Rom¨¢nticos de hoy en d¨ªa
Cuando crujen las escaleras de la ciudad y la calle de San Mateo es el centro de los secretos
Siempre me ha fascinado el crujir de muchas escaleras de Madrid. Sentir esos pelda?os de madera voyeurs, en los que es imposible esconder los pasos. Ese sonido que agudiza el o¨ªdo y los pensamientos ajenos. A d¨®nde iremos, a qu¨¦ puerta tocaremos, a qui¨¦n esperamos. Tiene querencia la ciudad por ello. Secretos de subidas y bajadas. Hay quienes corren a las mirillas cuando a lo lejos escuchan el tac¨®n de un zapato. Susurros de rellanos.
Me requiebra el sonido subiendo la escalera del ...
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Siempre me ha fascinado el crujir de muchas escaleras de Madrid. Sentir esos pelda?os de madera voyeurs, en los que es imposible esconder los pasos. Ese sonido que agudiza el o¨ªdo y los pensamientos ajenos. A d¨®nde iremos, a qu¨¦ puerta tocaremos, a qui¨¦n esperamos. Tiene querencia la ciudad por ello. Secretos de subidas y bajadas. Hay quienes corren a las mirillas cuando a lo lejos escuchan el tac¨®n de un zapato. Susurros de rellanos.
Me requiebra el sonido subiendo la escalera del Museo del Romanticismo. Reconozco que siempre he sentido m¨¢s atracci¨®n por el brutalismo madrile?o, por el cemento del barullo, por la losa grafitera, por la atractiva brusquedad de la capital. Pero ser¨¢ cosa del oto?o incipiente ese reencuentro con el Madrid rom¨¢ntico, de ese que se abre al final de Malasa?a hacia Alonso Mart¨ªnez.
Tiene unas caderas especiales la calle de San Mateo, con sus casas palaciegas de colores, que aguanta ese aire de verso p¨¢lido aunque le pongan en los bajos locales para fumar con sisha llenos de neones de promociones. Con sus patios con parras, con sus cuadros de jura de Fernando VII en los Jer¨®nimos, con sus billares del siglo XIX. Pero anda buena parte de Madrid andurreando por esas esquinas, entre galer¨ªas, cocteler¨ªas y algunos hostales para guiris bien informados.
Y los m¨¢s espabilados miran hacia arriba y se encuentran en la esquina de Mej¨ªa Lequerica con los lagartos gigantescos que coronan la azotea. Busquen, busquen. De all¨ª al hotel Urso, donde el pianista toca versiones elegantonas, mientras en sus sillones se mezclan periodistas, actores, empresarios, parejas de luna de miel y alguna princesa destronada de pa¨ªs dif¨ªcil de pronunciar.
Parada en mitad del paseo por la nov¨ªsima biblioteca en la calle de Barcel¨®. Otra manera de espiar entre p¨¢ginas y p¨¢ginas. En la hemeroteca de la entrada se api?a un grupito, que sigue disfrutando con oler la tinta y que se sienta con el fondo del n¨²mero especial de S-Moda de sus 10 a?os y la portada de Time para Timoth¨¦e Chalamet. Larga vida a los lectores comunitarios.
En este aire de soneto, disfruto como nunca esa peque?a labor de los bibliotecarios del barrio que han colocado peque?os altarcitos en las salas. Hay uno dedicado a Emilia Pardo Baz¨¢n, con una copia del acuerdo para hacerla socia del Ateneo. Hay otro por el d¨ªa de las mujeres literatas, con santas escrituras como Far¨¢ndula de Marta Sanz, Hysterica Passio de ?ngelica Liddel y El arrecife de las sirenas, de Luna Miguel. Unos metros m¨¢s all¨¢ han desplegado un mapa del Madrid de Antonio Machado: del caf¨¦ Comercial al Instituto San Isidro pasando por la Instituci¨®n Libre de Ense?anza.
Al fondo en un caf¨¦ cercano una pareja se besa, suena t¨ªmidamente Come Sinfonia, de Mina, entre sof¨¢s de terciopelo rojo. A volver a casa, pensativo. ???Cuidado!!! Un coche gru?e, a punto de arrollar a los desesperados peatones. Vuelta a la realidad. Est¨¢ claro que en Madrid s¨®lo se puede ser rom¨¢ntico unos minutos.
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