Un bar que es dulce hogar
El Gi-Gi, en Quart, (Girona) ejemplifica la simplicidad de las barras que dan sosiego sin pretensiones. Para muchos, adem¨¢s, una extensi¨®n de su casa
No ten¨ªa ni idea de qui¨¦n era Jeffrey Bernard hasta que me top¨¦ con ¨¦l en el cap¨ªtulo que Enric Gonz¨¢lez dedica a pubs y bares en Historias de Londres. Se ve que el tal Bernard ejerc¨ªa de agudo columnista en The Spectator, pero a m¨ª, m¨¢s que las referencias a su sagaz escritura, lo que me impresion¨® de ¨¦l es la leyenda que le atribuye la ingesta de una botella de Veuve Cliquot diaria, a modo de desayuno. Gonz¨¢lez cuenta que cuando el gobierno brit¨¢nico decidi¨® permitir la entrada de menores en los pubs, Bernard se encabrit¨® y escribi¨® un texto donde refer¨ªa que ¡°los pubs nunca fueron lugar de entretenimiento familiar¡±.
Tengo la convicci¨®n de que muchos de los que fuimos a EGB crecimos dando por buena la doctrina Bernard. El bar no era lugar para ni?os. Si acaso, un helado a la sombra de una terraza o alg¨²n refresco en el verm¨² del domingo. Pero, penetrar en las interioridades de un bar solo era posible cuando el abuelo te daba veinte duros para que le fueras a buscar un paquete de Ducados.
Adiestrado con semejante recato, acudir de visita a la casa de los parientes de Quart supon¨ªa poder cruzar la puerta del lado prohibido, con un salvoconducto. La vivienda de la t¨ªa Victoria y de su marido Pere siempre estuvo pegada al negocio familiar, un bar. Entrar al Gi-Gi era una aventura infantil fascinante. Cruzando una nube de humo, se llegaba a unas bolas de cristal, coronadas por una tapa enroscada, siempre rebosantes de piruletas, chicles y golosinas. A un lado, el estante con las patatas fritas y, justo enfrente, el congelador con los helados. Como para montarse un pisito en ese rinc¨®n. Mis primos Francesc y Gerard se criaron conviviendo con la tentaci¨®n. Sensiblemente mayores que yo, verlos implicaba activar una grabadora mental, no me fuera a perder detalle de los que parec¨ªan los temas m¨¢s importantes de la vida. Es decir, f¨²tbol y motos. Eran unos mocosos y se mov¨ªan con ma?a detr¨¢s de la barra. Pere petit, les llamaban algunos clientes. Para muchos de los asiduos, el Gi-Gi ha sido como una extensi¨®n de su casa. ¡°El papa trabaja aqu¨ª¡± soltaba la hija peque?a de un habitual, cuando pasaba por delante del bar.
Comer en casa de la t¨ªa Victoria fue, durante a?os, un rito semanal. Pese a que los men¨²s siempre parec¨ªan gustosos, la comida era casi lo de menos. Lo que llenaba de verdad era compartir ese rato con ellos. Con ellos y con quien se presentara por ah¨ª, porque la cocina de la casa estaba separada del bar por una puerta que, por lo que fuera, debieron de construir con un material invisible. No era infrecuente que se colara alg¨²n cliente para merodear la mesa y solicitar algo. Lo que fuera. Desde un caf¨¦ a una llave inglesa.
Crujientes bocadillos de palmo
A?o de fundaci¨®n: 1943. Can Ginesta era inicialmente un colmado.
Propietario: Francesc Gibert.
Recomendaciones: Las tapas de boquerones y los callos. Los crujientes bocadillos de palmo y el caf¨¦.
Mejor momento: Desayuno o verm¨².
En esa misma cocina se han horneado unas cuantas cenas familiares de Nochevieja. Ser un clan numeroso implica la necesidad de encontrar un espacio holgado. En el comedor del bar, junto a la chimenea, se tom¨® la que fue la ¨²ltima foto de todos los primos con nuestra yaya. Los buenos ratos en el Gi-Gi no son exclusivos de los que compartimos apellido. Ah¨ª se han celebrado juergas, t¨ªtulos futboleros, jubilaciones, despedidas y cumplea?os, y se ha llenado hasta la bandera por la fiesta mayor y con la desaparecida Festa de la Terrissa.
El local original, a pie de la carretera que va hacia Sant Feliu de Gu¨ªxols, fue idea de los padres de mi t¨ªo. Al se?or Pere no lo conoc¨ª, pero a la se?ora Maria la recuerdo siempre faenando, al pie del ca?¨®n. El negocio, entonces conocido como Can Ginesta, cumpl¨ªa tambi¨¦n las funciones de colmado y no cerraba nunca, si acaso un rato los martes, un descanso semanal que se conserva. Mis t¨ªos dieron al garito una remodelaci¨®n, y m¨¢s recientemente, ya con Francesc al mando, la evoluci¨®n ha continuado. ¡°Tampoco mucho, porque este es un local de cliente fiel, con sus costumbres¡±, dice el primo. Recuerda que, tras jubilarse su padre, las comparaciones de los parroquianos eran recurrentes: ¡°que si ¨¦l hac¨ªa los bocadillos o los caf¨¦s de tal manera, o que si cerraba m¨¢s tarde¡±. Cierto, el horario ha cambiado. ¡°Antes se aguantaba abierto hasta m¨¢s tarde¡±, indica Francesc. Una nocturnidad que ha modulado y que, junto con su pareja, querr¨ªan seguir reformando. ¡°Con Eli hemos hablado de potenciar los desayunos de cuchara y cerrar a media tarde, para tener m¨¢s tiempo para nosotros y los ni?os¡±. Una prole a la que Francesc quiere lejos de la barra: ¡°yo me lo paso bien, pero esto es muy esclavo¡±, razona.
Los cruasanes, ca?as y bocadillos del desayuno se complementan con sabrosas tapas de anchoas, callos y boquerones. Si hay m¨¢s hambre, solo es menester andar unos pasos. Al lado del bar, Gerard despacha men¨²s de rechupete en Quart Plat, su negocio de comida a domicilio.
Francesc cuenta que la pandemia afect¨® al Gi-Gi, pero resiste con unos cuantos rasgu?os. ¡°Suerte que el local es de propiedad, quien tiene que pagar alquileres lo ha pasado mal¡±. Luego, los clientes no han fallado. Algunos, nunca. En el pueblo se recuerda la imagen de un grupo veterano que se sol¨ªa reunir en el bar para jugar a cartas. Repet¨ªan el ritual incluso cuando el Gi-Gi cerraba por vacaciones. Habilitaban una mesa en la acera, delante del bar. De su bar.
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