Regalar ¡®best-sellers¡¯
Nunca leer¨¦ todos los libros que quiero leer. Mucho menos leer¨¦ todos los que creo que debo leer. Qu¨¦ horror. Qu¨¦ culpa. Qu¨¦ pereza, entonces, tener que escoger, e intentar acertar, qu¨¦ leer y qu¨¦ no
Una empieza a leer Sobre la lectura de Proust y acaba fascinada por la dicotom¨ªa entre De los tesoros de los reyes y De los jardines de las reinas de Ruskin sin acabar, jam¨¢s, por mucho que lo intente, una y otra vez, ese texto que ven¨ªa a ser, de hecho, un antojo ante el gusto que s¨®lo ofrece la literatura, su lectura, su poder de constelaci¨®n. Citando la introducci¨®n a Sobre la lectura de Mauro Armi?o, tambi¨¦n su traductor, publicado y editado por C¨¢tedra en 2015, ¡°De los tesoros de los reyes es una conferencia con la que Ruskin apoy¨® la financiaci¨®n de una biblioteca, es un canto a la lectura como arma pol¨ªtica de las clases humildes, que tendr¨¢n en ella una posibilidad de ascenso social. Una clase pr¨¢ctica sobre la utilidad de la lectura, c¨®mo elegir y leer los libros, y convierte la educaci¨®n en panacea para luchar contra el capitalismo¡±, mientras que De los jardines de las reinas es una segunda conferencia en la que el mismo autor ¡°diserta sobre las lecturas m¨¢s apropiadas para las mujeres y, especialmente, para las j¨®venes, a las que los libros preparan para su papel tradicional: reinas del hogar¡±.
El leer es un lugar y un tiempo durante el que podemos, por un rato, suspender la identidad
Los trazos imaginarios que se establecen entre las lecturas a lo largo de la vida van y vienen, se afianzan, se desmoronan, cambian, vuelven. Tambi¨¦n se olvidan tanto como se descubren. As¨ª que una empieza en Proust y acaba en Ruskin. Una puede querer, simplemente, deleitarse con el sentido universal de la lectura y acabar encontr¨¢ndose a reyes y reinas que tienen tesoros y jardines respectivamente, y lecturas correctas y respectivas, y, c¨®mo no, identific¨¢ndose o posicion¨¢ndose. Pero m¨¢s all¨¢ de la identificaci¨®n o el posicionamiento, o incluso de ambas, m¨¢s all¨¢ de un posible juicio sobre el texto, la literatura ofrece, simplemente, ser le¨ªda. Y el leer es un lugar y un tiempo que, aunque sensible a nuestros lugares y a nuestros tiempos, cotidianos y mundanos, actuales, permite aquello que podr¨ªamos llamar ¡°distanciamiento¡± entendiendo la distancia no como una mera diferencia entre unas cosas y otras, sino como una especie de alejamiento, de desv¨ªo, de desafecto durante el que podemos, por un rato, suspender la identidad.
Pensar la literatura como un mundo de mundos conectados o por conectar mediante sus lecturas y sus relecturas acarrea el p¨¢nico de asumir la imposibilidad de poseer y habitar, sin excepci¨®n, todos esos tesoros y jardines infinitos. Nunca leer¨¦ todos los libros que quiero leer. Mucho menos leer¨¦ todos los que creo que debo leer. Qu¨¦ horror. Qu¨¦ culpa. Qu¨¦ pereza, entonces, tener que escoger, e intentar acertar, qu¨¦ leer y qu¨¦ no. Sin embargo, la realeza del lector no brilla por sus lecturas, cu¨¢les y cu¨¢ntas, brilla por la capacidad y la pasi¨®n que tiene y siente hacia ellas. Da igual lo que lea, si el lector siente necesidad de hablar de ello: he aqu¨ª uno de los m¨²ltiples encuentros que ofrece la literatura, hablar de lo le¨ªdo. Hay lectores empedernidos de todo tipo, con nulo o todo tipo de gustos, con nulo o todo tipo de conocimiento sobre lo literario, leyendo en papel o en pdf. Todos los que he conocido hablan de lo le¨ªdo: reyes y reinas hablando de tesoros y jardines de aqu¨ª y de all¨¢, de hoy y de ayer, propios y ajenos. ¡°Deseo hablaros de los tesoros ocultos en los libros, y sobre el modo de encontrarlos y el modo de perderlos¡±, escribe Ruskin.
En su discurso de graduaci¨®n en Estudis Literaris por la Universitat de Barcelona, mi amigo David Aguilar, citando a Michel de Certeau, habl¨® de c¨®mo la lectura, como el andar o el cocinar, es una pr¨¢ctica que no puede ser nunca del todo controlada, es decir, que siempre conserva, a pesar de todo, un remanente de libertad. Leer, andar, cocinar: labores propias de una reina del hogar. De nuevo, ese reconocimiento s¨²bito que s¨®lo hallo en la literariedad de un texto le¨ªdo o dicho, ese descubrimiento de asociaci¨®n, casi de afiliaci¨®n, esa met¨¢fora tan sem¨¢ntica y sint¨¢ctica como po¨¦tica, que encuadra. De nuevo, la curiosidad por la lectura y las lecturas de los otros. Una no lee sola, lee en com¨²n: para con la historia, para con una misma y los dem¨¢s. Para con ella, los otros que tambi¨¦n han le¨ªdo, los hombres. De nuevo, ese miedo a no abarcar. ?C¨®mo escoger? ?C¨®mo leer?
Me gustar¨ªa, para luego leerlo, escribir sobre una reina del hogar dedicada ¨²nica y exclusivamente a las joyas y a las flores, desbordando tesoros y jardines. Cocinando sofritos y regalando best-sellers. Como El pintor de la vida moderna de Charles Baudelaire, La rosa de Versalles de Ryoko Ikeda o Mirall trencat de Merc¨¨ Rodoreda.
Juana Dolores Romero Casanova es escritora y actriz
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