Estamos perdiendo el control de Val¨¨ncia
La ciudad crece sin mesura, llena de nuevos barrios sin personalidad ni alma habitados por las mismas clases medias que tienen que huir del centro porque el alquiler est¨¢ imposible
A veces, sin buscarlo, la realidad nos pasa, simple y llanamente, por encima. Y eso fue lo que me pas¨® el otro d¨ªa. Qui¨¦n me iba a decir a m¨ª que aquel plan de domingo de comprar una cerveza fresquita e ir con una amiga para hablar sobre la vida mientras disfrut¨¢bamos de una de esas puestas de sol ros¨¢ceas y m¨¢gicas de la Malvarrosa iba a acabar as¨ª. Qui¨¦n nos iba a decir que, instantes despu¨¦s de aquellas risas y de aquellas r¨¢fagas de felicidad y de desconexi¨®n tras una semana dura nos esperaba aquel periplo quijotesco y aquella noche de pesadilla en comisar¨ªa. Acababa de hacerse de noche y, al levantarnos de la arena, advertimos de que algo no iba bien. El bolso de mi amiga Eva con todas sus pertenencias y con nuestros tel¨¦fonos m¨®viles ya no estaba all¨ª.
A los pocos minutos, conocimos a Nikita y a Veronica, una pareja joven de rusos a quienes tambi¨¦n hab¨ªan robado sus pertenencias en un descuido. Era su tercer d¨ªa viviendo en Burjassot, tras el infierno burocr¨¢tico para salir de Rusia buscando una vida mejor y, lo que resulta m¨¢s ir¨®nico si cabe, m¨¢s tranquila. Al cabo de un rato, llegamos hasta la comisar¨ªa m¨¢s cercana. ¡°Es lo normal, todos los d¨ªas viene gente a la que le han robado en la Malvarrosa¡±, espet¨® el agente de la Polic¨ªa Nacional, con la misma cara rutinaria del panadero que despacha el pan cada d¨ªa a sus clientes m¨¢s fieles. ¡°Hemos luchado mucho para conseguir los papeles y, al tercer d¨ªa viviendo aqu¨ª, nos han robado casi todo¡±, me explicaba Nikita al borde del llanto.
Hace ya un tiempo que llevo reflexionando sobre esto: Val¨¨ncia se est¨¢ barcelonizando. Cada vez me recuerda m¨¢s a aquella Barcelona en la que viv¨ª all¨¢ por 2021. A aquel barrio de la Sagrada Fam¨ªlia al que nunca consegu¨ª acostumbrarme, en el que me sent¨ªa constantemente parte del atrezzo, del decorado. Un lugar muy agradable para los turistas, lleno de apartamentos tur¨ªsticos y de terrazas divinas, pero inaccesibles para los j¨®venes que viv¨ªamos all¨ª, que encaden¨¢bamos trabajos precarios mientras acab¨¢bamos nuestros estudios. La realidad era aquella: mientras los j¨®venes abarrot¨¢bamos las bocater¨ªas y los kebabs, las terrazas y los lugares bonitos estaban destinados para los turistas.
Y esta es la triste coyuntura que vive Val¨¨ncia: una ciudad al borde de morir de su propio ¨¦xito, de aquellas portadas que la recomendaban como una de las ciudades con mejor calidad de vida del mundo, de aquellos t¨ªtulos pomposos que luc¨ªamos orgullosos mientras los precios sub¨ªan en nuestra cara. Y, mientras tanto, nuestra forma de vida mediterr¨¢nea y nuestra peque?a patria alegre, abierta y amable, muere a golpe de talonario. Lejos queda la polis griega, aquella ciudad mediana, habitable y hecha para la vida en sociedad, y, cada vez m¨¢s cerca, la barbarie de la ciudad-escaparate: vacua, artificial y muerta en vida.
Val¨¨ncia crece y crece sin mesura, llena de nuevos barrios sin personalidad ni alma habitados por las mismas clases medias que tienen que huir del centro porque el alquiler est¨¢ imposible. Una ciudad precaria, donde vivir cada vez es m¨¢s dif¨ªcil, donde los precios no dejan de subir y que cada vez se antoja m¨¢s ingobernable. Una ciudad que, poco a poco, vende sus barrios a franquicias y a grandes fondos de inversi¨®n, mientras la Humanidad agoniza y se pasa de moda, como los pantalones de campana. Es un buen momento para hacer una reflexi¨®n colectiva, desde el amor a nuestro cap i casal, y recuperar el control, el trellat y la alegr¨ªa que nunca debimos dejar que nos arrebatasen.
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