la independencia y abandonara sus responsabilidades de gobernante. Quienes mostraron su acuerdo con tal medida, que dur¨® tanto tiempo, siete largos meses, como tardaron los nacionalistas en ponerse de acuerdo para gobernar de nuevo, quedaron estigmatizados como enemigos de Catalu?a por el infantilismo nacionalista.
Es cierto que el autogobierno se ha degradado extraordinariamente desde entonces, pero no por efecto de la aplicaci¨®n del 155, sino por los desperfectos provocados por la incompetencia y la impericia de Quim Torra y sus consejeros, que se sumaron a los desperfectos provocados por la estupidez y la temeridad de Puigdemont y los suyos con la declaraci¨®n unilateral de independencia y la huida de capitales y empresas, despavoridos ante tanta insensatez.
Si algo ha demostrado en estos diez a?os lamentables, desde que Artur Mas puso rumbo al Pa¨ªs de Nunca Jam¨¢s, es la ineptitud del independentismo: inepto para hacer la independencia, inepto para gobernar la autonom¨ªa e inepto para salir del laberinto en el que ¨¦l solo ha elegido perderse. Incapaz de fraguar pactos y compromisos entre las fuerzas independentistas, tampoco lo ha sido para organizar la convocatoria de elecciones, como nos recuerdan los doce meses transcurridos desde que anunci¨® el fin de la legislatura, tiempo suficiente para modificar la legislaci¨®n, para preparar unos comicios en pandemia, como los han organizado infinidad de pa¨ªses, o al menos para evitar un relajamiento ante el virus que complicara las elecciones.
Y as¨ª hasta llegar con el ¨²ltimo episodio de tan colosal inepcia como ha sido la chapuza jur¨ªdica y pol¨ªtica del decreto de aplazamiento sine die de las elecciones del 14 de febrero, s¨²bitamente suspendidas ante la reacci¨®n de p¨¢nico suscitada por las encuestas electorales favorables al PSC. No han sabido hacer bien las cosas, pero tampoco se lo han propuesto. Est¨¢ claro que todo este pu?ado de in¨²tiles dirigentes ten¨ªa la cabeza en otras cosas, en sus quimeras imposibles, en su complejo de v¨ªctimas, en sus ensue?os de grandezas imaginarias. Ineptos y perezosos.
Como el perro del hortelano, que ni com¨ªa ni dejaba comer, el independentismo no sabe gobernar pero est¨¢ aterrado ante la posibilidad, bien lejana seg¨²n mi percepci¨®n, de que sean otros los que gobiernen. Tiembla solo pensar en los sueldos, las subvenciones, el control de los medios, el denostado poder auton¨®mico proporcionado por la Constituci¨®n mon¨¢rquica, en definitiva todo lo que podr¨ªa perder si los ciudadanos les castigan como se merecen.
Al 155 solo le faltaba la invenci¨®n de la Operaci¨®n de Estado, la gran conjura de jueces, fiscales y pol¨ªticos para evitar que el independentismo permanezca en el poder, denunciada por Pere Aragon¨¨s, el candidato a presidente que no ha sido capaz de ejercer cuando pod¨ªa. Estos trumpismos puede que convenzan a los ya convencidos, como sucedi¨® en EE UU con los 74 millones de votos cosechados por Trump. Pero a?aden dosis de desconfianza en quienes no lo est¨¢n del todo o est¨¢n convencidos de lo contrario, dentro y fuera de Catalu?a, y este es el mayor inconsciente desperfecto que convoca el trumpismo con sus mentiras, hasta el punto de que sus efectos no da?an tan solo a quienes lo practican si no que revierte en perjuicio de todos, que en este caso son los catalanes en su conjunto.
Quien utiliza estos argumentos, en una regresi¨®n al mundo de las realidades paralelas imaginadas en plena fiebre secesionista, no se dan cuenta que juegan con su credibilidad como agentes pol¨ªticos fiables y pierden a ojos vista la autoridad que necesitar¨¢n en el futuro para los inevitables pactos que les sacaran del hoyo en el que se han metido. Y en esta pulsi¨®n trumpista las diferencias entre Puigdemont y Junqueras son imperceptibles.
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