?ltimos y penosos a?os de Gald¨®s
El ¨²ltimo tramo de la vida del escritor estuvo marcado por las dificultades econ¨®micas y los problemas de salud
Los homenajes que recibi¨® en vida, las estatuas que lleg¨® al menos a tocar o atisbar a ver en su neblina de ceguera casi total, no pod¨ªan esconder ni disimular las dificultades econ¨®micas y penalidades que Benito P¨¦rez Gald¨®s sufri¨® en los ¨²ltimos a?os de su vida. Tampoco las ocultaba, ni esgrim¨ªa ante ellas la actitud yerma del caballero espa?ol en ruina, un tipo que supo describir brillante y de manera cruda en sus novelas, como paradigma de la decadencia.
As¨ª trata Espa?a a sus mejores hijos¡ Para poder vivi...
Los homenajes que recibi¨® en vida, las estatuas que lleg¨® al menos a tocar o atisbar a ver en su neblina de ceguera casi total, no pod¨ªan esconder ni disimular las dificultades econ¨®micas y penalidades que Benito P¨¦rez Gald¨®s sufri¨® en los ¨²ltimos a?os de su vida. Tampoco las ocultaba, ni esgrim¨ªa ante ellas la actitud yerma del caballero espa?ol en ruina, un tipo que supo describir brillante y de manera cruda en sus novelas, como paradigma de la decadencia.
As¨ª trata Espa?a a sus mejores hijos¡ Para poder vivir, declar¨® en una entrevista publicada en La Esfera, no le quedaba otra que dictar cuatro o cinco horas al d¨ªa. Una queja que compart¨ªa con amigos como Barrio y Bravo hacia 1915, cinco a?os antes de su muerte: ¡°No puedo, no puedo hacer apenas nada con estos dichosos ojos, que son mis tiranos. Tengo que contentarme con dictar cosas cortas¡±.
Hab¨ªa sido operado de cataratas ya en 1911, sin ¨¦xito. Perdi¨® la visi¨®n del ojo izquierdo. Un a?o despu¨¦s, la intervenci¨®n en el derecho fue un poco mejor. Se libr¨® un tanto del oscurantismo, dec¨ªa. Pero temi¨® haber llegado a perder la conciencia de realidad, con el grado de incertidumbre que para este fot¨®grafo quir¨²rgico de la misma, supon¨ªa.
A todo eso se un¨ªan otros tormentos: neuralgias, reuma y problemas estomacales que alarmaban a su familia cuando le ve¨ªan caminar, inseguro pero terco a la hora de renunciar a sus paseos con bast¨®n o del brazo de sus amigos. Tocado, herido, vapuleado pero firme y en plenas facultades mentales, continu¨® imaginando y trazando obras. Pudo concluir los Episodios Nacionales en 1912 con C¨¢novas, donde describe la ceguera de Tito Liviano con una precisi¨®n escalofriante. La raz¨®n de la sinraz¨®n, t¨ªtulo que pod¨ªa servir de resignado epitafio para un pa¨ªs a la gre?a, como ¨¦ste, fue su ¨²ltima novela, aparecida en 1915. Brujas y demonios dispuestos a imponer el caos en Ursaria, territorio inventado con trazos madrile?os, a expensas de ventajistas malnacidos. Una llamada de atenci¨®n que resulta prof¨¦tica un siglo despu¨¦s. Hoy mismo¡, d¨ªa 2 de octubre de 2020.
En 1916 estrena El taca?o Salom¨®n, tambi¨¦n su ¨²ltima firma en el teatro para culminar una m¨¢s que exitosa carrera en los escenarios y ese mismo a?o publica por entregas en La Esfera las Memorias de un desmemoriado. Va apagando Gald¨®s su actividad en los a?os paralelos a la Gran Guerra europea sin mostrarse en absoluto ajeno al compromiso. Forma parte de la Liga Antigerm¨¢nica. Fue elegido presidente de honor de la misma y firma su manifiesto junto a Antonio Machado, Unamuno, Am¨¦rico Castro o Gumersindo de Azc¨¢rate, entre otros.
Hacia 1918, el escultor V¨ªctor Macho, su nieto postizo, comienza a tallar la obra que inaugurar¨¢n en ese mismo a?o en el Retiro: sentado, manos entrecruzadas y manta sobre las piernas, una imagen hogare?a y cercana, ajena a la ¨¦pica, fiel a la humanidad compasiva del autor. Disfrut¨® del homenaje y se sinti¨® reconocido pero poco quedar¨ªa para su reclusi¨®n definitiva cara a afrontar la muerte.
En marzo de 1919 dicta testamento: su hija Mar¨ªa consta como heredera de sus bienes y cifra en 15.000 pesetas la valoraci¨®n de la biblioteca y sus manuscritos, salvo el de Marianela, que hab¨ªa regalado a su m¨¦dico, el doctor Mara?¨®n y Gloria, que entreg¨® a Tom¨¢s de Lara, seg¨²n comenta Francisco C¨¢novas en su biograf¨ªa. La finca de San Quint¨ªn, en Santander, era su bien m¨¢s preciado: 125.000 pesetas, los derechos de autor fueron tasados en 65.000 y reconoci¨® deudas por valor de 34.325.
En diciembre, casi ninguna fuerza le quedaba para seguir. Tampoco recib¨ªa ya visitas por deseo de la familia y prescripci¨®n del doctor Mara?¨®n. El cuatro de enero de 1920 muri¨® en su casa de Madrid. Su cad¨¢ver con la capilla ardiente fue instalado en el ayuntamiento protegido por ocho guardias municipales y cuatro maceros. La multitud lo despidi¨® y su f¨¦retro desfil¨® por el centro de la ciudad, con pleno derecho, como el pont¨ªfice que mejor la hab¨ªa inmortalizado en sus p¨¢ginas, en medio de un duelo masivo con m¨¢s de 25.000 personas que se unieron en cuerpo al dolor colectivo.
Un dolor que fue frialdad m¨¢s que llamativa de casi todas las autoridades, como denunci¨® Ortega y Gasset: ¡°La Espa?a oficial, fr¨ªa, seca, protocolaria, ha estado ausente en la un¨¢nime demostraci¨®n de pena provocada por la muerte de Gald¨®s¡±, escribi¨® el fil¨®sofo. El desprecio continu¨® despu¨¦s de muerto. En muchos casos, hasta hoy.