David Ballester, historiador: ¡°Las v¨ªctimas de la polic¨ªa durante la Transici¨®n han sido olvidadas¡±
¡°El Estado no depur¨® a los agentes de la dictadura y mantuvo sus m¨¦todos¡±, afirma el investigador


El historiador David Ballester (Barcelona, 1960) guarda en su casa botes de humo, balas de goma y proyectiles como ¡°souvenir¡± de cuando era ¡°un estudiante que corr¨ªa delante de los grises por el Eixample¡±. Desde que la vivi¨® en primera persona, la violencia policial le ha obsesionado y le ha cautivado como investigador, porque es un campo ¡°hu¨¦rfano de trabajos rigurosos¡±. O lo era. Ballester, doctor en Historia Contempor¨¢nea por la Universitat Aut¨°noma de Barcelona, ha pretendido remediar ese vac¨ªo con Las otras v¨ªctimas. Violencia policial durante la Transici¨®n (1975-1982), un trabajo tit¨¢nico que, por primera vez, pone nombre, apellidos e historia a un total de 134 muertos olvidados. No ha sido f¨¢cil por la limitaci¨®n de acceso a los archivos (atestados policiales, expedientes penitenciarios), pero queda una obra que, seg¨²n dijo el secretario de Estado de Memoria Democr¨¢tica, Fernando Mart¨ªnez L¨®pez, es ¡°valios¨ªsima para esclarecer y buscar f¨®rmulas de resarcimiento¡± a las v¨ªctimas, tal como prev¨¦ la Ley de Memoria Democr¨¢tica recientemente aprobada en el Congreso.
Pregunta. Con todo lo que se ha publicado sobre la Transici¨®n, ?no le sorprende que un asunto como el de la violencia institucional haya ca¨ªdo casi en el olvido?
Respuesta. No, porque a¨²n hay una opini¨®n mayoritaria en el sentido de que la Transici¨®n fue un periodo ejemplar y, por tanto, pac¨ªfico. Era necesario hacer una lista rigurosa de las v¨ªctimas de violencia policial. Y fijar una metodolog¨ªa que pueda utilizarse en el futuro.
P. Pero esa visi¨®n de la Transici¨®n modelo, ?no ha sido ya cuestionada?
R. Hay un sector pol¨ªtico y social que discute esa versi¨®n edulcorada, pero no es hegem¨®nico. Y las cifras son expl¨ªcitas: la violencia policial fue un componente esencial de la Transici¨®n. El Estado no depur¨® a los polic¨ªas de la dictadura y mantuvo sus m¨¦todos, lo que dej¨® en esos a?os 134 muertos, o sea uno cada 19 d¨ªas. Esas v¨ªctimas han sido las m¨¢s olvidadas.
P. ?Qui¨¦nes eran?
R. La mayor¨ªa eran ciudadanos an¨®nimos, v¨ªctimas de una brutalidad que era la norma de actuaci¨®n. Pasaron sin pena ni gloria y quedaron olvidados en un rinc¨®n oscuro de la historia. Hab¨ªa que rescatarlas, ponerles nombre y apellidos.
P. En el libro afirma, tal vez de forma contraintuitiva, que, durante esos a?os de efervescencia pol¨ªtica, curiosamente la mayor¨ªa de v¨ªctimas no lo fueron por motivos pol¨ªticos, sino que eran personas que pasaban por all¨ª, v¨ªctimas colaterales¡
R. S¨ª. La mayor¨ªa eran v¨ªctimas de lo que llamo el gatillo f¨¢cil civil: ciudadanos que mor¨ªan en controles de carretera o cuando se les intentaba identificar o detener. Una parte importante mor¨ªa a manos de polic¨ªas fuera de servicio, que usaban su arma con total impunidad: en discotecas o bares a altas horas de la noche o en discusiones entre vecinos. Era una violencia arbitraria. Incluso, en los 38 muertos en la represi¨®n de manifestaciones, una cuarta parte era solo gente que pasaba por all¨ª.
P. Habla de la impunidad como un ingrediente esencial de la violencia.
R. Hab¨ªa una cobertura, un paraguas protector del Estado. Si los agentes se extralimitaban en su trabajo, las condenas eran inexistentes o m¨ªnimas, y se financiaba a sus familias con fondos reservados de forma vergonzante.
P. ?Hasta d¨®nde llega esa herencia de la dictadura?
R. La sombra es alargada. Muchos defectos que a¨²n tiene la polic¨ªa proceden de la mala gesti¨®n en el tr¨¢nsito a la democracia. Incluso las polic¨ªas auton¨®micas, como Mossos o Ertzaintza, han heredado tics que se criticaban de los cuerpos estatales, como el corporativismo o el cierre de filas. La polic¨ªa sigue sin ser un reflejo de la ciudadan¨ªa.
P. Hay quien sostiene que son v¨ªctimas de terrorismo de Estado. ?Cu¨¢l es su posici¨®n?
R. Ciertos colectivos memorial¨ªsticos as¨ª lo creen, pero yo pienso que ese concepto se ha de reservar para otras actuaciones, como los GAL. En la Transici¨®n hubo una violencia institucional que a los gobernantes les preocup¨® m¨¢s bien poco limitar. De ah¨ª a decir que hab¨ªa un plan orquestado para aplicar la violencia, media un abismo. No he encontrado ning¨²n documento que apunte en esa direcci¨®n.
P. En el libro cuenta casos que ponen la piel de gallina, pero son hechos que empiezan a declinar en 1982. Las escenas descritas, sin embargo, no son muy distintas a las que vemos a¨²n hoy en Estados Unidos. ?Qu¨¦ piensa?
R. Que son pr¨¢cticas policiales muy distintas. En Espa?a, a partir de 1982, con la llegada de los socialistas, se implantaron medidas para limitar el uso de armas, lo que provoc¨® una ca¨ªda sostenida de las v¨ªctimas. En Estados Unidos, los polic¨ªas usan las armas en contextos que en Europa ser¨ªan impensables.
P. El secretario de Estado cit¨® su libro como gu¨ªa para aplicar en todos sus t¨¦rminos la Ley de Memoria Democr¨¢tica aprobada en el Congreso. ?Qu¨¦ le parece la ley?
R. Coincido con ¨¦l en que hab¨ªa que aprobarla ya porque el fascismo est¨¢ llegando a las instituciones. Pero tiene sus fallos y habr¨¢ que ver c¨®mo se aplica. Lo que deber¨ªa avergonzarnos es discutir estos temas en 2022¡
P. La ley, que a¨²n ha de pasar por el Senado, alcanza hasta 1978, aunque incluye una disposici¨®n adicional para que se estudien ¡°posibles vulneraciones de derechos¡± hasta 1983. Y contempla la creaci¨®n de una comisi¨®n t¨¦cnica que indague ¡°posibles v¨ªas de reconocimiento y reparaci¨®n¡± a las v¨ªctimas.
R. Rescatar a esas v¨ªctimas, que son las que cuento en el libro, deber¨ªa ser una cuesti¨®n de Estado. Es evidente que debe haber una pol¨ªtica de reparaci¨®n, aunque lo que menos preocupa a los familiares es el tema econ¨®mico.
P. Para su investigaci¨®n ha hablado con los familiares de los fallecidos, ?qu¨¦ le transmiten?
R. Que el dinero es lo de menos y que es un tema de dignidad. Quieren ser equiparados a las v¨ªctimas de terrorismo, aunque no tengan esa consideraci¨®n. Y es justo, porque si las compensaciones son distintas, estar¨ªamos ante v¨ªctimas de primera y de segunda. La respuesta indemnizatoria del Estado deber¨ªa ser la misma.
P. En algunos casos, los de perfil m¨¢s activista, la memoria se ha mantenido viva. Pero la mayor¨ªa de v¨ªctimas, como usted dice, cay¨® en el olvido. ?Las familias callaron por miedo, por falta de recursos, porque sab¨ªan que no llevar¨ªa a ning¨²n sitio?
R. En el contexto de la Transici¨®n, tener un muerto a manos de la polic¨ªa era un plato de muy mala digesti¨®n. En algunos casos hubo incluso problemas para recuperar el cad¨¢ver o para celebrar el entierro. La polic¨ªa daba miedo. Y las familias quedaron desamparadas, sin apoyos. Nadie se acerc¨® a ellas para preguntarles ¡°?qu¨¦ os han hecho?¡±
P. Su obra es tambi¨¦n una base de datos, con fichas detalladas de cada una de las 134 v¨ªctimas...
R. Creo que puede servir para llegar a esas personas con la voluntad de localizarlas y hacerles ver que fueron v¨ªctimas injustas de un exceso policial y que tienen derechos. No hay que esperar a que el ciudadano reclame, el Estado ha de ir a buscar a las v¨ªctimas.
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