Y Espa?a le arrebat¨® el Nobel a Gald¨®s
Las puertas de la academia sueca se cerraron ante una operaci¨®n en contra del escritor
La frase la pronunci¨® Tom¨¢s Rufete, padre de Isadora, la desheredada, ya perdido el oremus, al principio de la novela cuando se hallaba ingresado en el manicomio de Legan¨¦s: ¡°?Y el pa¨ªs, ese bendito monstruo con cabeza de barbarie y cola de ingratitud, no sabe apreciar nuestra abnegaci¨®n, paga nuestros sacrificios con injurias y se regocija con los humillados! Pero ya te arreglar¨¦ yo, pa¨ªs de las monas. ?C¨®mo te llamas? Te llamas envidiopolis¡¡±.
La desheredada apareci¨® en 1881. Era ficci¨®n clavada de la realidad. Porque lo mismo pod¨ªa haber dicho ¨Cy sin duda pens¨®¨C Benito P¨¦rez Gald¨®s en 1912 cuando su candidatura al Premio Nobel qued¨® en derrota. ?A cargo de qui¨¦n? Del propio pa¨ªs cainita que lo vio nacer.
Sin duda, ese cap¨ªtulo es uno de los m¨¢s vergonzosos de nuestra historia cultural com¨²n, enciscada, destructiva. A principios de aquel a?o, Jos¨¦ Estra?i, director de El Cant¨¢brico, peri¨®dico santanderino, empez¨® a promover una candidatura que pronto acogieron figuras como Benavente, Ram¨®n y Cajal, Echegaray o Romanones. Consiguieron alrededor de 500 firmas y fue presentada en la canciller¨ªa de Suecia en Madrid.
La reacci¨®n, como ocurri¨® al anunciarse su propuesta como candidato para la Real Academia, no se hizo esperar. Prendi¨® con torpeza y un acusado grado de maldad. Pero con la diana fija en impedir el premio y un reconocimiento internacional de ese calibre ya entonces para el escritor que a lo largo de la historia reciente m¨¢s lo ha merecido entre los espa?oles. Una iniciativa ultraconservadora propuso a Marcelino Men¨¦ndez Pelayo. He ah¨ª la retorcida maldad: a sabiendas de que eran ¨ªntimos amigos y con la intenci¨®n, adem¨¢s, de socavar su relaci¨®n.
La academia, que contaba ya con ambos en sus filas, apoy¨® a los dos. Varios diarios lanzaron ataques furibundos, agresivos, cruentos hacia el canario, autor, seg¨²n La ?poca, ¡°de novelas revolucionarias que hab¨ªan manchado el suelo de sangre¡±. No exist¨ªan las redes sociales, pero la caverna estaba bien conectada a la tecnolog¨ªa imperante a principios del siglo XX. Los cientos de cartas y telegramas en contra recibidos en la sede de Estocolmo, seg¨²n Erik Karlfeldt, poeta y nombrado despu¨¦s secretario permanente de la instituci¨®n encargada del premio, les llev¨® a desestimarlo. Cay¨® en manos del alem¨¢n Gerhart Hauptmann: 140.000 coronas suecas que hubiesen aliviado sus ¨²ltimos a?os de continuos apuros econ¨®micos.
Cuando Miguel de Unamuno conoci¨® muy bien y de primera mano por parte de las autoridades n¨®rdicas la operaci¨®n desplegada en su contra, la calific¨® de vergonzosa. Benavente censur¨®, como recoge Francisco C¨¢novas en su biograf¨ªa, ¡°el lamentable espect¨¢culo de nuestras divisiones e intolerancias¡±. Goya y su Saturno devorando una vez m¨¢s a sus hijos.
Gald¨®s sigui¨® aquello entre la nebulosa triste de su acuciante ceguera y sin que la repugnante escaramuza afectara en lo m¨¢s m¨ªnimo a su amistad con Men¨¦ndez Pelayo. Ambos parecieron firmar un pacto de silencio entre caballeros. Dejaron patente que la histeria no iba con ellos. Se quedaron sin premio, pero gan¨® enteros su amistad. Los polos opuestos en ideolog¨ªa aunque no tanto en est¨¦ticas literarias, civilizadamente asombrados del grado de miseria al que pod¨ªan llegar sus compatriotas.
Un a?o despu¨¦s, en 1913, el Ateneo de Madrid volvi¨® a la carga. Lo apoyaban sin fisuras miembros de su generaci¨®n pero tambi¨¦n figuras m¨¢s j¨®venes como Juan Ram¨®n Jim¨¦nez, Pedro Salinas, Jorge Guill¨¦n o Jos¨¦ Moreno Villa. En vano, de nuevo: fue a parar a Rabindranath Tagore, primer premiado no perteneciente a un pa¨ªs europeo. La academia sueca, escaldada y desconcertada por el grado de virulencia al que pod¨ªan llegar los espa?oles en sus destructivas divisiones, cerr¨® definitivamente la puerta del Nobel para Gald¨®s. Espa?a, en su esencia y su versi¨®n m¨¢s cruel e irreconciliable, se lo hab¨ªa arrebatado.
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