El futuro pret¨¦rito del PP valenciano
La operaci¨®n por control remoto para renovar el liderazgo retrasa el reloj del partido unos 30 a?os
Los pasos que el PP valenciano da hacia adelante despu¨¦s de la debacle de 2015 le arrastran hacia atr¨¢s. El rumbo hacia un supuesto futuro le devuelve a un indudable pasado. No sabr¨ªa decir si ese estado est¨¢ en el territorio de la paradoja o del ox¨ªmoron (quiz¨¢ fuera necesaria la mano del doctor Cavadas para cortar lonchas tan finas). En cualquier caso, esa es la trayectoria que describe la operaci¨®n en marcha para renovar su fatigado cartel. No (re)funda sobre los escombros, los reconstruye con la misma regla. La arquitectura corre a cuenta de su matriz (lo que todav¨ªa se conoce como G¨¦nova), que sigue dominando por control remoto desde Madrid los pasos de este proceso, retrasando el reloj unos 30 a?os. Y con ello, negando potestad y capacidad a su organizaci¨®n en la Comunidad Valenciana para resolver sus asuntos sobre el terreno, la proximidad y la igualdad de oportunidades.
El estilo y la indiferencia abrasiva con los que G¨¦nova aparta y castiga a Isabel Bonig (la ya apenas l¨ªder de los populares valencianos) desentierra el trance que sufri¨® en la primera mitad de los noventa Pedro Agamunt, entonces l¨ªder de la derecha ind¨ªgena. El m¨¦todo persiste, desenmascara la pantomima de las primarias, se vuelve identidad y lanza el aviso de que por encima del teatrillo regional hay una inapelable infraestructura de distribuci¨®n de decisiones sin m¨¢s margen que el acatamiento. Lo de ahora moderniza lo de antes. Lo de antes envejece lo de ahora: el pasado es el futuro. Con las salvedades que corresponda hacer. Y la primera, que con Agramunt el partido estaba en fase ascendente (no estaban en juego los resultados), como se demostr¨® en 1993 cuando se puso por delante del PSPV en las elecciones generales.
No es la situaci¨®n que vive ahora el partido con Bonig, cuya prioridad, desde hace seis a?os, ha sido tratar de aguantar los cascotes en pie para evitar una sepultura por derrumbe. Tampoco la derecha ahora es un bloque gran¨ªtico (el vigor de Uni¨®n Valenciana en aquel momento era supracomarcal o, siendo generosos, provincial). La vida ha transcurrido, no obstante, y el escenario se mueve sin parar e interact¨²a con la obra que sobre ¨¦l se representa. Pero lo sustancial es que el liderazgo de los populares, ahora como entonces, no surge de abajo a arriba (como ser¨ªa natural y contempor¨¢neo), ni si quiera en horizontal, sino en verticalidad inversa, es decir, de Madrid a la Comunidad Valenciana. Con todo el maquillaje que se quiera embadurnar la pr¨®xima representaci¨®n congresual.
Agramunt, como ahora Bonig, tambi¨¦n fue tumbado desde arriba, si bien con los empujones del sombr¨ªo or¨¢culo medi¨¢tico de abajo. Cay¨® para dejar pista a ¡°un pol¨ªtico kennedyano¡±, que fue el primer envoltorio con el que se reboz¨® a Eduardo Zaplana, quien hab¨ªa llegado al Ayuntamiento de Benidorm mediante una transacci¨®n con una concejal socialista (ocultada mientras tanto en el hotel de un casino en el que era directivo alguien que luego ser¨ªa consejero y m¨¢s cosas). A Agramunt no le vali¨® de nada haber pilotado el resurgimiento de la alternativa a los socialistas desde las organizaciones patronales que presid¨ªa (la gloriosa cumbre de Orihuela) ni dejar la Generalitat al alcance. A partir de ah¨ª entr¨® en el carril de desaceleraci¨®n, marcando un itinerario cuyo destino principal era el ¨¢rea de descanso del Senado (o lo que don Emilio Attard designaba como ¡°un cine de reestreno¡±.
Pablo Casado ya ha arrastrado a Bonig a ese mismo callej¨®n para colocar al frente del PP valenciano al actual presidente de la Diputaci¨®n de Alicante, Carlos Maz¨®n (?otro pol¨ªtico kennedyano?), a quien Zaplana encauz¨® en los cargos p¨²blicos y que, como un clon sustanciado y amamantado en el caldo primordial de la Administraci¨®n, imit¨® a su mentor en el moh¨ªn, el verbo y el atav¨ªo. Incluso sigue sus pasos incitando mociones de censura con tr¨¢nsfugas para recuperar alcald¨ªas para su causa (?hasta d¨®nde llevar¨¢ el calco?). Pero Zaplana ten¨ªa expedito el camino hacia la Generalitat, una perspectiva que lo clavaba sobre el pedestal org¨¢nico. Maz¨®n no lo tiene (tampoco Casado) y de momento estar¨¢ pegado con saliva sobre un envite, trabado con Murcia y G¨¦nova, al albur de que las auton¨®micas de Madrid propicien un cambio de ciclo en Espa?a y la onda expansiva lo lleve en andas al Palau de la Generalitat.
Si no sucede, la decepci¨®n avivar¨¢ una ambiciosa generaci¨®n de j¨®venes sin inc¨®modas mochilas dispuestos a arrollarlo. Pero eso es el futuro y ahora vamos hacia el pasado. Y ah¨ª surge Francisco Camps como De entre los muertos (Hitchcock) para reclamar desde la banda un papel en el escenario. Para se?alarse el torso de la camiseta con los pulgares celebrando un resultado en la recta final de un purgatorio cuyo desenlace a¨²n no est¨¢ escrito. Para exigir la indemnizaci¨®n por su martirio y su hornacina en el santoral. Para exhibir la pulcritud de sus mortajas e hinchar la s¨¢bana espectral con el hiperb¨®lico bulto de mun¨ªcipe hibridado por el Marqu¨¦s de Campo y Rita Barber¨¢. Para echar una mano en el t¨²nel del tiempo y devolvernos, solapado en el glamur de su ensue?o, el tufo de lo que se coc¨ªa en la trastienda de los entornos que presid¨ªa, mientras el nuevo delf¨ªn aprend¨ªa sus primeros chapuzones en las embarradas aguas de Brugal y el estanque efervescente del empresario que tuvo a los populares alicantinos en el bolsillo (Enrique Ortiz).
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