Por el derecho a la pereza y a la desconexi¨®n
Ni siquiera por estas latitudes mediterr¨¢neas y amables, tantas veces olvidadas e ignoradas desde los adentros de la M-30, parecemos darnos cuenta del ritmo fren¨¦tico que llevamos
Hace ya meses, muchos meses, de aquella maldita pandemia. ?Os acord¨¢is? Habl¨¢bamos de que, por fin, pod¨ªamos parar un tiempito. Los meses del confinamiento fueron meses de tomar cervezas por Skype, de cocinar recetas que hab¨ªamos visto a Argui?ano o en Tik Tok pero nunca nos hab¨ªamos atrevido a cocinar, de los ejercicios de Patry Jord¨¢n¡ Pero tambi¨¦n fueron tiempos de tener aquellas conversaciones profundas que llev¨¢bamos meses aparcando y de leer algunos de aquellos libros que hab¨ªamos amontonado en nuestras estanter¨ªas.
Recuerdo que, antes de que comenzase el confinamiento, una de las ¨²ltimas cosas que hice (y no s¨¦ si de manera casi premonitoria) fue ir a la librer¨ªa Berl¨ªn, mi librer¨ªa de confianza en Valencia, y hacerme con Derecho a la pereza, de Paul Lafargue. Lo hab¨ªa le¨ªdo recomendado en un art¨ªculo y no pude resistir la tentaci¨®n de comprarlo. Resulta que Lafargue era el yerno del mism¨ªsimo Karl Marx, y se atrev¨ªa a proclamar sin aspavientos (?y hace m¨¢s de cien a?os!) que ya era hora de que el ser humano ¡°se obligue a no trabajar m¨¢s de tres horas diarias, holgazaneando y gozando del resto del d¨ªa y de la noche¡±.
Por aquel entonces, ven¨ªa de realizar una beca de estudios en Argentina, donde hab¨ªa descubierto que no hab¨ªa nada de malo en tomarme mi tiempo cuando lo necesitaba. All¨ª, a nuestra excelsa siesta post-comida (que frena durante un buen rato la actividad de comercios y bares), se suma el maravilloso ritual de preparar unos mates mientras ¡°arrancas¡± por las ma?anas. As¨ª lo sol¨ªa llamar mi buen amigo uruguayo Franco, que fue quien me introdujo en el noble arte del mate. Todav¨ªa mantenemos el contacto y, cuando le pregunto c¨®mo le va por su campito uruguayo, siempre me responde con una foto de su mate: ¡°Aqu¨ª andamos, arrancando¡±, me dice.
En los tiempos del confinamiento aplaudimos a los trabajadores esenciales, nos licenciamos cum laude en la imperial disciplina de la procrastinaci¨®n y nos prometimos a nosotros mismos que la pandemia nos har¨ªa una sociedad mejor. Nada m¨¢s lejos de la realidad, aqu¨ª estamos de nuevo, devorados por nuestros tel¨¦fonos m¨®viles. Unos dispositivos que, como apunta el certero soci¨®logo Jorge Moruno, son ¡°la nueva cadena de montaje, que te conecta al trabajo las 24 horas al d¨ªa y te sit¨²a siempre en una posible oficina¡±. As¨ª, la frontera entre el ocio y el trabajo se difumina, y la mayor¨ªa de nosotros vivimos con esa extra?a sensaci¨®n de estar atrapados dentro de nuestra jornada laboral. Es nuestro particular d¨ªa de la marmota.
Ni siquiera por estas latitudes mediterr¨¢neas y amables, tantas veces olvidadas e ignoradas desde los adentros de la M-30, parecemos darnos cuenta del ritmo fren¨¦tico que llevamos. Nuestros pol¨ªticos parecen obcecados en impedir la conciliaci¨®n de todos aquellos que vamos tras ellos, y en dejarse todo para julio, como si fuesen repetidores de Bachillerato. Que nada ni nadie nos confunda, y que nunca dejemos de reivindicar lo verdaderamente importante. Como dec¨ªa Lessing, seamos perezosos en todas las cosas, menos en esto de ser perezosos. Que el derecho a la pereza (y a la desconexi¨®n, a?ado), son asuntos demasiado serios.
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