Terror en Mar¨ªa de Molina
Quienes se atrevan a salir del coche para intentar comprobar qu¨¦ vida les espera al otro lado del t¨²nel son los que obligar¨¢n a cambiar Madrid
El pasado mi¨¦rcoles llegu¨¦ tard¨ªsimo al trabajo porque me qued¨¦ atrapada en un atasco en el interior de un taxi en los t¨²neles de Mar¨ªa de Molina, unos pasadizos dise?ados para salir r¨¢pidamente desde el centro hacia la periferia citadina que son no-lugares en la extensi¨®n m¨¢s precisa de ese t¨¦rmino, pues nadie los pasea ni contempla como espacios f¨ªsicos. Son lugares que no existen hasta que dejan de cumplir su funci¨®n, momento en el que se convierte en parajes siniestros, incluso aterradores. El desamparo que se siente en un embotellamiento bajo tierra es uno muy particular, sobre todo, si c...
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El pasado mi¨¦rcoles llegu¨¦ tard¨ªsimo al trabajo porque me qued¨¦ atrapada en un atasco en el interior de un taxi en los t¨²neles de Mar¨ªa de Molina, unos pasadizos dise?ados para salir r¨¢pidamente desde el centro hacia la periferia citadina que son no-lugares en la extensi¨®n m¨¢s precisa de ese t¨¦rmino, pues nadie los pasea ni contempla como espacios f¨ªsicos. Son lugares que no existen hasta que dejan de cumplir su funci¨®n, momento en el que se convierte en parajes siniestros, incluso aterradores. El desamparo que se siente en un embotellamiento bajo tierra es uno muy particular, sobre todo, si como fue el caso, el coche se queda detenido en una zona donde se pierde la cobertura telef¨®nica y las emisoras de radio se sintonizan con dificultad.
En ese momento, a los que ocupamos el veh¨ªculo inm¨®vil no nos queda m¨¢s remedio que mirar a nuestro entorno y hacernos plenamente conscientes de d¨®nde estamos: en una galer¨ªa subterr¨¢nea ventilada de forma artificial y con salidas de emergencia cuyo paradero se desconoce, por muy se?alizadas que est¨¦n. Las imaginaciones m¨¢s calenturientas empezamos a pensar que si por ejemplo se incendiase el veh¨ªculo de enfrente o estallase el motor del de atr¨¢s la galer¨ªa se llenar¨ªa sin remedio de humo y entonces s¨ª que ser¨ªa dif¨ªcil salir. En ese momento, sin smartphone para evadir la mente y sin radio para imbuirse en otro discurso, hay quien de pronto comprueba que las distancias que se deben atravesar para salir de esos no-lugares son mucho mayores de lo que a simple vista calcular¨ªa cualquier mortal al recorrerlas a la velocidad reglamentaria sobre cuatro ruedas.
Ese tipo de rid¨ªcula epifan¨ªa es parecida a la que experimentamos durante aquellos meses de confinamiento en los que por primera vez en nuestra c¨®moda existencia tuvimos que renunciar a la libertad. Los habitantes del mundo desarrollado ¡ª que hab¨ªamos dado por sentado que siempre podr¨ªamos comprar tabaco en un 24 horas para aliviar la ansiedad al salir del trabajo a horas rid¨ªculamente intempestivas, o que en las urgencias de los hospitales siempre habr¨ªa sitio para que alguien nos pinchase un calmante en la espalda en caso de que nuestra ci¨¢tica empezase a quejarse por la cantidad de horas que pas¨¢bamos sentados trabajando ante el ordenador ¡ª tuvimos que mirar por la ventanilla.
Lo que vimos al otro lado del cristal nos pareci¨® aterrador: ¨¦ramos seres indefensos a merced de unos mecanismos completamente fuera de escala humana que encima funcionaban como un domin¨®. Ahora que aquellos d¨ªas parecen tan lejanos hay quien quiere volver a subir al coche para poder seguir circulando sin mirar a los lados. No es ninguna met¨¢fora.
Los atascos de Madrid estos d¨ªas tienen que ver con la mala gesti¨®n municipal, pero tambi¨¦n con la resistencia del espa?ol de a pie a renunciar a un sonido (el del motor) y un olor (el del humo de la gasolina) que les suena y les huele a normalidad. El coche es para muchos un animal de compa?¨ªa, un amigo fiel, una casa en movimiento. Quienes se atrevan a salir de ¨¦l para intentar comprobar qu¨¦ vida les espera al otro lado del t¨²nel son los que obligar¨¢n a cambiar Madrid primero y el mundo despu¨¦s.
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